Laura López
Madrid, 18 ene (EFE).- Las miles de vidas que se pierden cada año en el mar a lo largo de la ruta migratoria hacia Canarias dejan una doble herida en las familias de los fallecidos: la pérdida de sus seres queridos y de toda la esperanza de alcanzar un futuro mejor que habían depositado en la travesía de sus jóvenes.
Según la ONG Caminando Fronteras, que investiga las desapariciones de migrantes en el mar camino a España, 10.457 personas murieron en 2024 en su intento de llegar al país en embarcaciones precarias como pateras o cayucos, 9.757 de ellos de camino a Canarias.
El pasado jueves, la misma entidad alertó de que cincuenta personas habían muerto al naufragar un cayuco que partió el 2 de enero desde Mauritania, entre ellas 44 emigrantes pakistaníes, que seguían la que es considerada como una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo.
Detrás de todas estas cifras hay personas con nombres y apellidos, preocupaciones y sueños propios y muchos familiares que les han visto crecer.
El dolor que siente una madre, un padre o un tío cuando recibe la noticia de que su ser querido "se ha quedado en el mar" no se puede relatar pero EFE ha recogido los testimonios de tres personas que han sufrido este drama dentro de sus familias para tratar de acercarse a este propósito.
Alkhassoum Sow (50 años) es un migrante senegalés establecido en España, a donde emigró desde su región natal, Tambacounda, en el año 2000.
En los últimos años ha perdido a cuatro familiares en la ruta canaria: sus primos Ibrahima Diallo (36), Ibrahima Ba (22) y Hadi Diallo (29) y su sobrino Omar Sow (26), que han dejado diez niños huérfanos en total.
Omar Sow fue víctima de la tragedia ocurrida en el Hierro el pasado mes de septiembre, que dejó medio centenar de desaparecidos, y su cadáver es el único que Alkhassoum ha podido localizar.
Cuando consiguió llegar a la isla desde Figueras (Girona), ya lo habían enterrado y ahora están a la espera de obtener los resultados de las pruebas de ADN, proceso que le dijeron que tardaría un mes pero que ya va camino del tercero.
"No sé si lo podremos recuperar pero la familia tiene la ilusión de tenerlo para por lo menos llevarlo (a Senegal) y enterrarlo, no como los demás que no sabemos si se han quedado en el mar y eso duele más", relata este senegalés.
Sow explica así la importancia de recuperar el cuerpo de su sobrino y empezar a cerrar una herida que, de otra forma, queda abierta de forma indefinida.
"Es mucho mejor cuando tú sabes que esa es la tumba de un familiar y dices 'este es mi hijo, mi padre o mi madre'... es mejor eso que no saber dónde está porque si no, parece que no está muerto pero sí lo está", reflexiona.
Cuando se enteró de lo que había ocurrido con su sobrino en El Hierro estuvo una semana sin poder comer ni dormir porque solo podía llorar, pero lo peor fue tener que darle la noticia a su hermano.
Después de unos días ocultándole la verdad, su familia se acabó enterando por otro superviviente de la tragedia, que divulgó el nombre de los fallecidos.
Sow asegura que hoy, tres meses y medio después, la madre de Omar sigue llorando.
Boubacar Diallo (47 años) es de la misma región que Alkhassoum Sow y perdió a alguien en la tragedia de El Hierro a su sobrino Bassiru Guisse (22 años) y su hermanastro Demba Diallo (23 años).
En su caso, estos huyeron de casa en contra de la voluntad de su familia y la última vez que supo de ellos fue a través de una llamada telefónica desde Mauritania: "le dije 'ni se te ocurra meterte en el agua' y me colgó el teléfono", relata Diallo.
Cuando recibió la noticia del naufragio después de varios días sin tener noticias de sus seres queridos, también fue hasta El Hierro con ayuda del colectivo Caminando Fronteras, donde pudo ver las fotos de los 9 cadáveres encontrados y hablar con la veintena de supervivientes, que confirmaron su peor presagio.
"Si no está con los muertos ni está con los vivos, es que se ha quedado en el mar", razonó en su momento Diallo, que coincide en que lo peor es no haber podido recuperar los cuerpos.
"Si al menos pudiéramos ver los cadáveres nos quedaríamos más tranquilos", considera.
Ali Sokhona (43 años) es de Mauritania y ha perdido a cinco primos en la ruta canaria, dos de ellos en un cayuco que partió de Nuadibú a Canarias en 2020 y otros tres en enero del año pasado, todos chicos jóvenes.
De ninguno ha recibido noticias o la confirmación de sus muertes: un día subieron a una embarcación y no volvió a saber nada más de ellos.
Este migrante, afincado en España desde 2007, recibe a menudo mensajes desde su país de personas que han perdido el rastro de sus seres queridos, cuya mentes, ante la falta de información, navegan por diferentes posibilidades: ¿Estarán secuestrados? ¿Habrán sido arrestados en Marruecos?
Pero Ali conoce de cerca la realidad de la ruta canaria, que él mismo superó en dos ocasiones, una en 2006 y otra en 2007 tras ser expulsado: "Si pasan 20 días o un mes y no sabemos nada es que ellos no han llegado", explica.
Él recuerda perfectamente su travesía de 8 días comiendo arroz duro y cebolla cruda y bebiendo agua de mar: "yo llegué con cuatro muertos a Canarias y otro se tiró al mar por la noche porque se volvió loco", relata.
Sokhona entiende mejor que nadie a las personas que se meten en una barca para intentar llegar a Europa ante la falta de oportunidades de su país pero también los riesgos que esto conlleva, por lo que siempre que visita su pueblo intenta advertir a su gente del peligro.
"Cuando entras en la barca y te alejas 10, 20 kilómetros en el mar y miras hacia adelante y hacia atrás y no ves nada, solo agua... en ese momento pasa algo en tu corazón: te arrepientes, pero ya no puedes hace nada", narra este superviviente.
Y a partir de ahí, solo un pensamiento: "Si Alá quiere, llegarás, y si no quiere, no vas a llegar", reproduce Sokhona. EFE
(Recursos de archivo en www.lafototeca.com Código 22496092 y otros)