China cierra 2024 con incertidumbre sobre la recuperación y decepción ante los estímulos

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Víctor Escribano

Shanghái (China), 19 dic (EFECOM).- ¿Qué ocurre con la economía china? ¿Y qué hará Pekín al respecto? Esos dos interrogantes han rodeado este año a la segunda potencia mundial, donde reina la incertidumbre sobre la recuperación y la disposición de las autoridades a ofrecer políticas sólidas de apoyo al crecimiento.

Atrás quedan los años de las subidas del PIB a doble dígito, y Pekín no solo lo ha reconocido sino que asegura buscar activamente el cambio de un crecimiento rápido a uno de “alta calidad”.

Pero no es únicamente este cambio de modelo lo que hace que la segunda economía mundial no termine de recuperar su brillo de antaño tras los años del ‘cero covid’.

Los analistas apuntan a factores como la baja demanda nacional. Tras el trauma de la covid, los chinos se muestran más cautelosos que nunca. Según una encuesta del banco central, un 62 % buscará ahorrar más aún en el futuro, cifra que roza máximos históricos y refleja reticencias al gasto.

A eso se suman los riesgos de deflación -entre enero y noviembre, el IPC promedia un 0,3 %- y una crisis inmobiliaria que no ha tocado fondo, un asunto peligroso dado que la vivienda es uno de los vehículos de inversión más populares y accesibles para las familias chinas.

De hecho, la mencionada encuesta del banco central muestra que tan solo un 13,3 % de los participantes tiene intención de invertir, la tasa más baja registrada.

Esta poco halagüeña coyuntura se ha traducido en un desplome de la confianza de los consumidores, que en los últimos meses ha rozado mínimos históricos, al igual que la del sector privado. El presidente chino, Xi Jinping, ha tenido que llamar a elevar los esfuerzos para conseguir el objetivo de crecimiento oficial, que se sitúa "en torno a un 5 %".

¿Estímulos insuficientes?

Durante mucho tiempo, Pekín se negó a apostar por fuertes medidas de estímulo para evitar la inflación que afectó a las economías occidentales tras la pandemia, por preocupaciones por la alta deuda pública, por la oposición de Xi al “asistencialismo” o para proteger el valor del yuan durante el ciclo global de endurecimiento monetario.

Fue precisamente el final de las subidas de tipos en Estados Unidos lo que pareció abrir la veda a los estímulos en China. Los inversores empezaron a oler pólvora, incluyendo ayudas al consumo, todavía más después de que, a finales de septiembre, las autoridades convocasen numerosas ruedas de prensa sobre medidas de apoyo.

Pero faltaba el detalle clave: ¿cómo de grande iba a ser el paquete? Y ahí fue donde llegó la decepción. El 8 de noviembre, las autoridades anunciaron programas por unos 1,4 billones de dólares pero centrados en canjear la ‘deuda oculta’ acumulada por los gobiernos regionales y locales del país.

Alicia García Herrero, de Natixis, ya había advertido que el anuncio sería “muy diferente” y que se centraría “más en limpiar la deuda tóxica que en estímulos de verdad”, y su compañero Gary Ng apuntó que el ahorro en intereses -unos 82.000 millones de dólares en 5 años, según las autoridades- dará más margen a los gobiernos locales para reactivar sus inversiones.

Los analistas daban por hecho que se anunciarían 825.000 millones de dólares en techo de deuda extra, pero también esperaban otros 550.000 millones en bonos especiales para adquirir terrenos sin construir o inmuebles sin vender como apoyo al maltrecho sector inmobiliario y en un plan de recapitalización para los grandes bancos estatales.

De la decepción... a Trump. Tras ello, ya en diciembre, las autoridades anunciaron el primer giro en 14 años en política monetaria, pasando de una "prudente" a otra "moderadamente flexible", avanzando asimismo un mayor déficit, más rebajas de tipos de interés y de ratios de reserva bancaria, una mayor emisión de bonos especiales del Tesoro a plazo 'ultralargo', una política fiscal "más proactiva" o "iniciativas especiales" para dar un "impulso enérgico" al consumo.

Sin embargo, analistas e inversores siguen sin fiarse del todo ante la falta de detalles: "Podríamos ver un repunte a corto plazo por los estímulos, pero no estamos convencidos aún de que las políticas de apoyo impidan que la economía se ralentice todavía más en 2025", apunta la consultora Capital Economics.

Reflejo de ello es la trayectoria de las bolsas chinas: el optimismo puso a Hong Kong en máximos desde 2022 tras ganar un 34 % en un mes. Desde ese pico, marcado el 7 de octubre, acumula una caída del 14 %, aunque supera aún su media anterior.

Similar tendencia se aprecia en la China continental, aunque con una ‘resaca’ menos acusada: el CSI 300, índice que sigue a los 300 principales valores de Shanghái y Shenzhen, ganó un 33 % en un mes; desde el 8 de octubre, ha perdido un 8 %.

Ahora, todo apunta además a un recrudecimiento de la guerra comercial con Estados Unidos ante el regreso a la Casa Blanca de Donald Trump, que fue precisamente quien la inició en 2018 y que en las últimas semanas ha prometido más aranceles contra China.

Si bien Capital Economics cifró únicamente en un 1,1 % del PIB chino el impacto de los aranceles estadounidenses de un 60 %, también indicó que Pekín permitirá una depreciación del yuan, limitando el impacto de esas tasas a un 0,7 %, y a un 0,5 % en caso de que no se ataje el trasbordo de mercancías a través de terceros destinos. EFECOM

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