M. Night Shyamalan, una mente original en un Hollywood sin ideas: “Vivir fuera de la burbuja me hace pensar diferente, y creo que el público lo agradece”

El director de ‘El sexto sentido’ o ‘Señales’ estrena ‘La trampa’, un thriller sobre un asesino en serie tratando de escapar de un concierto de una estrella del pop

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M. Night Shyamalan junto a Josh Hartnett en el rodaje de 'La trampa'
M. Night Shyamalan junto a Josh Hartnett en el rodaje de 'La trampa'

2.810 millas, unos 4.520 kilómetros aproximadamente, y más de 40 horas de viaje en carretera atravesando todo el país. Eso es lo que separa la meca del cine, Hollywood, del lugar donde han nacido algunas de sus propuestas más interesantes de los últimos 25 años, Ravenwood. No, no es un colegio de magia, una base secreta del gobierno o la guarida de algún superhéroe. Es tan solo el hogar de un hombre sencillo que vive allí junto a su familia, intentando llevar una vida tranquila, ser el mejor padre posible y, de vez en cuando, hacer alguna película. Su nombre es M. Night Shyamalan, y con su última obra ha demostrado por qué sigue siendo la mente más original en una industria con cada vez menos ideas.

Vivir fuera de la burbuja (de Hollywood) me hace pensar diferente, y creo que el público lo agradece, no encontrarse con un pensamiento homogeneizado”, explica Shyamalan en su entrevista con Infobae España a su paso por Madrid para presentar La trampa, su última película. “Mis mejores amigos no están en la industria, no salgo con nadie de allí. Mis hijos no están con sus hijos en la escuela, están con gente de fuera de Hollywood. Eso puede tener su lado negativo, porque si un gran guion llega no me llaman porque no estoy en su escuela, no están cenando conmigo esa noche o en general no estoy en sus cabezas. Pero a la vez eso me mantiene activo, y creo que es lo que ha hecho la gran diferencia en mi carrera, lo que me mantiene”, aclara el cineasta.

M. Night Shyamalan no siempre fue así, sino que hubo un tiempo en el que sí que era el primero en la mente de cualquier productor en Hollywood. A finales de los 90, y tras unas primeras incursiones algo dubitativas en el largometraje con Praying with Anger y Los primeros amigos -pero que ya sentaban algunas de las bases de su cine y sus futuras obsesiones en torno a la muerte y la familia-, Shyamalan se convirtió en el director de moda en Hollywood con El sexto sentido. Tras ella encadenaría El protegido y Señales, lúcidas relecturas del cine de superhéroes y la ciencia ficción por parte de un nuevo autor que hizo de los giros finales o plot twists su santo y seña.

Pero la que hasta ese momento había sido su gran baza se acabó convirtiendo en gran medida también en su perdición. Sus tres siguientes películas -El bosque, La joven del agua y especialmente El incidente- no terminaron de convencer al público y mucho menos a la crítica, quien parecía haberse cansado de sus cada vez más rocambolescos giros finales. Su punto más bajo llegó con dos blockbusters fallidos, El último airbender y After Earth, a partir de los cuales el director tuvo que parar a reflexionar y tomar un cambio de rumbo que lo alejó de ese Hollywood que tanto lo había idolatrado durante años y para la que se estaba convirtiendo en poco menos que un juguete roto.

M. Night Shyamalan durante el rodaje de 'La trampa'
M. Night Shyamalan durante el rodaje de 'La trampa'

Escapando de prejuicios y etiquetas con humor

Ese cambio de rumbo se hizo efectivo en 2015, cuando entró en contacto con el productor Jason Blum de Blumhouse productions y volvió al terror puro y duro con La visita, en la que por fin podía volver a soltarse lejos de las presiones de los grandes estudios. Esa fructífera colaboración continuaría con Múltiple (Split) y Glass (Cristal), con la que volvía a coger el pulso a medida que recuperaba viejos personajes y obsesiones del pasado. En sus últimos trabajos, Tiempo y especialmente Llaman a la puerta, a Shyamalan ya ni siquiera parecían importarle tanto los famosos plot twists, aunque él insiste en que es algo que ni se había planteado a la hora de ponerse a escribir.

Es como si pintases cuadros y alguien los viera y opinase sobre ellos, manteniendo una conversación en la que realmente no estás presente. Yo no participo de esa conversación, vosotros (los críticos) seguís hablando, pero yo no lo veo así en absoluto. Que mis películas se perciban como tramas muy estructuradas y calculadas no va conmigo, no es como las quiero ver. Si fuera así, me volvería loco”, señala el director.

No obstante, con La trampa deja claras sus intenciones desde el principio, con un tráiler en el que ya queda implícito su “giro”. El protagonista (Josh Hartnett) es un aparentemente padre modélico que lleva a su hija adolescente a un concierto de una superestrella del pop, sin saber que el concierto tiene su propio girito: es una trampa para cazar a un asesino en serie, que no es otro que él mismo. ¿Cómo seguir con una premisa tan potente como es mezclar El silencio de los corderos en un concierto de Taylor Swift -así la vendió a Warner- si ya has desvelado el giro? Shyamalan lo explica con toda la sencillez del mundo.

Josh Hartnett en 'La trampa'
Josh Hartnett en 'La trampa'

Para mí, el momento en que él ve que es el asesino que buscan es la premisa de la película, no el giro. Y lo que es excitante es el punto de vista, estar con él. Ser él. Para mí todavía hay cosas impactantes que él va descubriendo, sorprendiéndose. Así que es muy satisfactorio si me estoy moviendo de esta manera. Por naturaleza soy un autor de películas de misterio, de thrillers. Es lo que hago, que mis personajes también aprendan algo”. Para que todo este funcione hay otro elemento imprescindible, y es el humor. A pesar de la tensión del momento y de la máscara que ha de llevar su protagonista para intentar salir con vida, ni el asesino ni el propio Shyamalan desperdician la oportunidad de tirar de momentos irónicos o surrealistas para aliviar la carga de la trama.

“Todo empezó en La visita, cuando me dejé llevar y empecé a disfrutar del humor. En la industria me decían que no iba a funcionar y que eso no podía existir, comedia y oscuridad combinadas así. Porque cuando haces eso deja de dar miedo. Pero yo no lo veía ni lo veo así, es solo que hay que ser muy preciso, hay una manera de conseguir una risa nerviosa que reduzca la tensión y que es la que tendría el personaje en una situación tan concreta. En La trampa el protagonista funciona así, es un tipo al que le gusta divertirse cuando las cosas se ponen serias”. Al fin y al cabo, no deja de ser algo tan retorcido como irónico tener a un asesino en serie atrapado en el concierto de una estrella del pop al que solo ha ido para acompañar a su hija.

Todo queda en casa

Si Shyamalan no se ha vuelto un cínico y es capaz de retratar un concierto al más puro estilo The Eras Tour desde la curiosidad y no el prejuicio, es porque antes que director es padre. Uno tan bueno y preocupado por sus hijas que ha producido la primera película de Ishana Shyamalan como directora (Los vigilantes) y situado a Saleka como personaje clave en La trampa, dando vida a la cantante del concierto y danto fe también de su talento musical. “No es un hombre de 50 años haciendo una película de ficción tanto como un padre cineasta y una hija cantante haciendo una obra de arte unidos. Así que es imposible que haya cinismo por mi parte, porque para mí ella es una artista increíble”, razona, Shyamalan.

30.000 fans. 300 policías. Un asesino sin escapatoria y un director al que la distancia con la industria para la que trabaja lo ha ayudado a seguir fabricando algunas de las ideas más originales en un mundo plagado de lugares comunes, secuelas, remakes y demás. Pero Shyamalan no sería Shyamalan si no tuviera un giro final preparado para la ocasión, y antes de concluir la entrevista desvela la curiosa razón del nombre de su mansión, esa guarida donde trabaja este superhéroe del misterio y por la cual ha nombrado también al personaje de su hija en La trampa. “Ravenwood viene de Indiana Jones y el arca perdida, que es mi película favorita. Lawrence Kasdan escribió el guion de aquella película y bautizó a Marion Ravenwood -el personaje de Karen Allen- en honor a su calle. Irónicamente, Ravenwood fue primero un lugar y luego un personaje, y ahora ha vuelto a ser un lugar para convertirse en un personaje”.

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