“Lo revolucionario es proponer hoy la abolición de los rascacielos”, afirmó en una entrevista el escritor y físico argentino Ernesto Sábato, hace casi 50 años. Pero a pesar del paso del tiempo, parece que sus palabras conservan su verdad. En el tiempo del derecho a la desconexión, de una vuelta a una revisión crítica del crecimiento económico y sus costes sociales, medioambientales, éticos; lo revolucionario, en ocasiones, es decir no al progreso, al crecimiento y al desarrollo.
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Por esta razón, la familia Zammit, bautizada recientemente como “la más testaruda del mundo”, recibe tantos elogios como críticas, y por encima de todo, provoca comentarios de asombro en todos quienes conocen su historia. Lo único que han hecho es decir que no: que no quieren vender su casa, codiciada por las promotoras inmobiliarias que han construido viviendas a su alrededor. Una larga hilera de ofertas rechazadas que recuerda a otros casos, como el de Edith Macefield en Estados Unidos, o Salah Oudjani en Francia.
Un negocio redondo
La situación de la vivienda en Australia es similar a lo que se ha visto en diferentes lugares del mundo, incluyendo España. En tres años el precio de las casas ha subido un 30%, lo que mientras ha provocado una serie de problemas sociales por la poca asequibilidad de una casa por parte de la población, ha sido también un negocio redondo para los grandes propietarias y las promotoras inmobiliarias.
En este contexto aparece la familia Zammit, cuya vivienda familiar se encuentra a las afueras de Sidney, la ciudad australiana más conocida. “Solía ser una tierra de cultivo salpicada de pequeñas casas y cabañas de ladrillo rojo”, aseguraba la dueña de la casa al Daily Mail hace unos años. Al comprar la casa y el terreno que la rodea -hay un camino recto de 200 metros desde la puerta hasta los confines de su propiedad-, se encontraron con que, con los años, cada vez eran menos los campos de cultivo que tenían a su alrededor. Poco a poco, se habían ido construyendo urbanizaciones idénticas.
La zona de la casa de los Zammit cuenta con varios elementos que la hacen especialmente valiosa. A 40 kilómetros del centro de la gran ciudad, cuenta con unas inmejorables vistas de las Montañas Azules, que son Patrimonio de la Humanidad. Ante esto, los promotores no dudaron en ofrecer a todos los propietarios de la zona una considerable suma de dinero a cambio de sus casas. Todos aceptaron, menos los protagonistas de esta historia.
El poder de querer conservar lo poco que queda
De hecho, los Zammit, una pareja que vive junto a sus hijos, han rechazado numerosas y suculentas ofertas a cambio de vender su casa, pues el contraste entre las urbanizaciones y su casa es muy notorio, por no hablar del dinero que supondría edificar este terreno de considerable extensión. Por eso, en medios de todo el mundo ya se comenta cómo los residentes de esta codiciada casa han rechazado incluso proposiciones de unos 50 millones de euros, pese a que su valor estaría situado entorno a los 37 millones.
“Hoy todo ha cambiado, pero queremos preservar lo que queda de esa época”, aseguraba al medio británico la señora Zammit. Su familia ha vallado todo su terreno, y es su hijo pequeño el que se encarga de cuidar del césped del terreno. Mientras tanto, las promotoras no dan crédito y critican a esta pareja por obstaculizar el desarrollo local. En cambio, muchos otros ven el gesto de la familia como una respuesta necesaria a los grandes especuladores. Un “no” revolucionario, contra el que los empresarios no pueden hacer nada, por mucho dinero que pongan sobre la mesa.