Sergio Andreu
Barcelona, 24 nov (EFE).- Emilio es el último habitante de un pequeño pueblo de Teruel, un nonagenario que se niega a dejar su casa y sus campos, un personaje de ficción creado gracias a los recuerdos de muchos agricultores "resistentes" como él, con los que el dibujante David Sancho siembra la historia de la novela gráfica 'Barbecho'.
Sancho (Teruel, 1997) ha pasado su último año de vida dedicado a este proyecto, con el que ganó, en noviembre de 2023, el XVII Premio Internacional de Novela Gráfica Salamandra Graphics (dotado con 10.000 euros, para el que presentó un borrador de quince páginas), y que sirve de metáfora melancólica de lo ocurrido durante décadas en miles de municipios del interior de España, un proceso de trasvase demográfico del entorno rural a las ciudades.
"No quería hablar de un pueblo en concreto, sino intentar buscar, más allá de sus particularidades y de la dureza del trabajo agrícola, los puntos en común que tienen muchos de ellos", comenta a EFE el autor, que reside en Barcelona.
Detalla así Sancho cómo llegaron a estos municipios, desde mediados del siglo XX, los primeros tractores, el suministro de agua, el asfaltado de calles, el teléfono o la televisión, una modernización que no impidió el éxodo a la ciudad.
El "pueblo de Emilio" no tiene nombre ni sale en los mapas, pero casi sería posible ubicarlo en un plano, sin errar demasiado, por medio de las localidades "vecinas" que citan los personajes de la novela: Rillo, Perales, Argente, Fuentes Calientes... localidades del altiplano turolense, a más de 1.200 metros de altitud, paradigma de la España vaciada, y cuyos habitantes han emigrado tradicionalmente a Zaragoza y Valencia, pero también a la más lejana Barcelona.
"Son historias que he oído toda la vida, cosas de mi familia, de la gente del pueblo de mis padres, Pancrudo, y lo he extrapolado a lo que ha ocurrido en estas zonas. No quiero hablar en nombre de nadie, pero estamos ante una historia común. Cuando estoy con gente de Barcelona algunos me dicen 'mis abuelos son de un pueblito de Teruel o de Huesca'... es la historia de muchos de nosotros", subraya.
'Barbecho' (Salamandra Graphics), que se ha publicado estos días, recurre a los 'flashbacks' y a las cartas que escribe y recibe para seguir la vida de Emilio, desde la oscuridad gris de la Guerra Civil y la posguerra, hasta la llegada de la democracia, la aparición del movimiento 'Teruel Existe', y de reivindicaciones similares en otras provincias de interior, para frenar la despoblación.
Además de la documentación realizada con revistas y testimonios cercanos para explicar cómo se fueron urbanizando y "tecnificando", los pueblos de estas comarcas -también con el reciente desembarco de campos de placas solares en sustitución de los cultivos tradicionales- Sancho utiliza como inspiración gráfica material de la época procedente de fotografías de familia y otras fuentes.
El tono de una historia que habla sobre la despoblación, sobre el cierre del último bar o la última tienda del pueblo y la marcha de su último habitante difícilmente podría ser optimista.
A pesar de ello, Sancho, que mantiene un fuerte vínculo con el pueblo de sus padres (con sus 114 habitantes) y que reconoce lo complicado de la vida rural en un clima extremo y con comunicaciones deficientes, mantiene una rendija para la esperanza.
"Lo que quería transmitir es que estos pueblos no están muertos, lo que cambia es el estilo de vida que ha habido hasta ahora. Pero eso no quiere decir que tengan que desaparecer. Si hay voluntad se pueden hacer cosas, la gente de los pueblos es muy resiliente. Pero el tema requiere atención, que se tomen cartas en el asunto", argumenta.
Desde el punto de vista gráfico, Sancho se decanta por el trabajo manual con guaches y lápices de madera, "que son muy versátiles y permite corregir mucho los errores".
El historietista turolense utiliza "distintas paletas de colores en cada salto temporal de la novela" y acierta al elegir el formato apaisado para contar esta historia rural, una opción que facilita las descripción de los paisajes y del trabajo en el campo, con escenas que recuerdan al 'Angelus' de Millet, donde sobrevuelan los vencejos a los que parece escucharse mientras se lee.
"Desde el principio tenía en la cabeza el formato horizontal. Cuando pienso en mi pueblo, pienso en la horizontalidad, en campos y campos que ves hasta el final... y contribuye además a dar a ese ritmo pausado que necesita la historia, como es la vida en el pueblo, donde las cosas pasan poco a poco. El formato apaisado me evocaba ese ritmo. Es perfecto", desvela el dibujante. EFE
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