El cine se ha encargado, en los últimos tiempos, de reivindicar a mujeres que, en distintos ámbitos, fueron en su momento invisibilizadas dentro de la sociedad heteropatriarcal de su época. Así, en pocos años hemos asistido a un buen número de ‘biopics’ que han servido para poner en valor diferentes figuras más o menos desconocidas que nos llevan desde la pintora expresionista Paula Modersohn-Becker o a Alma Mahler, viuda del célebre compositor que fue silenciada por romper con los convencionalismos de su época.
Dentro de poco se estrenará Bonnard, el pintor y su musa, que también se encarga de poner en valor a la mujer que sirvió de inspiración a Pierre Bonnard en sus cuadros y que fue mucho más que un objeto de deseo dentro del espacio artístico.
Mujeres y política, de la invisibilidad a la reivindicación
¿Y qué pasa en política? Es un ámbito que era necesario cubrir desde diferentes perspectivas, no solo desde la ejecución del poder, como ocurría, por ejemplo con Margaret Thatcher en La dama de hierro, sino también desde una esfera más feminista, como la que se imprime en Simone, la mujer del siglo, una biografía sobre Simone Veil desde sus comienzos en las filas del partido conservador a convertirse en la encargada de suprimir la ley del aborto en Francia.
Ahora, la debutante Léa Domenach se adentra en una presencia parcialmente relegada dentro del espectro político que siempre estuvo a la sombra de su marido, el líder del partido Republicano, Jacques Chirac, que fue Presidente desde 1995 hasta 2007, cuando Nicolas Sarkozy le sustituyó en el cargo.
Lo que intenta la directora en La mujer del presidente, es otorgarle el papel protagonista a esa mujer que se mantuvo en un discreto segundo plano y que, tras una sucesiva serie de desplantes (entre ellos, las infidelidades públicas de su marido), intentó revelarse a su condición de ‘primera dama’ sumisa para dedicarse a sus propios proyectos de forma independiente, que le sirvieron para ganarse el cariño de los ciudadanos y aumentar su popularidad por encima de los líderes masculinos.
El caso es que Bernadette Thérèse Marie Chodron de Courcel, que pertenecía a la clase burguesa, conoció a Jacques Chirac cuando ambos eran estudiantes de Ciencias Políticas en la Universidad de París. Ella, por ser mujer, no obtuvo ningún título y, mientras que su marido fue escalando posiciones, ella se dedicó a la crianza de sus hijas. Sin embargo, siempre permaneció activa en la esfera política, aunque fuera, en la de provincias.
En 1971 fue elegida para el Consejo Departamental de Sarran en Corrèze y permanecería de alguna manera vinculada a esa región, en la que desempeñaría diversos cargos cada vez más importantes hasta 2011.
Una comedia satírica con mucho ‘salseo’
La mujer del presidente está planteada como una comedia, pero con mucho mordiente. Comienza con un coro católico cantando los inicios de esa chica llamada Bernadette y que irá apareciendo a lo largo del metraje a modo de interludio musical y sarcástico, plasmando algunos de los pensamientos de la protagonista, como “No voy a volver a quedarme callada”.
La película llegó a la cartelera francesa en octubre del año pasado y coincidió con el estreno de un documental sobre la vida de Bernadette, ya que había cumplido 90 años. En este caso, se trata de una ficción, pero no por eso se dejan de introducir un buen número de datos importantes dentro de la historia reciente de la política del país galo, como por ejemplo, el ascenso de la extrema derecha de la mano de Jean-Marie Le Pen, que pilló a los conservadores totalmente desprevenidos, cerniéndose sobre el país la sombra del radicalismo que ha ido aumentando hasta nuestros días.
Según la película, Bernardette tenía un don para saber los resultados de las elecciones y nunca fallaba, convirtiéndose en la única persona del gabinete que vio venir la escalada del partido de ultraderecha. Pero lo importante es que rompió totalmente con el rol pasivo de las ‘primeras damas’, pasando a formar parte del selecto grupo de las figuras relevantes e influyentes de la sociedad del momento, un relevo que tomarían después Carla Bruni o Brigitte Macron.
En la película, Bernadette aparecerá junto a Hillary Clinton, con la que mantuvo una buena relación más allá de la que tuvieron sus respectivos maridos, y la veremos de fiesta en un club gay con su modisto de confianza, que no era otro que Karl Lagerfeld.
Y es que el salseo y los cotilleos resultaron fundamentales para su escalada de popularidad, a lo que también contribuyó su libro autobiográfico Conversación, publicado en 2002 y que se convirtió en un éxito de ventas, ayudándola a acercarla al pueblo al desvelar algunos asuntos privados como la anorexia que sufría su hija desde la adolescencia, razón por la que había sido tan activa a la hora de recaudar fondos para hospitales de salud mental.
Para encarnar a Bernadette, no había mejor opción que la ‘primera dama’ del cine francés, la gran Catherine Deneuve, a la que no hay personaje ni registro que se le resista aunque, en este caso ni siquiera haga el esfuerzo de parecerse a su objeto de estudio, manteniendo su fría elegancia por encima de todo, mientras que el resto de los intérpretes se conforman con seguir un registro caricaturesco para no eclipsar a la única estrella de la función.