Sevilla, 23 nov (EFE).- 'Los heterodoxos del toreo' (1979) inician el rescate reivindicativo de la obra de Carlos Fernández López-Valdemoro, 'José Alameda' (Madrid, 1912-México DF, 1990), del olvido para nuevas generaciones de aficionados y lectores ajenas a la trascendencia de este gigante de la literatura taurina desde su exilio mexicano.
'Los arquitectos del toreo moderno' (1961), 'Historia verdadera de la evolución del toreo' (1985) o 'El hilo del toreo' (1989) delimitan como grandes hitos la trascendente obra taurina de Pepe Alameda junto a los 'Heterodoxos', reeditada por 'El Paseíllo' en su colección de clásicos inaugurada por la 'Historia del toreo', de Néstor Luján.
Con ilustraciones del matador de toros californiano Robert Ryan (1944), autor de las 'Capas de olvido. Desde las playas de California a las profundidades del toreo', también rescatada por la editorial sevillana, Alameda mantiene que "son los grandes ortodoxos los que dan el tono" porque "el anticristo no puede existir sin el Cristo. El diablo fue antes ángel", afirma.
"Que no sabe torear es lo que se dice siempre del torero que no se sujeta a las escolástica vigente en su momento. Lo dicen los escolásticos (...). Siempre que un lidiador, a su hora, en su día y a su manera puede con un toro es que sabe torear, aunque no lo sepa según el catecismo, la cartilla -o falsilla- de la artesanía. En ese margen, en esa marisma, se inscribe la nómina, corta y brillante de los heterodoxos", escribe Alameda del mexicano Luis Procuna, el 'Torero' de la película de Carlos Velo.
Pese a entrar en este "tema agridulce de la heterodoxia", el escritor hispano-mexicano rinde "tributo a los grandes ortodoxos, cimiento y cúpula de esa rara hazaña de tres siglos que se llama el arte de torear". Y precisa que, no obstante, la influencia de estos toreros es tal que "ninguna figura adquiere sentido si no es en relación con su contexto".
Curro Cúchares o la imaginación; El Espartero o la predestinación; Reverte, Rafael 'El Gallo', Juan Belmonte, Victoriano de la Serna, 'El torero intrasitivo', Manuel Benítez 'El Cordobés', el 'Antimágico'; y los mexicanos Carmelo Pérez, Carlos Arruza y Luis Procuna son los hitos con los que Alameda jalona su particular paisaje de heterodoxos.
Pepe Alameda llega al toreo sin quererlo pero predestinado, no lo busca aunque está en él desde que se estrenó como espectador en una corrida de toros cuando era un niño de pantalones cortos en Marchena (Sevilla), y lo hace con el bagaje de la literatura, el arte, la historia y de las amistades de su infancia y adolescencia en la Sevilla y Madrid de antes de la Guerra Civil.
´Los arquitectos del toreo moderno', donde reivindica revolucionariamente al sevillano Manuel Jiménez 'Chicuelo' como inventor del toreo ligado, fue su primera obra taurina en México y fue editada por el político y editor exiliado Bartomeu Costa Amic.
Costa ya había estado en México ante el final de la Guerra Civil en una misión del POUM para buscar apoyos del Gobierno mexicano y contactar con León Trotsky para, por encargo de Andreu Nin, buscarle asilo en Cataluña ante la sombra amenazadora de Stalin, para Trotsky y para el propio Nin.
Ese fue el ambiente que se encontró al llegar a México Pepe Alameda, hijo de Luis Fernández Clérigo, vicepresidente de las Cortes republicanas, subsecretario de la Presidencia con Manuel Azaña y presidente de la Diputación Permanente que organizó la última sesión del 1 de febrero de 1939 en Figueras. Además, fue amigo del 'Califa de León', Rodolfo Gaona, y de Chicuelo, otro dios del toreo mexicano.
Sobrino del Conde de las Navas, bibliotecario de la Casa Real con Alfonso XIII y quien le puso a los toros el apelativo de 'Fiesta nacional', Pepe Alameda estudia en el colegio jesuíta de Villasís en Sevilla, donde fue compañero de Angelito Fuentes, hijo del maestro Antonio en quien Guerrita dejó el cetro, va a los toros y se empapa el lenguaje de ganaderos, mayorales y toreros como Juan Belmonte, con el que toreó y supo del temple.
En Madrid estudia en El Pilar junto a sus amigos José María Jardón y Livinio Stuyck, creadores de la Feria de San Isidro. Se licencia en Derecho y trata a Lorca, Altolaguirre, Prados y Cernuda antes de exiliarse y empezar a trabajar como traductor en la oficina de Francia Libre a las órdenes del antropólogo Jacques Soustelle, posterior ministro de Información y Cultura del general De Gaulle.
Cuando llegó a México, cuando ya su hermana se había casado con el maestro de Borox, Domingo Ortega, no se relaciona con el mundo de los toros pese a que, por los periódicos que le mandaban a su casa madrileña Gaona y Chicuelo, se conocía al dedillo las crónicas de Verduguillo, Monosabio, Necoechea o Gonzalo Espinosa.
Una entrevista de radio le abrió casualmente las puertas de la crítica en los grandes medios mexicanos y, con el paso del tiempo y el poso, en Colombia, Venezuela, Ecuador y España desde 1972, con el lema que siempre llevó por bandera de que "el toreo no es graciosa huida sino apasionada entrega" en la que "el toro es el que da la medida del torero", ortodoxos y heterodoxos. EFE