A Pedro Almodóvar le habían ofrecido dirigir en Estado Unidos en numerosas ocasiones, pero siempre se había mostrado cauto al respecto. Sus acercamientos se concretaron a modo de experimentos en formato corto, como es el caso de La voz humana y Extraña forma de vida.
Estuvo cerca de adaptar el libro de Lucia Berlín Manual para mujeres de la limpieza, pero finalmente abandonó el proyecto y decidió abordar algo más “pequeño”, con pocas localizaciones y dos actrices principales. Eso es lo que contó a Infobae España cuando estrenó el wéstern protagonizado por Ethan Hawke y Pedro Pascal y, poco después, se anunció que dirigiría a Tilda Swinton y a Julianne Moore en una película que se titularía La habitación de al lado.
Las informaciones llegaron a cuentagotas, tampoco se sabía de qué iba la película, cuáles serían los papeles que interpretarían ambas actrices, pero lo que estaba claro es que Almodovar regresaba al universo femenino, pero desde una perspectiva diferente a la de sus anteriores películas, entre ellas, Madres paralelas y, por tanto, con un enfoque marcado por la lengua anglosajona y su cadencia expresiva.
Una adaptación exquisita que Almodóvar se lleva a su terreno
Ahora ya se conoce que el material narrativo que utilizó el director fue la novela de Sigrid Nunez titulada Cual es tu tormento (Anagrama), cuya historia gira alrededor de una mujer que repasa su pasado al mismo tiempo que asiste a una antigua amiga que se encuentra a punto de morir.
Sin embargo, lo que hace Pedro Almodóvar es llevarse a su terreno ese relato y trasformarlo por completo de acuerdo a sus intereses creativos, que cada vez se han vuelto más minimalistas en el plano formal, y también más desnudos y, en cierto sentido, vulnerables.
Desde ese punto de vista, La habitación de al lado constituiría su filme más depurado (una deriva que comenzó con Julieta), más exquisitos en lo que se refiere a economía visual, aunque sin perder por el camino, por supuesto, su marca característica, su esencia, sus colores, su plasticidad, pero apostando por una planificación formal de una limpieza y una refinación inauditas.
La película más triste de Almodóvar que gira sobre la muerte
En primer plano, encontramos a dos mujeres: Martha (Tilda Swinton), que se está sometiendo a un tratamiento experimental contra el cáncer que padece e Ingrid (Julianne Moore) una antigua amiga con la que recordará su pasado y con la que compartirá su presente lastrado por la enfermedad y la muerte.
En ese sentido, nos encontramos con la película más desoladora y triste que ha hecho jamás Pedro Almodóvar, ya que la muerte, el fin de la existencia, lo impregna todo. El dolor de la pérdida, de los recuerdos compartidos, de la futilidad de todo lo que nos rodea. Pero dentro de este relato que encoge por dentro, también hay elementos de una extraordinaria y delicada belleza.
Aunque, si hay un tema de fondo que recorre todo el relato y lo hace de una forma política, es el derecho a una muerte digna, convirtiéndose la eutanasia en una de las cuestiones fundamentales que vertebran y dan sentido a todo.
El director la aborda de una forma tan práctica, humana, sensible, como en algunos momentos poética, algo que quizás tenga que ver tanto con el texto que ambas actrices entonan con una emoción contenida repleta de refinamiento y también por toda una serie de imágenes, sobre todo en el tramo final, que van configurando una especie de tránsito en el que lo palpable y mundano se unen a lo etéreo a través de una red de detalles minúsculos entre los que la puerta cerrada o abierta de la habitación de al lado, cobrará una importancia fundamental.
Marcada por la depuración de las palabras y las imágenes
En la película el director vuelve a volcar muchos de sus referentes, pero en esta ocasión, cobra una especial importancia el relato de James Joyce Los muertos, así como la adaptación que llevó a cabo John Huston en Dublineses, a partir de cuyas frases e imágenes que se materializarán algunas de las secuencias más bellas del cine reciente.
Hace mucho tiempo que Almodóvar alcanzó su cenit como director. Hace también mucho tiempo que no tiene la necesidad de demostrar que es uno de los autores más importantes de la historia, pero en él sigue habitando un instinto creador que no cesa.
Resulta obvio decir que La habitación de al lado es una película crepuscular. Pero también es importante señalar que el nivel de virtuosismo que alcanza, solo está reservado a los más grandes en el ocaso de sus carreras.
Sin embargo, no pierde en ningún momento su esencia. Lo demuestra a través de esas historias que se van superponiendo a lo largo de la película, ya sea a modo de ‘flashbacks’ (seguramente estos episodios descolocarán a muchos) o de la propia palabra, que en esta película se reivindica como nunca lo había hecho en su cine. Y es que todas las obras de Almodóvar se han ido nutriendo de relatos superpuestos, de cuentos dentro de otros cuentos, construyendo un núcleo indisociable entre la ficción y la vida que cada vez se ha ido volviendo más cercana a la experiencia humana en sus películas.
Y, en este caso, lo alcanza todo, desde la desolación hacia el mundo que nos rodea (a través del personaje de John Turturro) hasta los discursos odio y de radicalismo de la extrema derecha (como encarna el policía al que interpreta Alessandro Nivola).