Hay algo bastante irónico -y no se sabe hasta qué punto caprichoso- en que una serie que va sobre la alta cocina y en la que los personajes apuestan por ser lo más minimalistas y depurados posibles, haya alcanzado su tercera temporada traicionando en gran medida esta enseña. The Bear ha vuelto a demostrar porque a veces menos es más, o en su caso por qué no siempre dar más de todo necesariamente implica una mejoría. Como la cocina de Carmy (Jeremy White Allen), la serie ha tomado en esta nueva entrega hacia algo mucho más sofisticado y recargado, pero es una receta que a esta altura sabe a poco y desde luego a nada que tuviera que ver con aquello con lo que enamoró en su primera temporada.
Pero no hay que alarmarse, no es el fin del mundo. Si había una serie que se podía permitir dar vueltas sobre sí misma, estirar tramas innecesarias, rescatar otras que no vienen a cuento o hacer que sus personajes tomen decisiones que a priori parecen incoherentes, esa es The Bear. La serie empezó haciendo de su improvisación su seña de identidad. Era fresca y espontánea en su planteamiento, lúcida en sus diálogos, tierna y amable con sus personajes y, sobre todo, molona cuando tocaba serlo, con esos platos de revista y esa música que aparecía en el momento y lugar adecuado. De todos esos ingredientes solo parece haber pervivido el último, y no precisamente en su mejor versión.
Sin llegar del todo a convertirse en una parodia -y eso que internet se ha empeñado en ello con los constantes memes de la serie-, hay momentos en los que The Bear llega a ser demasiado consciente de sí misma e impide disfrutar de esa familiaridad y autenticidad que la caracterizaba en sus inicios. La segunda entrega ya tuvo esos momentos de querer lucirse como el capítulo de Conpenhague con Will Poulter, el de Richie en el restaurante de Olivia Colman o sobre todo el flashback de la cena familiar plagada de estrellas invitadas (Jamie Lee Curtis, Bob Ondekirk o Sarah Paulson, entre otros.
Todos ellos vuelven a aparecer en esta tercera temporada, sumado a otros como Josh Hartnett o John Cena que llevan a más de un arqueo de ceja. En su momento todo podía estar justificado por el formato escogido para cada capítulo -una fórmula de la primera temporada, la de hacer de cada capítulo una película, un plato, una experiencia completamente diferente-, pero aquí ya no convence tanto.
Buscando el término medio
Lo más curioso de todo es que el primer episodio es el único que no adolece de todos esos problemas mencionados. Casi como si de un documental se tratase, este primer capítulo se dedica a seguir de manera sigilosa a varios personajes, con la cámara observando desde cierta distancia y sin apenas diálogos de por medio, por los gritos y discusiones que están venir en los siguientes. Representa todo un remanso de paz, una anomalía que casi parece extraída de la primera temporada, cuando veíamos a Sidney recorrer las calles de Chicago en busca de ideas para el restaurante.
Pero si hablamos de cosas que no funcionaban ya en la anterior temporada y tampoco lo hacen en esta, hay que hablar de Claire, el personaje interpretado por Molly Gordon y quien suscitó en su momento cierta polémica por su superficialidad y sus rasgos tan afines a la manic pixie dream girl. Claire parecía un personaje irreal en la anterior temporada, un fantasma o una proyección completamente idealizada por parte de Carmy de lo que sería su relación perfecta -ella trabaja, él cocina y no hay sentimientos de por medio- cuyo hechizo se rompía al final en el último episodio. No acaba de quedar claro ni como ni por qué, pero en esta temporada esa relación se retoma y de nuevo no hace avanzar al personaje de Carmy lo más mínimo. Quizá no tiene solución.
Lo que sí la tiene es que The Bear siga el consejo de otras series y se tome un tiempo de descanso, o como mínimo el suficiente para dejar reposar algunas tramas y personajes. Si bien la segunda temporada nació a rebufo de la tercera y se agradeció, todo en esta tercera se siente demasiado precipitado y apresurado, y ya se sabe que las prisas no son buenas consejeras, ni en la cocina ni en la ficción. Hay hallazgos a destacar, como el capítulo dirigido por Ayo Edebiri (Servilletas) o el inicial ya mencionado, pero la conclusión de la temporada da la sensación de que ese oasis entre tantas películas y series completamente prefabricadas previsibles, ya no lo es tanto. The Bear tiene que encontrar el término medio entre el estatus que ocupa actualmente y la esencia que un día la hizo grande, porque en esta tercera entrega ha sido víctima de las mismas presiones y expectativas que se vierte el propio Carmy. Y esa esencia que se está perdiendo, como él mismo diría, “no es negociable”.