Alvia: primera parada

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Ana Martínez y Sandra Sánchez

Santiago de Compostela, 26 jul (EFE).- A las 20:39 del 24 de julio de 2013, un tren Alvia descarriló en las inmediaciones de la estación de tren de Santiago. Once años y dos días más tarde, hay una condena doble, al maquinista y a un cargo del operador Adif. Es la primera parada en este viaje judicial, pues el fallo es recurrible en la Audiencia Provincial de A Coruña e incluso podría llegar al Supremo.

Más de nueve años después de la tragedia ferroviaria más grave de la democracia española, el 5 de octubre de 2022 dio comienzo el proceso por el accidente, un juicio tardío y difícil por el pulso entre peritos y sus abordajes técnicos.

 El juzgado de lo penal número dos de Santiago ha condenado ahora a dos años y medio de cárcel a Francisco José Garzón Amo, maquinista del Alvia, y al entonces director de Seguridad en la Circulación del Adif, Andrés Cortabitarte.

La sentencia llega sobrepasada la década de una luctuosa jornada en la que en cuestión de segundos impactó contra un muro de hormigón el convoy S-730 de la línea 150/151 que pretendía llegar a Compostela en la víspera del Día de Galicia.

La compleja instrucción, con cambios de jueces y baile de imputaciones, se cerró por primera vez, aunque en falso, con el maquinista Francisco José Garzón Amo como único señalado, nombre al que después se sumaría el de Andrés Cortabitarte, antiguo director de seguridad en la circulación del administrador de infraestructuras.

La cuestión principal a dirimir en la vista era si todo podía ser atribuible a un fatal despiste del conductor, hasta entonces con un expediente intachable; o bien si algo tan grave no debería depender en exclusiva del que manejase, al ser un profesional que necesita refuerzos como la protección con señales y balizas, tal y como se hizo a los pocos días de este infortunio en la curva de A Grandeira.

En una desgarradora comunicación con la central de Atocha, Garzón Amo contó el día de autos que se había despistado tras recibir una llamada rutinaria del interventor de a bordo. "Ay, ay, dios mío", "somos humanos y se nos puede pasar", "esto es inhumano, esta curva", "y dicen que el maquinista tiene que estar a eso, y sí, pero somos humanos".

Quien habla es un hombre de 52 años que no puede salir de la cabina ni romper la ventanilla y que en ese momento desconoce la magnitud de lo ocurrido.

Se queja de que los errores humanos no hayan sido previstos debidamente por el sistema ferroviario, recuerda los avisos de que en algún momento iba a pasar una desgracia y menta el peso que llevará por siempre con él, en su conciencia.

"¡Pobres viajeros!", llega a manifestar en varias ocasiones desde la locomotora volcada Garzón Amo, deseando que no hubiese muertos. Sí los hubo.

Los vecinos de Angrois, los primeros en prestar socorro, han recibido infinidad de reconocimientos en diferentes puntos de la geografía española.

El topetazo, los servicios de emergencias, las víctimas, los gritos, el llanto, la muerte... Todo esto permanece en la memoria colectiva de unos héroes anónimos que superaron sus miedos y sus propias limitaciones y trataron de liberar a los encerrados en el Alvia y de socorrer a los heridos, antes incluso de que tuviesen tiempo de llegar a la zona cero los primeros auxilios organizados.

Bregaron contra la adversidad, rompieron ventanillas utilizando en tremenda hazaña lo que encontraron a mano; sacaron mantas y ropa, improvisaron camillas y vencieron el agotamiento y el horror que se genera ante una estampa que quebró el ánimo y todavía hoy quema la retina. EFE

am-ss/mcm

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