De entre todas las averías que puede sufrir un vehículo por desgaste, hay una en específico que destaca por el efecto dominó que puede desencadenar. La correa de distribución es una de las partes más importantes de un vehículo, ya que se encarga de sincronizar el funcionamiento de las distintas partes de un motor. En concreto, conecta el movimiento del cigüeñal con el árbol de levas, dos piezas esenciales en el motor de combustión interna.
El cigüeñal es un eje largo con varias curvas o codos, que se conectan a los pistones del motor a través de las bielas. Se encarga de transformar la energía producida por la quema de combustible en movimiento rotatorio. Por su parte, el árbol de levas es una barra que tiene varias protuberancias, las llamadas levas, que están diseñadas para abrir y cerrar las válvulas del motor en momentos concretos, controlando el ingreso de aire y combustible a los cilindros, y permitiendo que los gases de escape salgan del motor después de la combustión.
La correa de distribución es, entonces, la pieza que sincroniza la apertura y cierre de las válvulas con el movimiento de los pistones, lo que garantiza una combustión eficiente y un rendimiento óptimo del motor. Esto supone que, si la correa deja de funcionar correctamente, otras partes y piezas del vehículo empiecen a fallar. Si la correa se estropea, lo más probable es que el vehículo desarrolle más problemas.
De cualquier forma, si la correa está fallando, los vehículos suelen mostrar varios síntomas que permitirán identificar la avería, como un mayor consumo y reducción en la potencia del motor, un traqueteo durante el ralentí, que la luz de motor en el salpicadero esté encendida, o escuchar algún ruido proveniente de la región de la cubierta de la correa. Realmente, y por suerte, los fabricantes de coches suelen establecer unos intervalos para realizar el cambio de correa, que suele aparecer en el manual de propietario del automóvil en cuestión, así que tampoco hay que tener la capacidad de identificar las señales y esperar a que falle para cambiarla.
Lo que indique el manual de propietario, o cada 5 años
El intervalo para cambiar las cadenas suele oscilar entre los 65.000 y los 130.000 kilómetros, pero dependiendo de los hábitos y zonas de circulación, puede cambiar significativamente.
Por ejemplo, si se suele conducir habitualmente por zonas urbanas, la durabilidad de la correa suele ser un 20% - 25% menor. Se debe a que, en semáforos o atascos, aunque no aumenta el kilometraje, la correa sigue funcionando. En este caso, si el fabricante indica que el cambio de correa es necesario cada 100.000 km, se recomienda cambiarla a los 80.000 kilómetros. Si, por el contrario, se suele circular por vías rápidas o por autopistas, las recomendaciones de los fabricantes serán más exactas, ya que el funcionamiento de la correa se corresponderá con el kilometraje real del coche.
Otro factor que influye en la durabilidad de las correas de distribución es el ambiente: si se vive o circula en entornos donde la temperatura varía mucho entre el invierno y el verano (por ejemplo, veranos con temperaturas mayores a 35 grados) o donde haya mucha concentración de polvo o de humedad, el desgaste sufrido por la correa será mayor.
Lo ideal es seguir las indicaciones de los fabricantes, pero en caso de no figurar en el manual de propietario, lo recomendable es cambiar esta pieza cada 5 años o, al menos, realizar comprobaciones minuciosas. Una avería de este componente puede desatar una reacción en cadena y resultar en reparaciones con costes de 1.000 a 6.000 euros, por lo que lo mejor es ser precavidos y anticiparse.