Eva Ruiz Verde
València, 9 nov (EFE).- Silvia volvía en la tarde del 29 de octubre junto a su marido, Sergio, y sus hijos de 4 y 5 años después de visitar a los abuelos, cuando a 300 metros de su casa subieron el coche a la acera porque el agua estaba "subiendo un poquito". Lo siguiente que recuerda es que pedir que la riada "me llevara a mí y no a ellos", asegura.
Todavía con la emoción y la huella de todo lo vivido en su rostro, Silvia repasa este sábado las que han sido las peores horas de su vida frente a los agentes de la Guardia Civil Álvaro y Alejandro, que durante la noche de la riada pusieron a salvo a toda la familia junto a otras personas que habían quedado atrapadas en la glorieta de entrada al polígono de Ribarroja (Valencia).
"Creo que tengo un ángel de la guarda, una flor en el culo o que a lo mejor Dios nos quiere, porque si no no me lo explico", asegura Silvia, que a día de hoy cuenta que perdió completamente "la noción de tiempo y espacio" durante las más de doce horas que pasaron en el agua hasta su rescate.
La crecida del agua hizo flotar su vehículo hasta que llegó un momento en el que, "sin saber cómo, el coche desapareció" y ellos se quedaron en el agua, cada uno con uno de los niños, que "habían reaccionado de distinta manera: el pequeño no hablaba, la mayor no dejaba de gritar".
Vehículos a la deriva hicieron "una especie de plataforma" en la que pudieron protegerse al estar rodeados por ella hasta que vieron un camión de reparto de butano y pidieron al conductor poder dejar a los niños a refugio durante un tiempo.
Cuando las circunstancias lo permitieron, Silvia y Sergio treparon al techo de uno de los coches, hasta donde llegaron después los dos agentes de la Guardia Civil, que habían empezado a trabajar a última hora de la tarde "sin tener conciencia todavía de lo que estaba pasando y de cómo iba a ser la noche".
Lo primero que hicieron fue encontrar un camino de unos 200 metros lleno de agua al final del cual había gente atrapada. "Teníamos que sacarla de allí porque no sabíamos qué podía pasar después", relata Alejandro, que añade que se decidieron a cruzar "sin ninguna duda".
"Atravesamos como pudimos y fuimos preguntando vehículo a vehículo hasta que nos dijeron que había niños, que ya se convirtieron en nuestra prioridad", añade Álvaro, que precisa que intentaron "darles calor, hablar con ellos e intentar relajar la situación".
Explican que hubo un momento de "tranquilidad" cuando consiguieron poner a los niños a salvo y "asegurar al menos eso" y que a partir de ahí "ya fue toda la noche así, sacando gente sin parar todo el rato", yendo nave por nave en la zona del polígono y encontrando "en algunas 20 personas, en otras 50 y en otras hasta 100".
En una situación como esta, cuentan los agentes, "no da tiempo a pensar mucho: si tu compañero da un paso adelante tú vas detrás, no piensas en qué puede haber después, porque en ese momento hay gente que te necesita".
Ellos afirman que psicológicamente es de las experiencias que más les han "impactado", mientras Silvia asegura que sus hijos siguen haciendo comentarios que muestran su reacción ante aquel día.
"Hoy el pequeño me ha dicho desayunando que no quiere que vuelva a llover tanto como ese día", explica la mujer, que muestra su orgullo también por "cómo se portaron" los pequeños y "lo valientes que fueron", además de mostrar a Álvaro y Alejandro su "agradecimiento infinito". EFE
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