Sagrario Ortega
Madrid, 30 ago (EFE).- Se han cumplido ya diez años del secuestro del empresario gallego de la madera Abel Diéguez, retenido seis días en una "cuadra de cerdos" en condiciones infrahumanas. Después de seis años de tratamiento, aún tiene pesadillas y más de una noche se levanta sobresaltado por esos recuerdos, según relata en una entrevista con EFE.
Fue en enero de 2014 cuando sus secuestradores contactaron con él para un trato de unos montes. Al principio les dio largas, pero luego accedió y quedó con ellos.
Nada más bajarse del coche, le encañoraron, le vendaron los ojos, le amordazaron y le colocaron unas abrazaderas en pies y manos. Tras una primera noche de lluvia y nieve en una casa derruida, sus captores le trasladaron después a Xar, una aldea perteneciente a la localidad de Lalín (Pontevedra).
Con temperaturas muy bajas, maniatado y encapuchado, Abel dormía en un colchón raído encima de barro, en un cutrichil sucio y maloliente, en una cuadra de cerdos.
Mientras, los secuestradores pidieron a su mujer 70.000 euros por el rescate, una cantidad que la familia pudo reunir en apenas tres horas aterrada por las amenazas de los captores de que matarían al empresario.
Se trataba de un secuestro extorsivo, poco común en España, "exportado" de México por uno de los secuestradores, que había residido en ese país.
Enseguida la Guardia Civil creó un equipo conjunto con agentes de la Policía Judicial de la Comandancia de A Coruña y del Grupo de Secuestros y Extorsiones de la Unidad Central Operativa (UCO) del cuerpo.
La UCO desplegó también todos sus medios técnicos y de apoyo, porque "cada hora que pasaba la situación podía ser más crítica", como recuerda a EFE uno de los investigadores.
Fue esencial la colaboración de la mujer de Abel, que como dice el agente, "facilitó mucho nuestra labor porque en verdad supo muy rápido entender lo que necesitábamos de ella" y siguió las instrucciones que la daban los expertos en negociación de secuestros.
Era ella quien recibía las llamadas de los secuestradores y "manejó muy bien la situación" mientras el equipo de investigación hacía sus pesquisas y averiguaba quiénes eran los captores. "Nuestra principal premisa era localizar con vida a Abel, porque estuvieron a punto de cortar las comunicaciones y amenazaron con matarlo".
"Varias veces se acercaban a mí, encapuchado, y montaban el arma en mi oído", narra.
Durante el secuestro, uno de los captores se desplazó hasta el lugar donde la esposa de Abel recibía las llamadas. Dejaron en el buzón una carta del empresario como prueba de vida, con la intención de que el pago del rescate se hiciera lo antes posible.
La mujer y los agentes que la apoyaban estaban en la casa, pero consiguieron que el secuestrador no se percatara. "Fue una situación complicada -relata a EFE el investigador-, porque a ver cómo le explicas a la familia que no es oportuno proceder a la detención del 'malo' porque la prioridad era la liberación de la víctima".
La realidad es que esa "anécdota" vino bien a la investigación, porque aportó nuevos datos y permitió que, tras seis noches de cautiverio, la Unidad Especial de Intervención (UEI) de la Guardia Civil entrara en el lugar donde Abel estaba retenido y lo liberara.
Ocho personas fueron detenidas, dos de ellas los propietarios de la casa donde Abel estuvo retenido. Y las ocho fueron condenadas en 2016 por la Audiencia Provincial de A Coruña a penas de seis a doce años y medio de prisión, así como a indemnizar a la víctima con 200.000 euros.
A Abel el secuestro le ha pasado factura. No solo ha tenido que estar seis años medicándose, sino que las pesadillas de esos crueles seis días le sobresaltan aún por las noches.
También a nivel social ha padecido y padece las consecuencias de su secuestro. Cuenta a EFE que aún sufre algunas "burlas" de sus convecinos, "malas caras" o "miradas como diciendo 'algo habrá hecho este'". O cuando le dicen en tono irónico: "Qué poco valías, 70.000 euros". Y hay quien le ha llegado a decir que el secuestro había sido obra de "cuatro paletos".
"A nivel social no lo he pasado bien. Han sido años de malvivir, de salir muy poco, de no relacionarme apenas, muy recluido en casa, evidentemente con pérdidas de la capacidad de negocio por miedo a que vuelva a pasar", continúa.
Económicamente, su negocio "ha mermado mucho", pero sobrevive, recalca. Y asegura que en algún momento se ha planteado irse de Galicia e, incuso, de España, pero le gusta su país.
También ha intentado cambiar de sector en dos ocasiones, con otras ideas, pero no han cuajado.
A Abel le cuesta superarlo. "A veces por las noches te levantas sobresaltado y con pesadillas por cosas que pasaron allí y que están ahí en mi mente y no se van. De hecho -prosigue-, he estado en tratamiento hasta el 2020, tomándome hasta 12 pastillas al día. Por ellas, pasé de pesar 84 kilos a superar los 100".
Tiene dos hijos, de 12 y 9 años. Los dos saben lo que le pasó a su padre y de vez en cuando le preguntan por esos días.
En la otra cara de la moneda Abel sitúa a la Guardia Civil, con la que tiene un contacto permanente y constante. Con los investigadores, con todos los que intervinieron e, incluso, con los agentes que a lo lago de estos años se han ido incorporando a las unidades que acabaron con su secuestro.
"Se han involucrado mucho conmigo y con mi familia. Al margen de los cuatro que somos en casa, de mis suegros y de la familia más cercana, en estos años ha sido sin duda la Guardia Civil la parte más humana que hemos tenido. Son los únicos que nos entienden, que comprenden lo mal que lo pasamos y lo estamos pasando aún", subraya.
En suma, Abel y su familia se sienten muy apoyados por ese cuerpo. Este mismo año, él y su familia fueron invitados a visitar las instalaciones de la UCO en Madrid. "Nos han hecho un recibimiento impresionante", dice emocionado el empresario, porque le "toca muy hondo" cuando habla de los agentes que le liberaron. EFE
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