Isabel Mellén: "La Edad Media ha sido el chivo expiatorio de la Historia"

Isabel Mellén destaca el papel del sexo en la legitimación de las élites sociales durante la Edad Media, cuestionando la visión restrictiva impuesta por la Iglesia y analizando su repercusión en la iconografía románica

Guardar

Jose Oliva

Barcelona, 20 oct (EFE).- La historiadora del arte Isabel Mellén, autora del ensayo 'El sexo en tiempos del románico', asegura que "la Edad Media ha sido el chivo expiatorio de la Historia, adonde se ha trasladado todo lo que no gustaba, aunque fuera de otro periodo, como la caza de brujas, que se produjo en la edad moderna".

En 'El sexo en tiempos del románico' (Crítica), la autora alavesa demuestra que "entre los siglos XI y XIII tuvo lugar una intensa lucha por el poder político en la que el sexo, o su ausencia, se convirtió en uno de los principales argumentos legitimadores de las élites sociales", ha explicado en una entrevista con EFE.

Advierte Mellén que en los siglos XIX y XX hubo "un interés en oscurecer la Edad Media, por la concepción desbordante del sexo que tenía la sociedad medieval, sin apenas tabúes, incluido el incesto, practicado por la monarquía como forma de eugenesia y de selección de linaje y también por la nobleza del románico, y eso era un espejo incómodo".

En aquella sociedad medieval, continúa, "el adulterio estaba normalizado y permitido dentro de ese contexto nobiliario, la clase que, junto con la Iglesia, es la que encarga las imágenes".

En su libro anterior, la autora ya analizó el papel de la mujer en la construcción del románico y en la elección de la iconografía, en la que los motivos sexuales eran uno de los principales, "algo que obligaba a replantear lo difundido por la historiografía actual".

Vulvas, partos, penes erectos y parejas en pleno coito pueblan las iglesias románicas españolas repartidos por portadas, capiteles y canecillos.

"Lejos de tratarse de una representación del pecado, como a menudo se han interpretado, muestran una sexualidad mucho más abierta y acorde con la mentalidad de quienes promovieron la construcción de estos templos", apunta Mellén.

En el fondo, son "herederos todavía de la sexualidad de Roma, con algunos matices, porque la sexualidad femenina tiene mayor relevancia en la Edad Media que en la sociedad romana, como se constata en las diferentes fuentes que hablan de una normalización absoluta de la vida sexual".

Esa idea más reduccionista del sexo es impulsada por la Iglesia con el objetivo de cambiar las costumbres, pero tarda siglos y consigue consolidarse en los siglos XIX y XX".

En una primera parte, Mellén analiza el deseo, que en estos siglos no categoriza la orientación sexual, pero que "también se podía proyectar a imágenes, especialmente martirios, de Cristo, que en definitiva es un hombre desnudo, e incluso de la Virgen".

Todo lo relacionado con el erotismo normalmente está medio ocultado, pero cuando el sexo se enseña de manera evidente es por una cuestión de poder, considera la autora.

También lo era la política matrimonial de las familias, porque "el poder político circulaba a través del cuerpo femenino, que es donde se producía la gestación y después el parto, y por esa razón las mujeres enseñan sus partos y sus embarazos en las iglesias, como se ve en la colegiata de San Pedro de Cervatos o las iglesia del Salvador de Rebanal de las Llantas o de Santiago el Viejo de Zamora", argumenta Mellén.

En aquella época "les gustaba más insinuar que enseñar" y cuando una señora está enseñando la vulva no tiene nada que ver con algo punitivo, ni con una provocación ni trata de despertar un deseo sexual, "lo hace para evidenciar que a través de su vulva y de su cuerpo se produce esa sucesión de la familia y esa transmisión del poder".

Para combatir ese poder de la nobleza, la Iglesia lo primero que hace, subraya Mellén, es prohibir el incesto, que era una práctica habitual para conservar el poder entre los nobles y reyes, habituados a construir iglesias, poner a sus párrocos, gestionar el dinero y las rentas".

El siguiente paso fue, recuerda la historiadora, "convertir en pecado el sexo y, aunque mucho se habla de la lujuria en tiempos del románico, en realidad, los siete pecados capitales se formulan mucho después".

En esos siglos, con Avicena (s.XI), "nada sospechoso de ser feminista", se establece la creencia de que para que se produzca la fecundación "el tamaño del pene es importante para producir placer a la mujer porque creía que con el orgasmo expulsaba la semilla, "y eso explica por qué los nobles se representan con grandes penes y las mujeres mostrando la vulva con las piernas hacia atrás, un truco para quedarse embarazada".

Sin embargo, la Iglesia comienza a desarrollar "discursos de odio, sobre todo misoginia hacia las mujeres, a las que considera tentadoras, culpables, pecadoras, sabrosas golosinas del demonio, como las llama en algún momento el Padre Damián, número uno de los ideólogos de esta reforma".

En tiempos del gótico, en el siglo XIII, apunta Mellén, todo cambio mucho, pues "se comienza a traducir a Aristóteles, quien resta importancia al orgasmo femenino; se aprueban leyes que convierten en delito lo que era pecado, como la homosexualidad, y el modelo sexual de los siglos XIX-XX es heredero de aquel rigorismo". EFE.

(foto)

Guardar