La posibilidad de una huelga de alquileres en España ha puesto sobre la mesa un debate crucial sobre el acceso a la vivienda y las implicaciones económicas de un movimiento masivo de inquilinos. Según un estudio elaborado por el Observatorio del Alquiler de la Fundación Alquiler Seguro y la Universidad Rey Juan Carlos (URJC), un cese de pago por parte del 40% de los inquilinos generaría una pérdida de 18.580 millones de euros anuales y reduciría el Producto Interior Bruto (PIB) en un 1,69%. Este impacto también se traduciría en la desaparición de 1,12 millones de empleos y en una drástica contracción de la inversión en sectores clave como la construcción y el mantenimiento de propiedades.
El informe detalla de igual manera cómo distintos niveles de impago afectarían la economía española. Si un 25% de los inquilinos suspendiera los pagos, las pérdidas anuales ascenderían a 11.613 millones de euros, mientras que el PIB se reduciría en un 1,06% y se perderían 700.000 empleos. En un escenario menos severo, con solo un 10% de inquilinos en huelga, las pérdidas serían de 4.645 millones de euros, con una caída del 0,42% en el PIB y 280.000 empleos menos. La disminución de ingresos para los propietarios no solo afectaría a los inversores individuales, sino también a sectores dependientes del alquiler como la construcción, que es intensiva en mano de obra. Menores ingresos implicarían recortes en el mantenimiento y la mejora de propiedades, intensificando el problema de la precariedad habitacional.
Un movimiento con precedentes históricos
No sería la primera vez que España enfrenta una huelga de alquileres. En 1931, en plena Segunda República, más de 90.000 familias en Barcelona dejaron de pagar sus arrendamientos en protesta por las condiciones insostenibles de vida y los altos precios de la vivienda. Aquella huelga se extendió durante meses, marcando un hito en la lucha por derechos habitacionales en el país.
Hoy, el contexto es diferente, pero el problema persiste. El precio medio del alquiler ha subido un 19% en los últimos cinco años, superando el aumento de los ingresos medios (14%) y triplicando la tasa de inflación (6,7%). Estas cifras han llevado a colectivos como el Sindicato de Inquilinas e Inquilinos de Madrid a considerar una huelga como medida para presionar al Gobierno y a los propietarios. Desde la organización han articulado un conjunto de demandas que buscan no solo aliviar la carga económica de los arrendatarios, sino transformar estructuralmente el mercado del alquiler en España. Estas pretensiones abarcan cuatro pilares fundamentales:
- Reducción del precio de los alquileres en un 50%: El sindicato propone que esta disminución se implemente mediante un decreto, argumentando que el mercado actual está inflado y desregulado. Señalan que los precios actuales dificultan a gran parte de la población acceder a una vivienda digna, especialmente en las grandes ciudades donde la especulación inmobiliaria ha intensificado la crisis.
- Contratos de arrendamiento indefinidos: Inspirándose en modelos de países como Alemania, Austria y Dinamarca, el sindicato plantea que los contratos de alquiler deberían garantizar la permanencia del inquilino sin un límite temporal. Este tipo de contratos evitaría situaciones de inestabilidad, como subidas abruptas de precios al renovarse los contratos o el desalojo de inquilinos para revalorizar los inmuebles.
- Incorporación de viviendas vacías y con usos anómalos al mercado del alquiler: Una de las demandas más controvertidas es la utilización de viviendas desocupadas o destinadas a fines no residenciales, como alquileres turísticos, para ampliar el parque de viviendas de alquiler. Según el sindicato, la creación de un parque público robusto es esencial para garantizar el acceso universal a la vivienda.
- Prohibición de la compra de viviendas con fines especulativos: Proponen que las viviendas adquiridas solo puedan ser destinadas a uso residencial, con una exigencia de ocupación mínima de cuatro años. Esto busca frenar la compra masiva por parte de grandes fondos de inversión, responsables, según el sindicato, de convertir la vivienda en un activo financiero en lugar de un derecho fundamental.
Además, el sindicato aboga por políticas fiscales más restrictivas para los propietarios de grandes carteras de viviendas y por incentivos para aquellos que opten por destinar sus propiedades al alquiler a precios asequibles. También han insistido en la importancia de un mayor control sobre los fondos de inversión inmobiliaria, conocidos como SOCIMI, que operan bajo beneficios fiscales mientras generan alzas en los precios del mercado.