Nacho Herrero
Alfafar (Valencia), 3 nov (EFE).- El Parque Alcosa es un barrio obrero en el límite de Alfafar (Valencia) con Massanassa, una zona con pocos recursos y muchos problemas acostumbrada al abandono institucional, una dura realidad que ahora les ha servido para organizarse sin apenas apoyo para recuperarse como pueden de la devastación de la dana que sin aviso les azotó el pasado martes.
“Aquí estamos muy acostumbrados a hacer comunidad. Somos un barrio obrero y estamos acostumbrados a hacer comunidad, no a esto porque es una desgracia y es la primera vez que pasa, pero sabemos unirnos. Nos conocemos todos y estamos colaborando”, cuenta a EFE Sergio.
Es uno de los muchos voluntarios que colabora en la organización de la ayuda en el centro social Ausias March, la fachada de un barrio en el que viven casi diez mil personas a la vía principal. “El 90 % lo hemos hecho los vecinos con alguna colaboración del ayuntamiento porque hay algunos concejales. El ejercito vino ayer, que fue cuando vinieron también los camiones y las máquinas pero hemos estado cuatro días abandonados”, cuenta.
Fueron los propios vecinos los que, con cinchas que se iban pasando, consiguieron despejar de coches algunas de las calles. Cuando llegaron las grúas ya había mucho trabajo hecho.
Decenas de vehículos destrozados se amontonan aquí y allá, una imagen que parece que durará semanas y que en cualquier otro momento tendría a cientos de curiosos alrededor pero a la que vecinos y voluntarios ya se han acostumbrado. Ya ni miran.
“Ayer (por el sábado) vinieron camiones de toda España y los descargamos en cadena. Ahora hay un equipo clasificando y otro organizando y repartiendo a los vecinos lotes de comida y de ropa”, apunta Sergio. Una joven del barrio era la encargada de dirigir toda la operación con la destreza de quien dirige una empresa de logística.
Hay una pared entera de botellas de agua apiladas que los vecinos pueden coger cuando pasan, lo mismo que la fruta fresca. Las relaciones con diferentes asociaciones que les han echado una mano en épocas de abandono les facilitó decenas de proveedores solidarios que contactaron con ellos en cuanto pudieron.
En otra de las caras de este edificio Olga coordina un punto de atención sanitaria. “Lo hemos montado con voluntarios de diferentes servicios. Tenemos pediatría, una consulta médica, incluso una pequeña unidad de reanimación para críticos”, cuenta.
“Tenemos gente en la calle llevando medicinas y atendiendo y si necesitamos ir al hospital tenemos un 4x4 de los que han venido de Cantabria”, explica mientras Alejandro, también voluntario, pone orden en la fila no sin algunos problemas.
En el interior del centro social hay una especie de centro de mando. De ahí sale Noelia, vecina del barrio y concejala de Alfafar. Ella es una de las personas que coordina a decenas de personas que entran y salen, que en otro momento parecerían desorganizadas y ahora son uno de los ejemplos de mayor eficiencia de todos los pueblos afectados por la dana en la comarca de l’Horta Sud.
“Aquí todos nos conocemos. Es muy familiar. El barrio es una familia y el despliegue que han hecho los vecinos es brutal. Si no llega a ser por la gente del pueblo y por los voluntarios no sé qué habría pasado. Aquí no venía nadie así que surgió organizarnos”, explica. “A los ayuntamientos nos han dejado atados de pies y manos”, critica.
“Ha venido gente de todas partes y ha sido por la organización que tenemos aquí entre los vecinos. No tardaron dos segundos en responder. Ha sido gracias a nuestra organización como vecinos y vecinas y a todo la gente que ha venido que lo estamos sacando a flote porque los tres o cuatro primeros días han sido horribles. Emociona ver a tanta gente ayudando de manera totalmente altruista, limpiando las calles, los patios, preguntándote qué necesitas y ofreciéndote comida. Increíble”, resume.
Un camión del Ejército se interna en el barrio. “Olé, que bien que hayáis venido ya. Que vengan más”, jalea una vecina. Una brigada de militares llevan toda la mañana tirando de palas para despejar otra de las entradas al edificio.
La organización que se ve atrae voluntarios. Son muchos los que pala en mano entran a preguntar a donde pueden ir a ayudar. También Javier se ha ‘pegado’ a este centro con su puesto de comida ambulante.
“Lo hago de manera altruista. Yo no soy cocinero, cocino habitualmente en mi falla y de ahí he cogido las mesas y los cacharros. Creo que comida hay de sobra pero también que se agradece algo caliente”, explica. Caldo caliente, café, magdalenas…su menú es variado.
El éxito lo demuestra el flujo constante de vecinos y voluntarios. Esa misma corriente confirma que la restricción de circulación que se impuso en la noche del sábado ha sido obviada por completo. “Leí el decreto pero llevo tres días viniendo y decidí que iba a venir igual. Y si me multan, que me multen. Pero no le veo mucho sentido a que tenga que venir escondiéndome por los campos”, lamenta Javier, que llega de València. EFE
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