El expolio sentimental de 'Madama Butterfly' cierra temporada en el Real con división

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Javier Herrero

Madrid, 30 jun (EFE).- Con una entrega súbita e intensa, pero con condiciones, como la que ofrecen a la protagonista, así ha recibido el público del Teatro Real el cierre de temporada con una 'Madama Butterfly' de Giacomo Puccini que difumina la idealización del concepto de geisha y subraya más el de expolio sentimental.

Dedicadas con motivo del centenario de su nacimiento a la memoria de la soprano Victoria de los Ángeles, una de las grandes Madama Butterfly de la historia, hasta el próximo 22 de julio habrá 18 oportunidades más de disfrutar de esta producción, creada originalmente para el Teatro Regio Torino.

Con dirección musical de Nicola Luisotti y dirección escénica de Damiano Michieletto, el público de Madrid -una vez más- ha valorado más la labor del primero que la del segundo, ésta con división de opiniones entre el abucheo y el vívido aplauso por la contemporización áspera del relato original.

De los cuatro elencos que darán vida a la obra, en el estreno han cantado los papeles principales la soprano española Saioa Hernández como gran protagonista, el tenor estadounidense Matthew Polenzani como B. F. Pinkerton, su compatriota barítono Lucas Meachem y la mezzo italiana Silvia Beltrami como la criada Suzuki, todos muy valorados por los asistentes.

Especialmente lo ha sido la española, a la que al grito de "¡brava!" se ha reconocido sobre todo el aria con el que abre el segundo acto, cuando invoca la integridad de su amor y la fe en su marido americano, a pesar de que aquel hace tiempo que la abandonó por un "auténtico" matrimonio en su tierra y que solo volverá para reclamar al hijo que tuvieron juntos.

En ese sentido, esta producción abunda en el drama de fondo de la presunta historia de amor: el de un colonialismo atroz que allá donde recala esquilma recursos no solo físicos, también personales, con relaciones en la que una parte se lo queda todo y la otra experimenta la pérdida hasta de su identidad, y así Cio-Cio-San pasa a convertirse en la grácil Madama Butterfly.

"Me asalta el deseo de atraparla aunque para ello tuviera que partirle las alas", canta Pinkerton en el libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, una frase que cobra aquí toda su crudeza y que se escuchó por primera vez en el Teatro alla Scalla de Milán en 1904, tres años antes de su primer desembarco en el Real.

Tradicionalmente, la delicadeza de su partitura y el envoltorio escenográfico, con su exotismo orientalista, maquillaban la realidad de los hechos: una niña de 15 años que se somete plenamente a lo que cree que es una boda en toda regla con un americano que no ha hecho en realidad sino concertar un acuerdo comercial.

Tal y como Miguel del Arco intentó con 'Rigoletto', al desenmascarar 'La donna e mobile' y situarla en un descampado de prostitución y sumisión química, Michieletto -varios grados por debajo en osadía- pretende volver a subrayar la desigualdad de los protagonistas en esa relación.

Sitúa por ello la acción en una ciudad asiática contemporánea de consumo compulsivo, espacios abarrotados y gigantes carteles luminosos en los que el amor es un bien de compraventa tan accesible como una casa, "con un contrato a 999 años y rescindible cada mes".

La casa, de hecho, es una caja de cristal en el centro del escenario que recuerda a un escaparate de los del Barrio Rojo de Ámsterdam o a esas máquinas recreativas tan en boga en Asia donde la pericia con el gancho proporciona los tesoros de su interior.

No hay bambús ni flores en la escenografía de Paolo Fantin, solo vidrio y metal, y el vestuario de Carla Teti tampoco arroja la exhuberancia de antaño, pues las caras telas que se le presuponen a una geisha son sustituidas aquí por vaqueros con "strass" y una camiseta fucsia de 'Hello, Kitty'.

Nada difumina así el drama de una mujer que lo pierde todo, su familia, su amor y su hijo, pero que en plena adolescencia demuestra más integridad que todos los personajes masculinos juntos, hasta ese mortal disparo final. EFE

jhv/may

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