Celia Cantero
Murcia, 8 mar (EFE).- "Mala madre, mala mujer, puta, viciosa, dejada..." son estigmas sociales que penalizan a las adictas al alcohol, las discriminan respecto a los hombres y lastran su recuperación por el peso de la culpa acumulada durante muchos años de consumo, lo que dificulta su acceso a programas de desintoxicación y que lo hagan en situación de mayor gravedad que los pacientes masculinos.
Según Esperanza Pérez, responsable de proyectos de La Huertecica, una organización que trabaja desde hace 40 años en el tratamiento de adicciones en jóvenes y adultos en situación de especial vulnerabilidad, la mujer alcohólica es una consumidora "invisibilizada", que se siente muy culpable de su situación y, a la vez, es víctima de juicios muy graves por parte de su entorno y de la sociedad.
Detrás del consumo abusivo de alcohol o sustancias, explica a EFE esta formadora, hay problemas personales, familiares o económicos, pero en el caso de las mujeres -añade- a estas circunstancias se une casi al cien por cien de las veces la violencia, ya sea física o psicológica, actual o del pasado más remoto.
En estos casos el alcohol significa para las consumidoras una especie de "muleta", se convierte en un modo de "sobrellevar" la vida, afirma la responsable de La Huertecica. "Estamos ante una pescadilla que se muerde la cola porque con el alcohol pueden medio soportar la situación de pobreza, de abusos o de violencia, pero esa vulnerabilidad les lleva a agravar la dependencia afectiva y la dependencia de sustancias", explica.
En el contexto del Día de la Mujer que se conmemora este viernes, Esperanza Pérez asegura que "hay muchos prismas desde los que mirar las adicciones de alcohol en la mujer" y, entre otros hándicap, cita las cargas familiares y la estigmatización.
"A ellas les cuesta muchísimo más pedir ayuda porque en las mujeres beber está mal visto, se les llama 'dejadas', 'malas madres' o 'viciosas'; muchas tienen hijos o padres a su cargo y, cuando vienen, están en una situación mucho más extrema de necesidad", subraya antes de advertir de las diferencias que existen también ahí, respecto a sus compañeros masculinos, tanto en la llegada al centro terapéutico como en el proceso de recuperación.
Por eso, ante las dificultades que encontraron entre las ellas para compartir sus experiencias y motivaciones en los talleres formativos y de rehabilitación, se puso en marcha el programa "Mujeres", en el que participaron el año pasado 217 adictas, en su mayoría alcohólicas y otras con politoxicomanías asociadas al consumo de alcohol y benzodiacepinas.
Este proyecto, que llevan a cabo psicólogos, educadores y trabajadores sociales y que financia la Consejería de Política Social, se desarrolla en el centro de día de La Huertecica de Cartagena, y ha beneficiado a mujeres excluidas, con enfermedades mentales y adicciones. Son, en el 47 por ciento de los casos, mayores de 44 años de procedencia española, aunque también han atendido a un 14 % de origen sudamericano y al 10 por ciento de procedencia comunitaria.
Preguntada por el "éxito" del programa, contesta rotunda: "si hablamos de altas terapéuticas es probable que algunas la hayan obtenido a los dos meses, pero soy de la opinión de que todo lo que sea progresar, ganar salud, mejorar los vínculos sociales u obtener herramientas para pedir ayuda en recaídas es siempre un éxito", concluye.
El gran problema del alcohol es que está muy normalizado, afirma a EFE la médico Olga Monteagudo, jefa de servicio de Promoción para la Salud en la Comunidad de Murcia y corresponsable del programa de formación en prevención del consumo de alcohol Argos, puesto en marcha en colegios e institutos murcianos y único en España reconocido por la Unión Europea con el sello de "buena práctica" por su evaluación continua de resultados.
En virtud de este programa, las tasas de consumo de alcohol, tabaco y otras sustancias entre menores de edad están en esta región por debajo de la media nacional, además de haber aumentado la percepción de riesgo asociado a beber entre los adolescentes.
El gran reto para los formadores, según Monteagudo, está en evitar que decaigan los índices de percepción del riesgo que entraña beber, en "seguir educando en habilidades para la vida y en romper falsos mitos" asociados, por ejemplo, a la desinhibición que produce tomar una copa una noche de fiesta porque el alcohol -subraya- es un "neurodrepresivo y la leve euforia inicial dura poco".
El consumo de alcohol entre chicas de 14 a 18 años supera al de sus compañeros de clase, según la Encuesta sobre uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias en España (ESTUDES 2023), que cifra en casi 8 de cada 10 las menores de edad españolas que han bebido alguna vez en su vida, frente al 73,3 por ciento de los chicos.
En el último mes, el 58,7 de las menores entrevistadas por el Ministerio de Sanidad había bebido algo, un índice que baja al 54,5 por ciento en el caso de ellos. "El alcohol no es esnob y hay que trabajar desde la infancia", concluye convencida del valor de educar en prevención.
Según el Plan Nacional sobre Drogas, un 9 por ciento de los españoles de entre 15 y 64 años bebe todos los días -3,5 % mujeres y 14,6 % hombres-, si bien los datos más esperanzadores se fijan en la horquilla de 15 a 24 años, donde solo consumen al día el 1,9 % de los chicos y el 0,7 % de las chicas.
Conforme aumenta la edad suben los consumos diarios, revela la encuesta, que atribuye al 27,6 por ciento de hombres y al 6,1 por ciento de mujeres de 55 a 64 años la bebida alcohólica diaria, de ahí la importancia de programas como el Argos, que en su último balance de resultados subraya que la "implementación de este proyecto frena el inicio del consumo de alcohol, borracheras y consumo todas las semanas durante todo el siguiente curso escolar a la intervención", que se efectúa en segundo curso de secundaria. EFE
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