Kalorama 2024: LCD Soundsystem amaina la tormenta de Madrid en la inauguración de un nuevo festival por y para indies

James Murphy ejerció de maestro de ceremonias en la apertura de una apoteósica fiesta que trajo a IFEMA la escena musical de la Nueva York de los 2000

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El multi-instrumentista, cantante y compositor
El multi-instrumentista, cantante y compositor estadounidense James Murphy, de la banda LCD Soundsystem, durante el concierto que ofrece en el Festival Internacional Kalorama, hoy jueves en Madrid.

“Ya tenía ganas de volver... a la ciudad indie, ciudad de indigentes” canta Camellos en Mazo, un grupo madrileño de adopción cuyas líneas encapsulan a la perfección las benditas contradicciones de la capital. Ayer la banda de Embajadores no estaba de festival -sí pululaban otras de la ciudad como La Paloma o los tan de moda Alcalá Norte-, pero aquella frase sonaba con fuerza a medida que iban entrando por los accesos de IFEMA los desplazados al Kalorama 2024, un nuevo festival también acogido por Madrid, pero no uno cualquiera. Uno por y para indies.

Porque bastaba echar un vistazo rápido y poner la oreja para darse cuenta de que tampoco es que abundaran los “mazo”, “en plan” o “es un canteo”. Al contrario, había acentos de todas partes de España cuando no directamente otra lengua no castellana. Pero había algo que todos tenían en común, y era la pasión por la música, y en concreto la escena alternativa o sí, también llamada indie. Así se podía ver en las camisetas de grupos “del rollo”, como Joy Division y New Order, The Strokes, Sonic Youth o los ya omnipresentes Oasis, evidenciando que su inminente reunión había hecho a más de uno desempolvar sus gorras de pescador y las parkas.

No hubieran venido nada mal las características prendas impermeables de los Gallagher en la tarde de inauguración, porque el Kalorama comenzaba nada menos que con una tormenta eléctrica que apareció y desapareció por momentos en el festival. Fueron James Murphy y su banda LCD Soundsystem quienes hicieron que amainase para poner lo eléctrico con su música y los bailes de un entregado público que iba a sentirse como si estuviera en el Mercury Lounge o cualquier otro local de música alternativa neoyorkina de principios de los 2000.

Nation of Language en el
Nation of Language en el Kalorama 2024

Maravillosa casualidad que el grupo con el que arrancase este nuevo festival -aupado por los promotores del extinto Cala Mijas, de corte muy similar en cuanto a cartel se refiere- fuera con English Teacher, para aunar a madrileños, no-madrileños y guiris alrededor de la guitarra de Lewis Whiting y la dulce voz de Lily Fontaine. Toda una declaración de intenciones que la banda rompiera los primeros aplausos con The World’s Biggest Paving Slab, canción incluida en el último EA Sports FC24, o como lo habían conocido hasta la fecha todos los asistentes: el FIFA. Porque esa iba a ser otra seña de identidad de los grupos que desfilasen por los escenarios del Kalorama, melodías alegres e impregnadas de buen rollo, con aroma clásico pero toques punk y, sobre todo, muy bailables.

Tras la lección de inglés tocaba trasladarse a Brooklyn, o más bien a como imaginaban los 80 desde el estudio en el que nació Nation of Language, recuperando el legado de bandas como Orchestral Manouvres in the Dark, Ultravox o Karftwerk gracias a los sintetizadores de Aidan Noell y la eléctrica voz de Richard Devaney. Este grupo se dio a conocer durante la pandemia con su primer álbum, Introduction, Presence, que recibió grandes elogios por recuperar ese sonido perdido de synth-pop y que desde entonces no ha parado de crecer con otros dos discos; A Way Forward y Strange Disciple. Los de Brooklyn ya se habían dejado ver por Madrid en un gran concierto en la sala El Sol, pero ahora volvían como una banda ya consagrada en la escena y estuvieron a la altura para animar el ambiente mientras el calor comenzaba a disiparse al ritmo de Across that fine line.

Era el turno de pasar a algo más cañero y ahí estaban The Kills para iluminar el anochecer madrileño mientras se aproximaba la tormenta. El dúo de indie rock formado por la estadounidense Alison “VV” Mosshart y el británico Jamie “Hotel” Hince volvían tras más de seis años fuera de los escenarios, que no separados. Y lo hacían presentando su último álbum, God Games, con guiño español incluido en la torera carátula del álbum, si bien dejaron lo mejor para el final con himnos de anteriores álbumes como Doing it to death y Future starts slow. Lo que también empezaba de forma lenta era a arreciar algo de lluvia, que iba a respetar en gran medida a los siguientes invitados al escenario.

Ben Gibbard, enfundado de negro
Ben Gibbard, enfundado de negro para liderar a Death Cab for Cutie

Porque llegaba el momento del gran 2x1 del festival, recién llegados de su concierto en Barcelona y con una propuesta tan interesante como insólita. Hablamos de Death Cab for Cutie y The Postal Service, dos grupos liderados por el mismo músico, Ben Gibbard, que se marcó su propio Lago de los cisnes con las dos bandas. Primero el negro con el rock de la banda que formó en 1997 junto al bajista Nick Harmer y a los ya separados Christopher Walla y Nathan Good. El grupo, gran exponente del indie más alternativo de los 2000, vio aupada su fama por su presencia en otros medios como las series The O.C. -gran escaparate para este tipo de grupos, lanzó en su momento a The Killers- o Six feet under, y sacaba rédito de la variedad de edad y la inherente nostalgia del público por una época de letras más acarameladas y despojadas de cualquier cinismo.

Tras interpretar grandes éxitos como Transatlanticism o Lack of color, Gibbard se despojaba de sus colores para pasar a un impoluto blanco y resucitar en el escenario a la hasta entonces extinta The Postal Service, la banda que había mantenido de forma paralela entre 2001 y 2005 junto al productor Jimmy Tamborello. Se notaba que el público tenía más apego hacia la primera que a la segunda, pero eso no impidió saltar a más de uno con el gran éxito que conservan de aquella época, Such great highs, una canción que se mantiene igual de asombrosa tanto tiempo después y que ponía momentáneamente al público en una nube evitando la tormenta que iba a regresar a IFEMA.

James Murphy, alguien gigante

Mientras buena parte del público aprovechaba para cenar algo rápido, otros tantos se concentraban en el escenario con el show de Folamour, DJ francés al que muchos pudieron ver en el pasado BBK Live y al que ahora concedían una hora inmejorable para descubrir su talento a los no conocedores. Su música e hipnóticas visuales con las que acompañaba a esta sirvieron como antesala del gran concierto de la noche, si bien su set se veía momentáneamente interrumpido por la tormenta eléctrica que llevaba amenazando todo el día.

LCD Soundsystem en el Kalorama
LCD Soundsystem en el Kalorama de Madrid

Pero ahí estaba James Murphy y su nave espacial que es la gran mesa de teclados, acompañado por la tripulación que conforma LCD Soundsystem, que iban desde Tyler Pope, Al Doyle, Gavin Rayna Russom o Matt Thornley a Korey Richey, sin olvidar por supuesto a Nancy Whang, con especial protagonismo al piano. Dieron las 12 y la tormenta paró según emergía sobre el escenario el bueno de Murphy, dispuesto a dar un show que muchos llevaban esperando años, ya que la banda no se había prodigado especialmente por la capital española. Pero fue escuchar los primeros compases de You wanted a hit para que todo ese tiempo perdido y esas ansias se desvanecieran por completo y todo los músculos se empezasen a mover al unísono.

El encantador de serpientes subido al escenario demostraba que sus letras no solo habían envejecido bien, sino que habían adquirido nuevos significados con el tiempo -”queréis algo real, ¿pero qué es real ya?”-, y por supuesto que ya no eran “los bebés” de la industria, si es que alguna vez lo fueron. Sin apenas aspavientos ni gesticulaciones, solo con su voz a medio camino entre predicador y doble de David Byrne, Murphy iba desplegando todo su arsenal de dance-pop y electrónica como si la fuerza de la tormenta se hubiera concentrado en su voz y transmitido a través de todos los cables de sus incontables teclados sobre el escenario.

Ahí surgió la magia y para cuando sonaba I can change -aunando de nuevo la referencia a Kraftwerk con lo del FIFA-, Daft Punk Is Playing at My House o Someone great, eso ya no parecía un descampado de IFEMA, sino que se había convertido en un garito más de aquella Nueva York de principios de siglo en la que empezaban a despuntar The Strokes, Yeah Yeah Yeahs, Interpol o el propio Murphy. Un oasis por y para los indies que durante hora y media se sintieron como si estuvieran en The Cooler, Brownies o el mismísimo Mercury Lounge, lugares de película de los que solo habían podido escuchar leyendas o leerlas en el famoso libro Meet me in the bathroom.

Pero la leyenda estaba sobre el escenario y realmente era tan gigante como la bola de cristal que se cernía sobre él, iluminando a miles de personas que coreaban All my friends o New York, I Love You but You’re Bringing Me Down, canción que resumía la agridulce relación de Murphy con su ciudad pero que bien podría servir para explicar la de muchos con la Madrid actual. Al final abrazos, sonrisas, algún que otro resoplido después de tanto baile y pocas palabras porque no había manera de describir lo que acababa de suceder y porque el festival llegaba a su fin. Sonaba el Enjoy the silence de Depeche Mode según la gente encaraba la salida de IFEMA para volverse a encontrar con la realidad de las colas por los taxis y la desesperación de siempre, pero a algunos al menos les quedaba el grato recuerdo de una noche de verano. Como decía Camellos, “Al final mereció la pena venirse a Madrid”.

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