Migrantes y ONG de acogida en Burgos: contra el rechazo, el bulo y la propia frustración

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Patricia Carro

Burgos, 24 nov (EFE).- Arriesgar la vida para vivir. Solo quien se ha encontrado en la tesitura de tener que embarcarse, literal y simbólicamente, en busca de un futuro de esperanza y huyendo de guerras, persecuciones políticas o pobreza, entiende lo que sienten y viven los miles de migrantes que llegan cada año a España, y que entre la acogida humanitaria bregan contra el rechazo, los bulos y la propia frustración.

“¿Cuántas personas tienen riesgo de inestabilidad residencial pero lo asumen como parte de la posibilidad de vivir? No tenemos esa vivencia de manera habitual en este pequeñito lugar del mundo”, apunta Marta Martínez, de Burgos Acoge, quien asegura que si tuviéramos que hacerlo, nos moveríamos igual y con la misma urgencia.

Burgos Acoge, Accem, Atayala y Cáritas son cuatro ONG que protagonizan esa primera acogida al migrante en Burgos, y cuyo trabajo se ha visto cuestionado después de que el Ayuntamiento anunciase que retiraba su ayuda a las tres primeras, acatando el PP una imposición de Vox, que se ha rectificado, pero que ha acabado con el pacto de gobierno municipal.

En una conversación con EFE, las ONG reconocen que para muchos españoles es difícil ponerse en la piel de los migrantes, la urgencia en la salida de sus países de origen, el desarraigo que conlleva, el imprescindible reajuste de expectativas cuando llegan a su destino y la frustración cuando no consiguen sus metas, o en los tiempos estimados.

La salud mental, algo de lo que no se suele hablar cuando se listan recursos y servicios a disposición de los migrantes, es fundamental, y también recibir una información veraz, para que puedan tomar decisiones, asumir responsabilidades y afrontar la vida “como cualquier persona”.

“Muchas veces vienen con unas expectativas que para nada van a poder cumplir, o en el tiempo que esperan”, insiste Martínez, simplemente por cuestiones burocráticas; también llegan con información muy sesgada, por la vivencia de otras personas, los medios de comunicación, las redes sociales, las series de televisión, “el capitalismo puro y duro”.

Hay una parte de subjetividad, matiza Esther Angulo, de Cáritas, pues con la información que reciben se construyen una idea que no suele ajustarse a la realidad. Y luego llega la frustración, ver que el tiempo pasa y no consiguen sus objetivos ni pueden ayudar a los suyos, a los que se quedaron en casa, que tampoco entienden lo que están viviendo.

“Es un descoloque absoluto”, insiste Martínez, y además no hay posibilidad de volver. Así que gestionar todo eso mientras se busca trabajo y vivienda, se aprende el idioma y a vivir en una sociedad diferente, requiere de mucha ayuda.

Olga Alonso, de Atayala, explica que cuando les preguntan a los migrantes qué es lo que más les gusta de Burgos la respuesta es clara: la tranquilidad; se refieren a la sensación de seguridad, incluso aquellos que viven en la calle.

Esther Angulo toma las palabras de la poetisa somalí Warsan Shire que dice que nadie pone a sus hijos en una barca si no cree que el mar es más seguro que la tierra.

Los migrantes asumen en primera persona un riesgo, mayor si es a través de sus hijos, convencidos de que merece la pena, de que es su única salida, aunque la aventura no acabe como piensan o desean.

La movilización de la sociedad burgalesa en defensa del trabajo de Accem, Burgos Acoge, Atalaya y Cáritas, que desembocó en la rectificación del PP, ha demostrado que Burgos es una ciudad solidaria, acogedora pero, sobre todo, consciente de que los migrantes ayudan a construir el estado del bienestar.

“A veces tenemos una manera de pensar un poco sectorial, como si estuviéramos jugando al Trivial y los quesitos no se tocaran”, comenta Martínez; pero el migrante que pasa por una de las ongs es el mismo que trabaja en una fábrica, cuyos hijos van al colegio y asiste a las actividades del centro cívico.

Olga Aguilar, de Accem, va mucho más allá y recuerda que son los migrantes quienes están sosteniendo la construcción, la hostelería, la economía de cuidados, la logística; “el talento que aportan es obvio, la capacidad de emprendimiento, también”, y los datos nos dicen que están repoblando la llamada España vaciada.

“Tenemos la obligación moral de poner en valor la riqueza que supone vivir en diversidad”, insiste Aguilar, y trabajar para conseguir una integración plena de los migrantes, que sea bidireccional, no solo de exigir sino de dar, porque son parte de nuestra sociedad, son nuestros vecinos, ciudadanos de pleno derecho. EFE

(foto)

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