Ana Burgueño
San Sebastián, 8 ene (EFE).- Muy pronto, Eduardo Chillida supo que su luz no iba a ser la de esa Grecia cuyas esculturas clásicas tanto le fascinaban, que él pertenecía al Cantábrico. A esa luz oscura regresó desde París en 1951 para hacer del hierro su material natural y crear las obras con las que no tardó en obtener el reconocimiento internacional.
El documental 'Ciento volando', que llega a los cines este viernes, día en el que Chillida habría cumplido 101 años, se sumerge en la atmósfera gris de su tierra para acercar al público el retrato de un hombre que nunca pensó en trasladar su residencia fuera de su San Sebastián natal, pero que anclado en sus raíces estuvo permanentemente abierto al mundo.
Con este filme, dirigido por Arantxa Aguirre y estrenado en la pasada edición del Festival de San Sebastián, se cierran las celebraciones del centenario del nacimiento de Chillida.
Rodar en "el corazón" de Eduardo
Arantxa Aguirre pudo haber rodado en muy diversos lugares, pues las esculturas del artista vasco están repartidas por casi una veintena de países. La cineasta optó, sin embargo, por quedarse "en el corazón de Eduardo", junto al mar que le era imprescindible, al que entregó su 'Peine del viento' en un extremo de la bahía donostiarra y en ese espacio Chillida-Leku, que es una obra en sí misma.
Por las campas del museo y en el interior del viejo caserío que Chillida restauró junto a Pilar Belzunce, su mujer y sostén incuestionable, la actriz Jone Laspiur ejerce de guía para trazar la semblanza del creador mientras charla con quienes le conocieron y con otros que se han aproximado a él tras su muerte de diferentes maneras.
Entre ellos están su nieto Mikel, trabajadoras del museo y el jardinero Jexuxmari Ormaetxea, que cuida de las catorce hectáreas por las que se reparten las obras de Chillida en este espacio situado en Hernani, a pocos kilómetros de San Sebastián.
Participan asimismo colaboradores, expertos en arte y escultores como Koldobika Jauregi, fallecido el pasado mes de junio y al que está dedicada la película.
De una carta que el escultor escribió a su esposa, en la que le cuenta que ha desechado un proyecto que no le acababa de convencer para intentar hacerlo de nuevo, pues más valía "ciento volando que pájaro en mano", toma su nombre este documental.
Arantxa Aguirre explica a EFE que filmó entre 2023 y 2024 en cuatro fases para poder captar las luces y colores con las que la naturaleza se expresa en Chillida Leku según la época del año.
"También buscamos en qué consistía, dónde estaba, esa 'luz negra' de la que hablaba Chillida (en contraste con la blanca del Mediterráneo). Y desde luego los días de lluvia fueron un regalo", destaca la realizadora madrileña.
Además, siempre pensó en el público, en ofrecerle muchas más visiones de Chillida Leku que las que alguien guarda de una sola visita y otras que se producen cuando el museo aún no ha abierto, como "esas salidas del sol maravillosas entre la bruma".
La directora, que hizo rápidamente suyo este proyecto que le llegó por encargo, dice que, "paradójicamente", ahora sabe menos sobre Chillida.
"Llegas con una idea un poco estereotipada pero cuando profundizas te das cuenta de la magnitud de ese artista y de todo lo que te falta, de la inmensidad que hay por debajo, como un iceberg. Para mí, es ahora un enigma más grande. Es lo que pasa con los grandes artistas, que te puedes pasar la vida mirándolos y siguen provocando reflexiones e interpretaciones", subraya.
Escuchando a unos y otros, el espectador puede ir construyendo el perfil de un artista "lento", con "un nivel de autoexigencia descomunal", que afirmaba que cuanto más largo era el proceso creativo más capaz era de llegar adonde quería, lo que para él era una forma de ganar tiempo y no de perderlo.
Se hizo preguntas durante toda la vida y cada una de ellas las trasladó a sus obras, también a una ingente obra gráfica, fiel al blanco y al negro, que en ocasiones acompañó la creación ajena, como la del poeta Jorge Guillén y la del filósofo Martin Heidegger.
El hierro y el acero corten están entre sus materiales característicos, aunque trabajó igualmente con otros como el alabastro, la madera y la tierra chamota.
La música -la de Bach por encima de todo- y la lectura -recitaba de memoria a San Juan de la Cruz- fueron las grandes pasiones de Chillida, un hombre familiar, padre de ocho hijos, que esquivó el ocio de los bares y espacios públicos, y que tuvo entre sus amigos a Luis Martín-Santos, Gabriel Celaya, Joan Miró y Alexander Calder.
Admiró la obra de Picasso, a quien Pablo Palazuelo y él iban a conocer durante su estancia en París, pero el genio les dio plantón.
Su hija Susana, quien ha publicado en este año del centenario 'Una vida para el arte. Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, mis padres', piensa que quizá ese episodio influyera en la "gran asequibilidad" que mostró su padre, "sin ningún tipo de distinción", hacia quien quiso visitarle en ese espacio que guarda su legado y al que se podrá acceder ahora desde las salas de cine. EFE
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