Luis, un superviviente de Paiporta: Asumí que íbamos a morir

Sobrevivientes del desbordamiento en Paiporta relatan momentos de terror y la falta de avisos, mientras agradecen a héroes inesperados en una experiencia que les hizo asumir la muerte como inminente

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Nacho Herrero

València, 31 oct (EFE).- Luis Soler y su mujer Andrea, de 34 y 32 años, estuvieron a punto de morir el martes en Paiporta cuando un “puto río" de agua y lodo arrasó esta localidad de Valencia pero su pericia, la heroica actuación de un vecino y una buena dosis de suerte les permitió sobrevivir. "Asumí que íbamos a morir", admite.

Eso sí, sobrevivieron en un caos del que denuncian que nadie les avisó. Algunas de las personas con las que se cruzaron en esa dramática media hora no pueden contarlo, lamentan mientras Luis relata a EFE cómo fueron esos 30 minutos de terror.

Ahora no quiere bajar a la calle: “No quiero ver cadáveres. Vivimos en una zona de obra nueva donde hay varios fosos. Supongo que mi coche está en uno de ellos pero ahí debe haber también personas. Nosotros hemos vuelto a nacer. Nos tocaba salvarnos. Nadie nos avisó ni nos dijo nada. Esto se podía haber evitado”, asegura.

A Luis le operaron de la espalda hace un mes para sustituirle un disco e implantarle otro de metal. “Hace una semana ni podía caminar. Ahora mismo no sé cómo pude subirme a un coche, a unos palés, saltar o aguantar esa corriente. No sé de dónde saqué la fuerza”, reflexiona.

A mitad de tarde, en el grupo de whatsapp de la comunidad de vecinos en la que viven alguien dijo que convendría sacar los coches del sótano por si entraba agua. Él, en chanclas porque no podía conducir, acompañó a su mujer.

“Al ver que había agua en el barranco (del Poyo), los vecinos dijimos de sacar los coches. Se había desbordado pero vivimos a un kilómetro del barranco y pensábamos: 'aquí llegará agua seguro, pero poco a poco'. El problema fue el 'efecto grupo', cuando dijeron que había que sacar los coches que estaban en un segundo sótano. Fue una locura bajar -admite-, pero no es lo mismo vivirlo que contarlo”.

La crecida, explica, fue cosa de pocos minutos. “Cuando nos asomamos al balcón no había nada de agua, ni cuando entramos a sacar el coche, pero al abrir la puerta para sacarlo vimos que había ya un río pero era de un palmo. Pusimos el freno de mano y nos bajamos”.

Ya solo pudieron abrir la puerta del conductor porque la del copiloto estaba bloqueada por el agua. “Eran las 19.21. Lo sé porque le envié una foto a mi padre”, apunta.

“Al bajar ya nos llegaba por la cintura. No sabíamos qué hacer, teníamos nuestra casa a veinte metros pero vimos a gente que ya se caía por la fuerza del agua y decidimos subirnos al capó. Primero subió mi mujer, luego iba yo y pasó un hombre, que venía arrastrado por la corriente desde no sé dónde. Me agarró del pie, lo intenté aguantar y subirlo al coche pero se me llevó el pantalón, me desnudó y desapareció. Ese hombre está muerto, seguro. No me cabe duda. No se me olvida su cara”, declara.

La fuerza del agua levantó el coche con ellos arriba y les arrastró. Al entender que no podían controlar hacia dónde iban y que era muy inestable decidieron saltar.

“Conseguimos agarrarnos a unos palés que había en una obra cercana. No eran de madera, sino de cemento. Pesarían dos o tres toneladas. El agua movía los coches como si fueran de juguete. Se chocaban contra donde estábamos. Yo ahí subí semidesnudo. Éramos unas diez personas y los vecinos nos tiraron ropa”, agradece.

En ese momento sonó su teléfono. Era su padre, alarmado por las noticias que empezaban a circular. “Le dije que estaba bien porque no quería decirle adiós, no quería despedirme así, pero cuando vimos que los palés empezaban a moverse, nosotros sí nos despedimos, pensamos que íbamos a morir”, confiesa.

Con un agua que estiman había crecido ya hasta los dos metros, los palés empezaron a moverse y decidieron abandonar esa ubicación. “Le dije a Andrea: 'cuando veamos que se mueven mucho, saltamos y tratamos de agarrarnos a algo más adelante'", apunta. Ambos son buenos nadadores.

"Cuando saltamos, el agua nos hundió, tragué agua y barro y al levantar la cabeza no vi a Andrea. De potra, me di contra una señal de STOP en la que se había empotrado un coche. El agua nos había arrastrado unos 300 metros. Andrea estaba allí porque un hombre le había agarrado por la cintura. Ese hombre salió del abrigo del coche y la salvó. Sin él, estaría muerta”, afirma sin dudarlo.

Durante unos momentos aprovecharon ese efecto pantalla, pero cuando vieron que el agua también iba arrastrar el coche y que les podía arrastrar a ellos en su camino pensaron que tampoco podían quedarse allí.

“Se nos ocurrió cruzar la carretera, que es de doble sentido, andando, abrazados en cadena y contra la corriente. El agua nos llegaba al cuello, no sé cómo aguantamos la fuerza que tenía. Aprovechábamos cuando algunos coches que bajaban hacían algo de tapón. Llegamos a la puerta de otra comunidad. Había otros tres coches que taponaban la puerta”, recuerda. Fueron una decena de metros que se les hicieron eternos.

“De nuevo este hombre que venía con nosotros nos salvó. Se tiró al agua y se puso a intentar abrir la puerta. Nosotros le gritábamos que la rompiera o que hiciera lo que pudiera. Sin él habríamos muerto. Si esto sirve para que lo lea, todo nuestro agradecimiento. Tengo su cara grabada, cuando lo vea lo reconoceré”, dice convencido.

Su salvador contó con la ayuda de un vecino que bajó rápidamente a ayudarle, pese a ser consciente de que estaba abriendo la entrada a un torrente de agua. Todo ocurrió en apenas treinta minutos. Mar y Raúl les acogieron en su casa, un gesto que agradecen profundamente. Ahora, ya en su domicilio, trata de asumir la “locura” que vivió. EFE

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