Lideran en Sevilla y León un trabajo sobre nombres científicos sin problemas morales

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Sevilla, 25 jun (EFE).- Un grupo de investigadores españoles liderados por Pedro Jiménez Mejías, de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) de Sevilla, y Saúl Manzano, de la Universidad de León, está liderando un estudio internacional destinado a conseguir una nomenclatura biológica universal frente a revisiones de carácter moral, de modo que ningún colectivo se sienta ofendido o aludido por un nombre científico.

Según un comunicado de la UPO, la forma en que los científicos llaman a los seres vivos no suele generar controversia, ya que los nombres de las especies están regulados por los códigos de nomenclatura, que se encargan de mantener una comunicación científica inequívoca entre culturas y generaciones, consiguiendo uno de los pocos sistemas de comunicación verdaderamente universales.

Sin embargo, en los últimos años ha surgido una polémica sobre la posible carga ética de los nombres de las especies, y existe un movimiento que propone revisar estos nombres para identificar y evaluar casos considerados "inapropiados" desde la perspectiva de la llamada justicia social.

Así, por ejemplo, el término «caffer» (cafre) y sus derivados, que se han convertido en un insulto racista en Sudáfrica, ha motivado peticiones para renombrar casi 200 especies de plantas que lo contienen, como por ejemplo Erythrina caffra.

Otros casos son especies dedicadas a investigadores europeos, que bajo el prisma cultural actual podrían considerarse frutos del sesgo colonialista occidental, como Magnolia, con muchas especies tropicales y que está dedicado al botánico francés Pierre Magnol.

Actualmente, las especies se nombran en biología utilizando dos términos: género y especie. En el caso del ser humano, Homo sapiens; en el del gato, Felis catus, o en el de la lechuga, Lactuca sativa.

Este sistema permite que hablantes de distintos idiomas sepan con precisión a qué organismo se hace referencia, una convención que data de 1753 y que se ha mantenido vigente hasta la actualidad por su practicidad, pese a repetidos intentos de sustituirse por otros sistemas de códigos numéricos e iniciativas similares.

Como consecuencia de la polémica en torno al contenido moral de la nomenclatura biológica, se ha creado este grupo de trabajo, con la participación de científicos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Real Jardín Botánico (RJB), que acaban de publicar un artículo en la revista BioScience.

En este trabajo los autores adoptan una perspectiva muy diferente a la de la mayoría de artículos que monopolizan el debate, y defienden que la función de la nomenclatura biológica es la comunicación científica, no reparar el desequilibrio social, y que este tipo de problemas deben ser abordados por otras vías.

Aunque reconocen que esta revisión de aspectos éticos parece bienintencionada, los investigadores argumentan que tales propuestas pasan por alto la diversidad cultural del planeta y no consideran que el bien pretendido puede no compensar el potencial daño que acabe causando.

Recuerda que la asignación de un nombre a una especie se basa en un principio muy simple: la primera persona que procede a describirla es quien asigna ese nombre, con lo que se aplica lo que se denomina en biología prioridad nomenclatural.

Aunque, a día de hoy es raro, en el pasado, cuando la comunicación no era tan fluida como en la actualidad, era común que una misma especie fuera descrita como nueva por distintos biólogos de diferentes partes del mundo, y esto ocurría porque quienes hacían las descripciones posteriores no sabían que la especie ya había recibido un nombre.

El trabajo cuenta con más de 1.500 autores de más de 110 países de todo el mundo. Un borrador inicial fue expuesto públicamente en el servidor científico ResearchGate, abriendo un periodo de debate durante el cual multitud de investigadoras e investigadores se adhirieron al texto y enviaron centenares de sugerencias.

Las adhesiones al trabajo muestran que la preocupación por el tema es global y transversal, con participación de investigadores de lugares tan dispares como Estados Unidos y China -ambos sobrepasando el centenar de firmantes-, Latinoamérica, África subsahariana, el mundo árabe, o tanto Ucrania como Rusia. EFE

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fcs/fs/pss

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