Roberto Jiménez
Valladolid, 9 nov (EFE).- Viajaban en los topes, sorteaban el acoso de los mayorales, engañaban el hambre y despreciaban la vida en capeas de toracos resabiados y vara larga en busca de la gloria y para burlar la miseria: la figura del torerillo romántico desaparece con la muerte, a los 98 años, de Conrado, el último maletilla.
A secas, así se le conocía a Conrado en las dehesas, capeas y pueblos de Castilla la Vieja, León, Extremadura y Portugal donde se licenció en la universidad de la vida en un ejercicio de libertad, afición y romanticismo que inició en 1942, con apenas 16 años, y concluyó en 2008 tras ser corneado en Torrejoncillo (Cáceres).
Conrado Abad Gullón, nacido en 1926 en Castrocontrigo (León) y destetado en la sanabresa Molezuelas de Carballeda (Zamora), se empeñó en contradecir en todos sus términos la dedicatoria con la que el escritor Ángel María de Lera abrió "Los clarines del miedo" (1956), la novela más lograda de temática taurina.
"A los héroes del hambre y del miedo. Nadie les recuerda porque no alcanzaron un nombre. Muchos de ellos, sin embargo, dejaron su vida en las capeas y todos su juventud", escribió Lera en el frontispicio de la novela donde describió con tanto verismo como crudeza el submundo de las capeas, escuelas de vida y de muerte.
Muchos se echaron al camino para hacer lunas en cerrados, calentar tapia en tentaderos y trenzar paseíllos en plazas de carros, aquellas capeas que abominó Noel en sus bellas diatribas literarias, retrató Gutiérrez-Solana en aquelarres taurómacos y describieron en letra romántica Antonio Díaz-Cañabate y Luis Fernández Salcedo entre otros.
A Conrado sí se le recuerda, su tez curtida, cuerpo enjuto y fibroso con el pelo blanco, al maletilla que en 1958 prestó su muleta a un Viti en agraz, que coincidió con El Cordobés en los caminos, alternó con una legión de torerillos en los pueblos y que en 1963 ganó el prestigioso Bolsín Taurino de Ciudad Rodrigo (Salamanca), donde fijó su residencia desde finales de la década de 1960.
En una casa de empeño de Sevilla dejó su gabardina nueva por las 125 pesetas que le costó una muleta de segunda mano, probablemente la misma que utilizaría en 1944 cuando el 3 de septiembre cortó una oreja en un festejo de promoción celebrado en Bilbao y cuyo cartel reproduce Ángel Sánchez Peinado en la biografía que le dedicó en 2011 ("Conrado, el último maletilla").
En aquellos años cuarenta de una España de posguerra envuelta en miseria y ajustes de cuentas, Manolete, Pepe Luis, Arruza y Luis Miguel eran referentes de estos aficionados que veían en el toro una manera rápida de escapar del hambre. Algunos los lograron, otros se quedaron en una mesa y otros regresaron a casa.
En 1952 Conrado vio morir a un compañero en Masueco de la Ribera (Salamanca), tampoco vio una salida clara como torero al no prosperar incluso después de ganar el Bolsín, pero nunca orilló su condición de aficionado práctico en capeas y festejos populares donde manejó la muleta incluso octogenario.
El Puñales, Pechoduro y Lete, como así se le conocía a Conrado, sufrió en 2002 una fuerte cogida en Coria (Cáceres), a los 82 años, que no le arredró, hasta que en 2008 cerró su trayectoria con un percance en Torrejoncillo. En 2011 pegó los últimos muletazos a una mamona durante el homenaje que recibió.
Vivió siempre en torero, se ganó la vida como temporero y en otros oficios puntuales, nunca abdicó de su condición de maletilla y gozó de una gran popularidad en el mundillo: firmaba autógrafos, se retrataba con aficionados, conversaba con las figuras y era invitado a numerosos actos.
Pasó los últimos años de su vida en una vieja camioneta donde tenía su morada hasta que pasó a una residencia donde hace un mes enfermó de coronavirus, principio de los problemas respiratorios que han acabado con su vida.
Ha muerto el torero Conrado, a secas, un maletilla más como los berlanguianos Limeño, Cartujano y Tejaíllo ("La vaquilla"); el Aceituno y Filigranas ("Los clarines del miedo"); el Poto, el Nono (Andrés Vázquez), el Renco (El Cordobés), el Duende y el Lobo entre otros de carne y hueso como Iván Fandiño, curtido en talanqueras de Guadalajara, y Sevillita, que del camino pasó a la escuela de Madrid. EFE