Madrid, 18 nov (EFE).- El Museo Nacional del Prado ha inaugurado este lunes la exposición “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro”, una muestra que reflexiona sobre el éxito de la escultura policromada barroca a través de casi un centenar de esculturas de maestros como Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Juan de Juni, Francisco Salzillo, o Luisa Roldán.
Junto a ellas, pinturas y grabados que, “como en un juego de espejos”, las emulan o reproducen, y piezas clásicas que dan testimonio de la importancia del color en la escultura desde la Antigüedad, ya que, como dejó escrito el pintor y tratadista Antonio Palomino a finales del XVII, “dándose la mano, estas dos facultades, escultura y pintura, sube mucho de punto la perfección”.
Prueba de que las esculturas clásicas estaban policromadas son una elegantísima Venus del siglo I a.C. prestada por el Museo Arqueológico de Nápoles que abre la exposición, y la frase del humanista Pablo de Céspedes, del siglo XVI, destacada en la muestra: “Algunos piensan que es nuevo el retocar las esculturas y pintar sobre la piedra, pues dice Plinio que preguntando a Praxíteles qué obras suyas de mármol aprobaba, respondía que aquellas en quienes Nicias, el famoso pintor, había puesto la mano”.
Así, el comisario de la muestra y jefe del Departamento de Escultura del Prado, Manuel Arias, ha explicado que la unión de pintura y escultura en el barroco español “no solo logró elevadas cotas de excelencia, sino que potenció la eficacia devocional de las imágenes, su capacidad para convencer y emocionar”.
La corporeidad de la escultura propiciaba una correspondencia directa y natural, y dotaba a lo divino de una apariencia tangible y humana, que se hacía más creíble a través de la gestualidad, ha apuntado.
El comisario ha destacado el esfuerzo realizado para identificar no solo a los escultores de las obras sino, por primera vez, también a los “policromadores”, verdaderos artistas que aportaban relevancia, sofisticación y cercanía a las tallas.
Este es el caso de una gran escultura de San Fernando, de finales del XVII prestada por la catedral de Sevilla, en cuya cartela se detalla que el escultor fue Pedro Roldán y la policromadora, Luisa de Valdés.
La exposición también incluye cinco esculturas de madera policromada de reciente adquisición entre las que cabe destacar sendas figuras de ‘El buen y el mal ladrón’ crucificados con Jesús, de Alonso Berruguete; un gran San Juan Bautista de Juan de Mesa, que viste la túnica de piel de camello cubierta con un movido manto rojo, estofado sobre dorado, trabajado con gran profusión, en una ancha orla con motivos vegetales y coloristas realizados con esgrafiados y decoración a punta de pincel.
Y unos bellísimos José de Arimatea y Nicodemo, dos esculturas vinculadas entre sí como parte de un conjunto representando la escena del Descendimiento de la cruz, del que no ha llegado la figura de Cristo en el momento de ser desenclavado.
Ambas figuras, visten, sobre la saya o aljuba, una prenda que se empleó en el siglo XIII, llamada pellote, con una interesante decoración de motivos heráldicos, que les proporciona un singular interés.
Estas nuevas adquisiciones forman parte del plan del Museo del Prado de aumentar su colección de escultura y su progresiva integración en las salas del museo, “en conversación” con los cuadros de la pinacoteca.
Para el director del Prado, Miguel Falomir, incorporar más escultura es un paso más en el esfuerzo que está realizando el museo se trata de “revertir ausencias” para revertir discriminaciones por sexo, con la inclusión demás artistas mujeres; geográficas, centradas solo en arte europeo, y de materiales, por la que las esculturas solo podían ser de mármol o bronce, y las tallas en madera policromada se consideraban “un arte inferior”. EFE