El cayuco que rompió la burbuja de lujo de una placentera vuelta al mundo

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Alberto Valdés Gómez

Santa Cruz de Tenerife, 21 jun (EFE).- Un crucero que recorría el mundo con unos 200 turistas vio como su burbuja de lujo se rompía el miércoles por la noche cuando le pidieron ayuda desde España para socorrer a un cayuco con 68 supervivientes y cinco cadáveres a bordo que llevaba ya casi tres semanas en el Atlántico, a punto de sumarse definitivamente a la larga lista de desaparecidos en la Ruta Canaria.

Fue un rescate casi milagroso, a más de 800 kilómetros de Canarias y con mala mar, que confrontó dos mundos que no pueden estar más alejados: el de los miles de emigrantes africanos que arriesgan la vida cada mes en el Atlántico para llegar a Europa y el de las lujosas vacaciones de quienes dan la vuelta al mundo a bordo de un crucero donde el camarote más barato cuesta 40.000 euros.

Durante la noche, entre el intenso vaivén de las olas, la tripulación del buque Insignia, de Oceania Cruises, avistó la embarcación, a la que lanzaron varias cuerdas para acercarla hasta su costado; todo ello ante la atenta mirada de los pasajeros, entre los que se encontraban Gila Padilla y Jorge Cotic.

Esta pareja, originaria de México, ha explicado a los periodistas al llegar a Santa Cruz de Tenerife cómo el "impacto" de lo que vieron les "rompió la burbuja de fantasía" en la que se encontraban durante un viaje de seis meses con todas las comodidades, mientras bajo ellos un grupo de personas que incluía a tres niños pequeños, de no más de diez años, acababa de evitar una muerte casi segura.

"Jalaron de la cuerda y los pusieron al lado de nuestro barco, en la zona más baja donde hacen la carga. Desde allí y con la ayuda de los chicos que estaban en mejores condiciones los fueron acercando, pero había otros en pésimo estado. Luego los ayudaron a subir y al final bajó gente de la tripulación para subir los cuerpos (de los fallecidos)”, ha relatado Gila Padilla.

Lea, ciudadana estadounidense, es otra de las cruceristas que contempló la escena. La describe como "dramática", tanto que incluso admite que no quería mirar porque veía a los migrantes "muy cerca" y las "olas eran tan grandes que parecía que se iban a hundir".

"Cuando subieron, los vimos por poco tiempo. La tripulación les hizo quitarse la ropa, les pusieron máscaras, guantes y trajes (buzos de trabajo de los marineros) y tiraron lo que llevaban puesto de vuelta a su embarcación, dejando sus pertenencias a la deriva junto con otros dos cadáveres que no pudieron recuperar", ha indicado Lea.

Desde ese momento y hasta su llegada a Tenerife pasaron alrededor de 30 horas, tiempo durante el cual Gila Padilla confiesa que se sintió con el corazón "apachurrado" tras haber sido testigo de cómo la gente en África "arriesga la vida" para llegar a Europa.

Y "lo más terrible" de todo es que "no saben si van a ser bien recibidos o no", dice esta mujer, que ha leído las noticias sobre el debate abierto en Europa en torno a la inmigración.

Para Gila Padilla, las caras son bien diferentes, pero la historia la tiene bien sabida: "Nosotros como mexicanos lo vivimos con los migrantes hacia Estados Unidos. Es una situación realmente triste y para nosotros los pasajeros fue un 'shock' horrible porque estás con todo y ves a los que realmente les falta todo", reconoce.

La inesperada etapa de este crucero de lujo como embarcación humanitaria finalizó sobre las 5.00 de la madrugada de este viernes, cuando el Insignia atracó en el puerto de Santa Cruz de Tenerife y los primeros migrantes fueron trasladados hasta un campamento improvisado por la Cruz Roja para darles la primera atención, donde cinco de ellos, incluida una mujer embarazada, fueron derivados de inmediato a los dos principales hospitales de la isla.

La salida de los supervivientes contrastó con lo que ocurrió un par de horas después, pues, si el primer migrante que abandonó el barco lo hizo en silla de ruedas, con la cara descompuesta y luchando por no caerse de la misma, los turistas lo hicieron en su mayoría en autobuses que salieron directos a realizar excursiones por la isla.

La imagen se repitió toda la mañana, mientras los supervivientes eran identificados uno a uno por la Policía antes que los trasladaran al centro de atención temporal de extranjeros de Hoya Fría, todo ello con la gigantesca silueta del crucero a sus espaldas.

Después volvió el silencio, la Cruz Roja desarmó el campamento improvisado y el puerto de la capital tinerfeña retomó su quehacer diario, donde la belleza natural del paisaje se mezcla con las enormes estructuras de metal flotante de los cruceros, que abastecen de turistas con alto poder adquisitivo las calles de una ciudad que en días como hoy vive por y para su disfrute. EFE

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(foto)

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