Esta semana ha comenzado en el tribunal correccional de Agen, en el Lot-et-Garonne, Francia, un proceso que involucra a una veintena de trabajadores extranjeros víctimas de trata de personas. La acusada, una agricultora convertida en subcontratista para otros productores, habría reclutado directamente en Marruecos a jóvenes que buscaban un futuro mejor. Familias enteras llegaron a pagar hasta 10.000 euros para financiar la llegada de sus hijos a Francia con la esperanza de que consiguieran empleo y una vida digna. Sin embargo, las condiciones que enfrentaron estuvieron lejos de cumplir esas expectativas.
En declaraciones recogidas por France Télévisions, la abogada Sylvia Goudenège-Chauvin, representante de los afectados, “se trata de explotar a una persona para obtener un beneficio, en este caso, trabajo sin remuneración. Estas familias invierten todo lo que tienen pensando en un futuro mejor, pero la realidad es completamente diferente”. Este fenómeno, cada vez más extendido en regiones como Nueva Aquitania, refleja la vulnerabilidad de trabajadores que no hablan el idioma ni conocen el sistema legal francés, lo que les dificulta buscar ayuda.
La historia de Oussama
Entre las víctimas se encuentra Oussama, un joven marroquí de 20 años que llegó a Francia en junio de 2022 con grandes ilusiones. “Era un joven muy motivado y feliz”, recuerda. Sin embargo, desde su primer día en la explotación agrícola, ubicada en Espiens, su experiencia se transformó en una pesadilla. La casa donde debía alojarse estaba en pésimas condiciones, con seis personas compartiendo una habitación sucia. “Quise irme, pero era mi primer día”, relata.
Las jornadas laborales eran extenuantes, comenzando a las 8 de la mañana y extendiéndose entre 9 y 11 horas bajo temperaturas de hasta 36 grados. “No teníamos ropa de seguridad, trabajábamos en camiseta y pantalón corto. No tenía derecho a decidir nada sobre mi día”, cuenta. Además, no recibía salario ni comida. Cuando solicitó atención médica debido a fuertes dolores de cabeza, le negaron el permiso. Finalmente, tuvo que caminar varios kilómetros para llegar a un hospital, donde le recetaron medicamentos que no pudo comprar por falta de dinero. “No tienes derecho a descansar ni a estar cansado. Duermes una o dos horas y vuelves a empezar”, añade con desesperación.
Un juicio clave
Las amenazas también formaban parte de su día a día. Según Oussama, su empleadora le advertía que no podía salir de la vivienda ni disfrutar de su tiempo libre, bajo el pretexto de que podría ser deportado. “No estás de vacaciones aquí, cuida que la policía no te vea o volverás a Marruecos”, le decía. Este control constante se extendió durante meses, agravando la situación de abuso.
El caso, que ha generado gran atención mediática, busca el reconocimiento del estatus de víctimas para los afectados. Según la abogada, Oussama siente una profunda culpa porque su familia sacrificó todo para financiar su viaje. Sin embargo, recalca que el joven tiene derecho a una compensación económica. Asociaciones locales que apoyan a trabajadores migrantes estarán presentes durante las audiencias, un paso crucial para exponer estas condiciones de explotación y buscar justicia para los implicados.