Carlos Rosique
Valencia, 23 dic (EFE).- El Valencia, que inició el 2024 lanzado con un gran mes de enero que le metió en la lucha por entrar en Europa, ha pasado de aspirar a la zona noble a hundirse durante los siete últimos meses en una caída libre sin fin, ni tampoco precedentes, y que es insostenible para un equipo que empezará 2025 en descenso y con una compleja situación que sacar adelante.
Hasta el 20 de abril de este 2024, fecha en la que el Valencia perdió 1-2 ante el Betis y dio inicio a su más absoluta debacle, las palabras más repetidas entre el valencianismo eran las de "puestos de privilegio", la fórmula que Rubén Baraja empleaba para referirse a unos puestos europeos con los que el técnico no quería que su plantilla se obsesionara.
Sin embargo, esa derrota ante el Betis cortocircuitó a una plantilla ilusionada con llegar al menos a Liga Conferencia y que desde entonces perdió la tensión competitiva perdiendo cinco de los últimos siete partidos ligueros y empatando los otros dos y terminando noveno con 49 puntos.
Esa racha sin victorias en los siete últimos encuentros de Liga se alargó al inicio de una temporada, la 2024-25, en la que el Valencia no ha visto en ningún momento la luz al final del túnel.
Desde aquel 20 de abril, el Valencia ha jugado 24 partidos de Primera y sólo ha conseguido sumar dos victorias y ocho empates, completados por catorce derrotas, una racha sólo comparable a la vivida entre diciembre de 1985 y marzo de 1986, cuando el Valencia inició una agonía que completó un mes después consumando el, por el momento, único descenso de su historia.
Esa es la realidad que ahora vive el Valencia, inmerso ya en una situación límite cuando apenas han transcurrido dieciocho jornadas ligueras, pues está a cuatro puntos de la salvación a falta de una vuelta completa por disputar, tras perder la chispa con la que sí había contado a principio de año.
Sin ser el Valencia de otras épocas, el equipo de Rubén Baraja inició 2024 imbuido por la frescura de la juventud que atesoraba la plantilla. Javi Guerra, Fran Pérez, Cristhian Mosquera, Diego López... los futbolistas que una temporada antes habían salvado al equipo de bajar a Segunda empezaron el curso reivindicando un papel protagonista en Primera División.
Junto a Pepelu, el nivel anotador de Hugo Duro o las paradas de Giorgi Mamardashvili, el conjunto valenciano fiaba su clasificación liguera a la consistencia defensiva, ratificada por las grandes intervenciones del guardameta georgiano, y por la aparición de Duro para desequilibrar partidos muy parejos que se tornaron en victorias.
Así ocurrió ante el Athletic Club o el Almería, y también ante el Villarreal y el Cádiz a principio de año, cuando el Valencia explotaba las contras y, más allá de ganar, empatar o perder, competía cada duelo, como el empate a dos ante un pletórico Madrid que después ganaría la Liga y la Liga de Campeones.
Pero esa frescura se fue perdiendo y los encuentros estelares de Guerra o Mosquera, jugadores que fueron bautizados como 'la Quinta del Pipo', se tornaron en apariciones mucho más discretas este curso, con fallos incluso groseros como el de Mosquera en Valladolid o el penalti de este mismo domingo sobre Diarra.
Pese a no haber cambiado apenas el equipo, sólo la venta de un Mamardashvili que se quedó una temporada más como cedido, el equipo ha perdido esa electricidad que ahora sólo parece mantener Diego López y un participativo Luis Rioja.
Sin embargo, la indiferencia se ha apoderado de Mestalla ante la indolencia de un grupo de jugadores a los que, parece, no les alcanza para mantener al equipo en Primera División, a pesar de que hace apenas unos meses estuvieron peleando por entrar en Europa hasta que quedaron tres jornadas para el cierre del curso.
Más allá de los puntos, las peores noticias para este Valencia son las sensaciones de una plantilla agarrotada, sobrepasada y por momentos superada que deja atrás un 2024 en el que Hugo Duro ha sido el máximo goleador, mientras que el jugador con más partidos ha sido Pepelu, con 38, tres más que Hugo Duro y cinco por encima del georgiano Giorgi Mamardashvili. EFE
crn/cta/nam