'Lucrecia: un crimen de odio', de una foto en blanco y negro a un espejo frente al racismo

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Lluís Lozano

Madrid, 27 jun (EFE).- Cuando David Cabrera y Garbiñe Armentia pensaron en rescatar la historia de Lucrecia Pérez, víctima del primer crimen racista de España, tenían una foto en blanco y negro y algunas preguntas. Dos años después estrenan una docuserie que pone al espectador frente a una realidad, la xenofobia, que ni mucho menos ha dejado de existir.

Se titula 'Lucrecia: un crimen de odio', se estrena este jueves en la plataforma Disney +, consta de cuatro capítulos y se apoya en decenas de testimonios -su hija Kenia y otros familiares, periodistas, guardias civiles, jueces, abogados- e imágenes de archivo para reconstruir uno de los pasajes más oscuros de la historia negra española.

Lucrecia, de 32 años, había llegado a Madrid desde Vicente Noble, el pequeño municipio de la República Dominicana en el que vivía con su marido y su hija. Migró, como tantas otras, para construirse una casa y que Kenia, que por aquel entonces tenía seis años, pudiera estudiar.

Entró a trabajar como empleada del hogar, pero no tardaron en despedirla y no tuvo más remedio que establecerse en lo que quedaba de la discoteca Four Roses de Aravaca, donde vivían otros compatriotas suyos.

Ahí estaba la noche del 13 de noviembre de 1992 cuando un grupo de cuatro skinheads -el guardia civil Luis Merino y tres menores de 16 años- decidieron darle "un escarmiento a los negros". Una de las balas que salieron del arma reglamentaria del agente acabó su vida.

¿Qué lleva a un grupo de radicales a matar a una mujer que ni siquiera conocían? "Lo que mueve la trama hacia adelante es qué ha pasado, quién ha sido. Pero para nosotros la pregunta fundamental siempre ha sido el por qué", explica Armentia, una de las directoras, en una entrevista con EFE.

Tenían las preguntas y tenían la imagen que aquellos días copó los periódicos y los informativos: Lucrecia mirando al frente, seria, con el ceño fruncido y el pelo rizado. La misma foto en blanco y negro que Kenia usa cuando quiere recordar a su madre, la única que tiene.

"Era un reto, porque solo teníamos una fotografía y a través del material de archivo hemos conseguido algo que nos parece milagroso: proyectar la imagen de Lucrecia en la cara de muchas mujeres" que, como ella, buscaban un futuro en España, incide Cabrera.

Murió Lucrecia, pero considera que podría haberlo hecho cualquiera. Su única culpa, como esgrimió el fiscal del juicio, fue ser "extranjera, pobre y negra".

  Para Cabrera, la "sacudida social" derivada del crimen -al que sucedieron multitudinarias manifestaciones en todo el país- "nos despertó de la creencia de que éramos inmunes al racismo" y deben servir al espectador como "espejo" en el que mirarse para evitar que algo así vuelva a suceder.

Aunque el estreno de la obra coincide con el trigésimo aniversario de la sentencia que condenó a sus cuatro asesinos a un total de 126 años de prisión -aunque todos están ya en libertad-, la historia sintoniza con una "realidad política y social", como el auge de la extrema derecha y los discursos antiinmigración, que la hace más actual si cabe.

"Desde que empezamos a trabajar hace dos años hasta el día de hoy la cuestión ha seguido flotando en la actualidad, con casos como el de Vinicius y la pregunta de si es España un país racista. En el material de archivo es inquietante comprobar lo actuales que suenan muchas cosas", lamenta el director.

Entre los entrevistados surgieron dos posturas: aquellos que creen que la muerte de Lucrecia fue una "vacuna" para despertar ante el racismo, frente a los que consideran que se siguió viviendo "como si no hubiese sucedido".

Pero si de entre todos los testimonios uno es especialmente premonitorio -aunque sea de archivo- es el del entonces vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra: "Es la primera semilla de un problema tremendo: el odio al inmigrante".

Desde entonces la organización Movimiento contra la Intolerancia -en la que trabaja Kenia- ha registrado en torno a un centenar de crímenes de odio en España y el Código Penal, que a raíz de la muerte de Lucrecia incluyó la circunstancia agravante de racismo, ha ido amparando a más población vulnerable.

 Veinte años después del crimen, Kenia hizo el mismo viaje que Lucrecia: dejó Vicente Noble y se estableció en Madrid en busca de una vida mejor, para ella y para su hijo. Más allá de su lucha por los derechos humanos, no ceja en el esfuerzo de mantener vivo el escaso recuerdo que tiene de su madre.

"Nos lo ha comentado en alguna ocasión, y es que el hecho de ser ella madre le está haciendo revivir todo lo que perdió, todo lo que le quitó el asesinato", apunta Cabrera.

Lo hace, eso sí, desde la fortaleza de quien decide alejarse del rencor y de la sed de venganza. "Para ella no odiar es una elección y un esfuerzo que le implica esforzarse día a día", valora Armentia.

La docuserie cierra con sus palabras, que son las de una niña de seis años que tiene que convivir con el hecho de que cuatro ultraderechistas redujesen a su madre a una foto en blanco y negro: "De las personas que mataron a mi mamá lo único que sé es que están libres. Rabia, dolor, así es como yo definiría lo que yo siento. Y odio también, pero no quiero eso en mi vida". EFE

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