Edad Media, cuando los árabes trajeron a la Península los cítricos o el mijo africano

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Elena Camacho

Madrid, 28 jul (EFE).- La dieta mediterránea, la mejor alimentación del mundo reconocida por la Unesco como patrimonio inmaterial de la humanidad, no sería lo que es sin la contribución de todos los pueblos y culturas del Mediterráneo que aportaron ingredientes esenciales como el aceite, la vid o el arroz.

Pero esta no es solo una suma de ingredientes, es un conjunto de estilos de vida, tradiciones y técnicas de cultivo acumuladas durante milenios que confluyeron en un rico legado cultural y gastronómico que todavía hoy comparten numerosos pueblos de distintas regiones.

Una de ellas fue la península ibérica, un territorio encajado entre dos continentes que en apenas seiscientos años vio cómo el reino visigodo era reemplazado por la llegada y asentamiento de los árabes y por el auge paulatino de unos belicosos reinos cristianos que acabarían por dominar la península.

Pero la conquista islámica no solo provocó profundos cambios sociales, políticos y económicos, también nos regaló nuevos productos como higos, berenjenas, arroz, cítricos o especias, y un tipo de mijo de origen subsahariano -desconocido en la península y resto de la Europa medieval- que revolucionaron las tradiciones culinarias y la gastronomía ibérica.

Averiguar qué plantas se producían y consumían en la Iberia medieval y documentar la llegada de nuevas especies y variedades traídas por los árabes es el objetivo de MEDAPP, un proyecto del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de arqueobotánicos, arqueólogos, agrónomos, genetistas, historiadores y filólogos, y financiado por el Consejo Europeo de Investigación.

Para realizar esta ingente investigación, el equipo, liderado por Leonor Peña-Chocarro, del Instituto de Historia del CSIC, utiliza los textos antiguos que hablan de plantas, como los escritos botánicos y médicos árabes, o las 'fetuas', consultas dirigidas a expertos jurídicos para dirimir disputas vecinales sobre el uso de infraestructuras o los límites de una parcela, y que han resultado ser "una mina de oro informativa" sobre prácticas sociales y religiosas de la comunidad árabe en la península ibérica, comenta a EFE la investigadora.

También contienen muchos datos los documentos oficiales notariales y eclesiásticos cristianos que dan cuenta de las especies que se usaban para sembrar o comer, o sobre cómo eran las infraestructuras que usaban los campesinos (molinos de agua, prensas de vino o aceite...).

Además, el equipo utiliza el registro arqueobotánico y ha analizado el ADN antiguo de restos vegetales conservados para descubrir qué especies usaban las comunidades cristiana, judía e islámica, y documentar la llegada de nuevas variedades traídas por los árabes.

Para ello, trabaja con restos de semillas, la mayoría carbonizadas y halladas en yacimientos de las primeras comunidades del norte de África, y con semillas mineralizadas, fundamentalmente vinculadas a letrinas y pozos negros, y semillas conservadas bajo el agua, en dragas o fango donde la falta de oxígeno las ha mantenido prácticamente intactas, explica Peña-Chocarro.

Pero probablemente uno de los lugares más fascinantes y el que ha traído la mayor sorpresa al equipo es el de las 'cuevas ventana', unos graneros de acantilado en los que se han recuperado semillas perfectamente conservadas por desecación e, incluso, "espigas enteras".

Estos graneros se han encontrado en varias regiones (Andalucía, Valencia, Madrid, Navarra, La Rioja o el Valle del Ebro) pero apenas se han explorado porque son de difícil acceso y suelen estar situados en paredes verticales de varios metros, detalla Peña-Chocarro.

"Creemos que su aparición en Iberia está estrechamente relacionada con la llegada de las primeras comunidades del norte de África en el siglo VIII. De hecho, son muy parecidas a las cuevas que hay en Marruecos y los materiales recuerdan a los de zonas como Egipto, donde la extrema sequedad permitía conservar las semillas extraordinariamente bien", dice.

Es aquí donde se han descubierto restos de cereales, principalmente centeno, trigo y cebada, que no suelen conservarse con la carbonización, la primera evidencia arqueológica de arroz y algo "absolutamente fascinante: una espiga completa de mijo perlado, un cereal africano que no tiene nada que ver con los mijos de origen asiático y que jamás se había encontrado".

Este cereal se domesticó en la zona de Mali en torno al cuarto milenio antes de Cristo y después se desplazó hacia la India. "Y sobre el siglo XII lo volvemos a encontrar en distintos yacimientos de la península ibérica. Es decir, hemos encontrado la evidencia directa de que este cereal, completamente desconocido en las fuentes escritas, se cultivó en la península Ibérica", subraya la investigadora.

Además, se ha documentado la presencia de los cultivos que eran la esencia de la agricultura cristiana: los cereales, como trigo, cebada, centeno y avena, y cinco o seis tipos de leguminosas como lentejas, habas y guisantes, que "fueron la base de nuestra alimentación hasta la llegada de los árabes".

También se aprovechaban los recursos silvestres; son una parte importantísima de la alimentación que aportan bayas, frutos, tubérculos.

No hay duda de que la irrupción de los árabes fue una revolución para la alimentación de los campesinos medievales ibéricos que sumaron a su estoica dieta una gran variedad de árboles frutales y plantas hortícolas, cultivadas gracias a unas sofisticadas técnicas de irrigación mucho más avanzadas que las que habían heredado de los romanos y que todavía hoy se siguen utilizando. El proyecto MEDAPP lo está documentando. EFE

ecg/icn

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