Tomás Rufo cuaja al único toro potable de una vacía corrida de El Pilar en Santander

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Juan Antonio Sandoval

Santander, 24 jul (EFE).- Hubo que esperar casi dos horas desde el inicio de la corrida hasta encontrar trascendencia. Al fin, el sexto de El Pilar reunió el poder suficiente, mínimo, que le faltó a sus hermanos. Cayó en las manos de Tomás Rufo, que supo administarlo, pues el motor de Busconito no andaba sobrado.

La clave estuvo, pues, en los tiempos muertos entre serie y serie para oxigenarlo; las breves pausas entre muletazos antes de volver a engancharlo; el buen criterio de volver a sacárselo a los medios cuando el toro amagaba con echar el cierre y bascular hacia las tablas del tendido 6.

Estos fueron los anclajes de una faena presidida por el muletazo de trazo largo. Por el temple que siempre dio aliento a la embestida. Por la ligazón, la clave de bóveda del toreo contemporáneo. Por escoger el momento preciso para atacar, para exigir al toro, que finalmente respondió.

Al final, los naturales los escanció ya de uno en uno. Y toreó con desmayo antes de cerrarlo con sabor con ayudados por bajo.

La estocada arrojó una estampa dramática con el torero cogido con violencia y doliéndose del vientre cuando lo alzaron desde el suelo. El final resultó feliz, con Tomás Rufo agarrándose a las dos orejas que sabían a gloria.

Ya antes había desperezado a Cuatro Caminos cuando enjaretó siete derechazos de rodillas, siete, totalmente ligados, al tercero. La plaza captó la elocuencia que tiene la entrega total. Rufo fue limpiando el tornillazo final del nobletón Niñito, jugando con las alturas. Desbastada la embestida, lo atacó al natural.

Y qué naturales, muriendo más allá de la cadera. Sólo en el pectoral de remate explosionó la ovación. Vibró más la plaza cuando lo imantó en serie a derechas sin soltarlo. Y cuando estuvo a punto de prenderlo en un farol ajustadísimo. Se perfiló muy en corto, y por derecho dejó una gran estocada. Oreja.

El segundo, que hizo pelea de bravo en el caballo, romaneando, empujando a la acorazada de picar con los riñones, manifestó problemas en la mano izquierda en el inicio del último tercio. Y ya no fue el mismo. Una serie magnífica de naturales de Talavante fue la cima de un breve quehacer.

El quinto, desde su condición de alto de agujas, largo como un mercancías, amplio esqueleto y pocas carnes, vino a intentar elevar la bajísima nota del encierro de El Pilar. Alejandro Talavante, del tercio del tendido dos a los medios, y de los medios al tercio del tendido dos donde lo pinchó antes de despenarlo, trató de profundizar la buena condición del animal. Que parecía levemente lastrada por el mal que aquejó a todo el encierro, el poder escaso. Con todo, reunió Alejandro algunos pasajes inspirados.

El primero fue un inválido con el que Manzanares intentó labores de enfermería. El cuarto, ídem de ídem. Era ostensible que arrastraba los cuartos traseros. Que no podía desplazarse como Dios manda. Lo llamativo del asunto es que, tras blandear este segundo de su lote en el primer tercio y caerse, o sea, derrumbarse, en banderillas, ni una sola voz pidió su devolución a los corrales.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de Toros de Cuatro Caminos de Santander. Seis toros de El Pilar, sin fuerza ni poder, salvo el buen sexto.

José María Manzanares: Estocada arriba, silencio; estocada tendida, silencio.

Alejandro Talavante: Pinchazo, estocada caída, silencio; pinchazo, estocada, petición, saludos.

Tomás Rufo: Estocada, oreja; estocada arriba con cogida espeluznante, dos orejas. Salió a hombros por la puerta grande.

Casi tres cuartos de entrada.

EFE

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