En la inmensidad del océano Atlántico, hay una isla conocida por ser uno de los lugares más inaccesibles del mundo. Además, este atolón ha presenciado a lo largo de su historia acontecimientos históricos, culturales y sociales que han marcado el devenir de Europa.
Alejada de toda civilización
En Tristán de Acuña, o Tristan da Cunha -denominación oficial otorgada por el Imperio británico, que hace referencia al explorador y comandante naval portugués que la descubrió, Tristão da Cunha-, mires hacia donde mires, solo verás en el horizonte cientos y cientos de millas náuticas.
La isla, que fue anexionada por la Corona británica en 1816, está situada a unos 2.800 kilómetros al oeste de Sudáfrica, 3.500 kilómetros al este de Sudamérica y otros 4.000 kilómetros al norte de la Antártida. Además, el hecho de que Tristán de Acuña carezca de un aeropuerto y únicamente disponga de un pequeño puerto para embarcaciones de reducido tamaño, incrementan las sensaciones de que estamos ante una de las ínsulas más remotas de todo el planeta.
Eso sí, la subsistencia -comida, medicamentos, servicios- de sus 250 habitantes tiene que llegar a esta isla del Atlántico sur de alguna manera. Pues bien, existe un medio de transporte mensual, con capacidad para 12 pasajeros y en el que tienen prioridad los habitantes de la isla, sus familiares y trabajadores que prestan servicios esenciales. Este barco parte desde Ciudad del Cabo (Sudáfrica) y realiza un trayecto que tiene una duración de siete días, un viaje no apto para las personas que se mareen en el mar.
Su relación con Napoleón Bonaparte
Después de su derrota en la batalla de Waterloo (18 de junio de 1815), los vencedores decidieron que el mejor lugar para encerrar a Napoleón Bonaparte era la isla de Santa Helena, situada a unos 2.000 kilómetros de Tristán de Acuña. Aun así, las autoridades de la época, entre ellos los ingleses, no estaban convencidos del todo ante la posibilidad de que Napoleón se escapase en dirección a Europa.
Así que, a modo de prevención, los ingleses poblaron Tristán de Acuña para evitar que los franceses la utilizasen como base de operaciones y pudieran rescatar al militar corso dada su ‘relativa cercanía’ con Santa Helena.
Desde entonces, Tristán de Acuña ha mantenido una población estable, alrededor de 250 personas, que han vivido en la capital de la isla, conocida como Edimburgo de los Siete Mares, cuyo gentilicio es heptathalassoedimburgueses.
Vivir en igualdad
Uno de los colonos que descendió de los barcos ingleses y pisó el suelo de Tristán de Acuña, William Glass, quedó encantado por aquel lugar y decidió quedarse. Pero, no solo eso, sino que empezó a ejercer de gobernador, dictando las normas y la moral a su antojo, aunque siempre estaban regidas bajo el principio de la igualdad. Entre las leyes que se establecieron en aquella época, destacan la misma extensión de terreno, mismo número de animales, y partes iguales en las transacciones comerciales entre todos los habitantes.
A día de hoy, muchas de las normas acuñadas por Glass siguen siendo respetadas por los escasos habitantes de la isla, entre las que se subrayan las siguientes: todas las tierras son comunales, el volumen de ganado se controla para asegurar la conservación de los pastos e, incluso, ninguna familia puede enriquecerse más que el resto, lo que convierte a esta isla remota en un espejismo de utopía igualitaria.