“La democracia está en declive en todo el mundo”. Esta es la conclusión que sacó el último informe del prestigioso Instituto V-Dem que mide los valores democráticos en el planeta. De este estudio se desprende que, en 2023, la libertad de expresión empeoró en 35 países; la libertad de asociación, en 20; y las elecciones limpias, en 23. Alrededor de 5.700 millones de personas viven actualmente en autocracias y apenas un 30% lo hace en democracias, aunque dentro de este grupo apenas la mitad son plenas. Las redes sociales, que nacieron como el máximo exponente de la libertad de expresión, se han convertido en un lodazal donde los extremismos y el odio campan a sus anchas, alentados además por sus propietarios, grandes empresarios millonarios.
En este escenario es incuestionable el éxito de las extremas derechas en todo el mundo, donde, además de llegar a los Parlamentos nacionales, han alcanzado el poder en varios países del Viejo Continente. El historiador especializado en el estudio de las extremas derechas y miembro del Centre d’Estudis sobre Dictadures i Democracias (CEDID), Steven Forti, analiza en su libro Democracias en extinción los últimos acontecimientos políticos y el auge de los Orbán, Meloni o Abascal, que amenazan con desmantelar el Estado de Derecho y de bienestar.
Pregunta: ¿Podemos comparar la extrema derecha tradicional con la nueva extrema derecha?
Respuesta: A partir de los años 80, vimos una nueva tipología de “extrema”. En los años de la Guerra Fría se le solía llamar neofascismo, entre los que se incluían el movimiento social italiano de Giorgio Almirante, el Frente Nacional de Le Pen u otras que van surgiendo en Europa en esa década. En el debate actual, yo utilizo el concepto, con una cierta provocación, de “extrema derecha 2.0″ para remarcar que a fuerzas como las lideradas por Abascal, Meloni, Le Pen u Orbán no podemos definirlas como fascistas o neofascistas como tal, porque en algunos casos no tienen ningún tipo de vínculo directo con las experiencias pasadas de fascismo en general y en sus países.
Pero que en muchos casos no tengan vínculos directos, tampoco quiere decir que no haya elementos de continuidad con las experiencias dictatoriales en cada país. Ahora bien, tenemos que ir un poco más allá de esto y entender cómo se ha transformado en el último medio siglo, para luego poder hacer un análisis más pausado, más preciso de esto, sin utilizar siempre el concepto ya tan gastado de fascismo para definir cualquier cosa que puede ser autoritaria, nacionalista y xenófoba.
P: El mensaje que dejan las elecciones este año es el viraje a la extrema derecha en Europa ¿Cómo han conseguido desdemonizarse para el electorado?
R: El mundo ha cambiado respecto a hace un siglo. Evidentemente, las fuerzas políticas van cambiando y se van adaptando. En el caso de la derecha extrema, tuvo que transformarse por lo que ha pasado con la Segunda Guerra Mundial, la derrota de los fascismos en 1945 y el contexto democrático que se ha abierto tras tras esa fecha. Lo que tenemos hoy en día, desde la victoria de Trump y Milei en el continente americano, a los resultados en elecciones de ámbito nacional o en las europeas, donde la extrema derecha ha batido todos los récords, se debe a un largo proceso. Por un lado, hay un proceso de normalización, es decir, cómo las ideas extremistas se han ido normalizando y viralizando también a través de las redes sociales. Esto al final conlleva que estas ideas estén más en el centro del debate político y que puedan ser más aceptables por parte de muchas personas.
Nadie en un medio de comunicación o en un parlamento se atrevía a decir que están sustituyendo a la población europea con migrantes. Ahora lo escuchamos a menudo, y no solo en la boca de líderes de extrema derecha
Por otro lado, hay un proceso de desmarginación de las formaciones políticas de extrema derecha. Antes, la extrema derecha tradicional, con más vínculos con el fascismo histórico, no se encontraba en los márgenes del terreno de juego de la arena política, mientras que hoy en día se encuentran en el centro. A veces, inclusive, son el partido más votado en sus países o han llegado a ocupar algunos gobiernos o la presidencia de algún gobierno. Pensemos en Hungría, en Italia o en otros gobiernos de coalición ahora en Europa.
Todo esto lo podemos ver también con una metáfora: ‘La ventana de Overton’, del politólogo ultraconservador Joseph Overton. Viene a decir que, en cada contexto geográfico y temporal, hay una ventana, y lo que está dentro de la ventana es lo que es aceptable decir. Ahora vemos cómo esta ventana se ha ido moviendo hacia la ultraderecha, convirtiendo en aceptables muchas ideas. Tenemos el caso de la teoría conspirativa del gran reemplazo, según la cual unas élites mundialistas estarían desde hace años trabajando para sustituir a la población europea con migrantes provenientes sobre todo de África y Asia, generalmente de origen musulmán. Esta teoría estaba fuera de la ‘ventana de Overton’. Nadie en un medio de comunicación generalista o en un parlamento se atrevía a decirla, porque era algo inaceptable. Ahora la escuchamos a menudo, y no solo en la boca de líderes de extrema derecha. La normalización de la extrema derecha también viene de dar la batalla cultural, y es evidente en los resultados que tenemos ahora. Tras haber sembrado en el desierto durante tiempo, ahora está recogiendo los frutos. No todo depende de las nuevas tecnologías de internet y las redes sociales, pero no cabe ninguna duda de que, en las últimas dos décadas, las nuevas tecnologías han ayudado mucho a la extrema derecha. Ha entendido las potencialidades que tenían internet y las redes sociales justamente para conseguir estos objetivos.
P: En el caso español, tenemos el ejemplo de la campaña electoral de Se acabó la fiesta. Pero también Vox ha jugado en la red social X una batalla cultural. ¿Está en declive el modelo tradicional de hacer campaña?
R: No cabe ninguna duda de la importancia y la influencia que tienen las redes sociales. La manera tradicional de la segunda mitad del siglo XX, o de todo el siglo XX, de hacer campaña electoral en la calle, con mítines, con carteles colgados por activistas, se ha transformado muchísimo. A partir de 2008, tras las elecciones que ganó Obama en Estados Unidos, se ha entendido la importancia de las estrategias digitales para hacer propaganda política. Esto no quiere decir que la manera tradicional de hacer campaña no sirva o no sea importante. Muchos de estos partidos han entendido la importancia de juntar las dos cosas, como hizo Salvini en sus momentos de mayor auge en Italia, lo que Luca Morelli llamó la estrategia de TRT: Televisión, Redes, Territorio. Salvini iba a la televisión y participaba en tertulias lanzando una serie de eslóganes que luego el mismo Salvini y su equipo lanzaban en las redes sociales para que tuviesen aún más difusión. Y luego, Salvini, en sus mítines, dedicaba más tiempo a sacarse selfies con los simpatizantes, porque sabía que estos las colgaban en las redes sociales y le daban más visibilidad.
Alvise desde luego que es algo más peculiar, porque es un tipo que lanzó su lista electoral sin tener ni una estructura. Prácticamente no apareció en medios tradicionales y dio solo unos cuantos mítines en una especie de gira que dio previamente al voto europeo. En su caso, su campaña electoral se basó esencialmente en sus canales de comunicación digitales, como Telegram principalmente, donde tenía ya más o menos medio millón de seguidores. Pero luego hay partidos también en la extrema derecha que tienen una estructura en el territorio y también cuidan una manera más tradicional de hacer política.
P: En las elecciones estadounidenses, hemos visto el potencial de la red social X, con Elon Musk en los mandos. ¿Qué le parece ahora mismo el escenario de la antigua Twitter y qué significa esto para la democracia?
R: Es indudable que, tras la compra de Twitter, Musk eliminó cualquier tipo de moderación, y el discurso de odio, las narrativas extremistas, los perfiles falsos campan a sus anchas sin ningún tipo de control. Además, esas mismas teorías de la conspiración están difundidas por el mismo dueño de la empresa que, como sabemos, se ha sumado a la campaña de Trump. Pero tampoco podemos mitificar Twitter antes de Musk. El problema no es solo X, sino la falta de democratización generalizada del espacio digital. Y eso vale también para Facebook o Meta y otras compañías. Lo que tenemos es un número muy reducido de grandes empresarios súper ricos que controlan casi de forma monopolística un sector. Estamos hablando de un sector que se ha convertido, en la práctica, en una especie de servicio público, y sobre el cual no hay ningún tipo de control democrático más allá de lo que hace y deshace a su antojo su propietario.
En las redes no hay ningún tipo de control democrático más allá de lo que hace y deshace a su antojo su propietario
X o Twitter se ha convertido realmente en un basurero en los últimos meses. Pero el problema lo tenemos también en otras redes sociales. Sin ir mucho más lejos, y hablando de Estados Unidos, ya lo fue la perfilación de datos ilegal de Facebook en la campaña electoral de 2016 por parte de Cambridge Analytica. Fue contratada por el equipo de campaña de Trump y permitió la perfilación de millones de datos para luego hacer una propaganda digitalizada personalizada para movilizar o desmovilizar a los votantes de cara al voto de 2016. Facebook en el continente asiático no tuvo ningún tipo de moderación cuando hubo discurso del odio contra los rohinyás en Birmania, conllevando a lo que algunos están investigando como un caso de genocidio. El problema va más allá. Y yo creo que aquí el gran tema que se tiene que poner sobre la mesa es la necesaria democratización del espacio digital.
P: Hablas de que que existe una crisis de identidad que está siendo captada por estas formaciones políticas.
R: Estamos en una época de profundos cambios, que van desde lo tecnológico al mundo del trabajo, a las relaciones sociales, a la geopolítica misma. Y esto lleva a que mucha gente viva con una sensación de inseguridad, desprotección, miedo, inclusive pánico con todo lo que está cambiando. La extrema derecha ha sabido capitalizar este miedo porque ofrece respuestas sencillas a problemas complejos. Ellos lo suelen vincular mucho al aumento de los flujos migratorios, al riesgo de que en un futuro perderemos nuestra identidad como pueblo ‘porque nos están invadiendo’. Pero también hay otro tipo de identidades, como ‘el hombre blanco cabreado’ debido a los cambios por el movimiento feminista; o el proceso de tránsito de una sociedad fordista a postfordista, donde hay una pérdida de identidad como clase trabajadora, como clase obrera. Ha captado, además, que todo esto se enmarca en una generalizada insatisfacción por cómo van las cosas en el mundo, que se conecta con el aumento de las desigualdades y con los cambios de la sociedad, además de una creciente insatisfacción frente a cómo funcionan nuestras democracias. El caso de Trump es un ejemplo casi perfecto de todo ello.
P: Volviendo a Europa, ha dicho que estas formaciones han pasado de querer desmembrar la Unión Europea a querer ocuparla o directamente dinamitarla desde dentro. ¿Cuál es el proyecto ahora?
R: Que la estrategia ahora sea ocupar Bruselas no es una interpretación mía, es una cita de Viktor Orbán. Lo ha explicitado en más ocasiones antes y después de la campaña electoral de las europeas del pasado mes de junio. ¿Eso qué quiere decir? Primero, que las extremas derechas, respecto a hace una década, cuando pedían la salida del euro y de la UE, después del referéndum británico han entendido que fuera de la Unión Europea hace mucho frío y que el referéndum británico y la victoria del Brexit en el Reino Unido ha sido un fracaso. Segundo, que la potencia de fuego de la Unión Europea es notable y los fondos Next generation EU con el Covid lo han demostrado una vez más. Es decir, si la UE quiere, tiene una potencia de fuego económica. Tercero, que la correlación de fuerza está cambiando. La extrema derecha ya no es solo una serie de partidos aislados que no tienen casi ningún peso en la Unión Europea, sino que va creciendo. Ahora tiene el 25% del electorado y está llegando cada vez más a gobiernos. No perdamos de vista que, desde 2021, más allá del caso de Hungría y Polonia, ha llegado en estos últimos tres años a los gobiernos de República Checa, en el 2021; de Italia en el 2022; de Suecia, donde está apoyando externamente al Gobierno; de Finlandia en 2023; y en 2024, de los Países Bajos y de Croacia. En Austria también veremos qué pasa y tendremos también las elecciones en Alemania dentro de poco. En Francia, Marine Le Pen se ha quedado a las puertas de poder gobernar, pero está influyendo de alguna manera en el Gobierno, porque es gracias a su abstención que el Gobierno se tiene en pie.
Desde el fracaso del Brexit, la extrema derecha ha entendido que fuera de la Unión Europea hace mucho frío
El plan es tocar poder y gestionar las políticas europeas. Esto no quiere decir avanzar hacia una mayor integración del proyecto comunitario, más bien es devolver competencias a los Estados, porque el modelo que defienden todas las extremas derechas europeas es una confederación de Estados soberanos, donde al final lo único que se decidiría conjuntamente en Bruselas son cuestiones relacionadas con la defensa, las fronteras, la inmigración y como mucho la economía.
P: ¿Sigue siendo efectiva la llamada a la movilización del electorado ante el temor de que las conquistas sociales están en peligro? Hemos visto que en la campaña de Kamala Harris eso ya no ha tenido el efecto de movilización que solía tener este mensaje.
R: No lo tiene o lo tiene solo parcialmente. Ahora cada elección tiene su historia. Este discurso lo utilizó mucho la izquierda en España en julio de 2023 y ahí parece que sí que movilizó a una parte del electorado. El nuevo Frente Popular, en Francia, también consiguió un número importante de votos en las elecciones. Ahora, yo creo que después de tantos años con una extrema derecha cada vez más fuerte, cada vez más presente, ese discurso tiene fuertes limitaciones. Ese discurso puede activar a una parte del electorado, pero no puede ser la única herramienta que utilicen la izquierda y el mundo progresista. Es decir, tienen que llenar de mucho más contenido su actuación política, sus propuestas políticas y sus discursos en la campaña electoral.