—“Y sobre todo queremos que las mujeres sean morales y cristianas. Que solo con esta base pueden hacerse grandes cosas en las naciones”.
La frase la pronunció Pilar Primo de Rivera, la cara amable del franquismo y líder de la Sección Femenina de Falange, que tenía una idea muy clara de cómo debían ser las mujeres españolas: madres y esposas abnegadas sin ningún tipo de mundo más allá del que marcaban los límites de sus casas. La dulzura que desprenden sus palabras inocentes y bondadosas sobre el papel no coincide de ningún modo con la realidad que atravesaron las españolas, que sufrieron la represión de una dictadura que les arrebataba cualquier tipo de libertad y las trataba como a seres inferiores e incapaces.
Aquellas que vivían recluidas en sus casas con sus maridos e hijos, y despojadas de cualquier derecho del que hubieran disfrutado durante la Segunda República, corrieron mejor suerte que las que fueron fusiladas; las que pasaron años internas en cárceles y campos de concentración por sus ideas; las viudas, hijas, madres o hermanas de los “rojos” a las que hacían la vida imposible; o aquellas a las que les arrebataron a sus hijos recién nacidos para dárselos a familias afines al régimen. De todas ellas habla Isabel Serrano Durán, que ha recopilado en Muros de silencio (Ediciones B, 2024) la historia relegada del sufrimiento y la fuerza de las mujeres durante la dictadura franquista.
Pregunta: ¿Por qué decides escribir este libro y juntar en él las vivencias más duras de las mujeres durante el franquismo?
Respuesta: Creía y creo que tenía una deuda pendiente con todas las historias que me había contado mi abuela y con el regalo que me hizo rompiendo su silencio y hablándome de mi familia. De que, por ejemplo, a su abuela la raparon por preguntar por su yerno, al que días después fusilaron; o del hambre, y que desde pequeña tenía que trabajar porque había que ayudar a su madre que estaba haciendo estraperlo de café. Cuando voy creciendo y voy leyendo sobre memoria y sobre mujeres, veo que no es solo la historia que me cuenta mi abuela, no son historias individuales, sino que son colectivas y son compartidas. Tienen que tener una lectura común. También me parece importante que desde la juventud hablemos de memoria y lo hagamos como con una perspectiva de género, porque como siempre, la mayoría de libros están escritos por hombres y cuentan las historias de hombres.
P: La cuestión del género atraviesa todo el libro.
R: Es que en la historia, a las mujeres siempre se les ha quitado valor. El peso del olvido y el silencio cae sobre nosotras. El libro es un ejercicio importante de recopilación y, sobre todo, de divulgación, porque mi intención no era ni hacer un ensayo histórico ni técnico o académico, sino una recopilación de todo lo que han estudiado muchas personas antes y hacerlo de una manera más llevadera para que llegue a más gente.
P: En las primeras páginas, hablas de las “heridas que se heredan” y narras la tuya propia, ¿crees que los más jóvenes no tienen esa herida porque desconocen la historia del pasado de su familia y de su país?
R: Estoy segura. Para mí es un regalo que mi abuela me contase estas historias porque me parece complicado hablar de esas penurias. Cuando tú cuentas algo, también lo estás recordando, y es doloroso y es también saber que estás transmitiendo una herida. Pero es que creo que esa herida, por mucho que no se cuente, también se transmite porque al final está ahí y está latente. Quien tenga la suerte de seguir teniendo personas mayores a su alrededor, tiene que hacer ese ejercicio de preguntarles y coger ese testigo vivo, esa historia oral que es la que se transmite y no está en los libros. Ese ejercicio nos hace ser conscientes de lo que ellos tuvieron que pelear y los sufrimientos que tuvieron que padecer. Valoramos mucho más lo que tenemos cuando somos conscientes de que no nace por imposición divina, sino que es el resultado de muchos años de lucha y de sufrimiento.
P: En el libro, te centras especialmente en el sufrimiento. Es un recorrido por lo que atravesaron las mujeres entonces, desde las cárceles y campos de concentración hasta el exilio y los robos de bebés.
R: Sí. Quería reflejar que no había solo un tipo de violencia contra la mujer. Cuando se habla de la violencia en el franquismo, se habla de la tortura, de los fusilamientos, las cárceles y el exilio de los hombres. Con este libro quería mostrar que la violencia en el franquismo contra las mujeres es una violencia de género, y no es que se las excluyese de ese tipo de violencia que también se les realizaba a los hombres. Es decir, a las mujeres también se las torturaba, también se las fusilaba, también estaban condenadas en el exilio, pero además tenían una serie de violencias que eran propias a su género y eran violencias que se llevaban a cabo por ser mujeres. Fueron muy diversas las herramientas que tenía el régimen para acallar a las mujeres.
P: Capítulo tras capítulo, se puede ver el trabajo de documentación, ¿hay algo que encontraras y no esperaras a lo largo de todo el proceso?
R: Las voces. Por mucho que hayas leído y por mucho que hayas visto películas, cuando una mujer está contando cómo la violaron o cómo la raparon, siempre te sorprende. No somos conscientes de los límites de la crueldad. Es horrible el hecho de que fusilasen a mujeres que estaban dando a luz en el momento y que después matasen a su bebé, o que les cortasen los pechos antes de matarlas como un método de tortura. Por mucho que lo pienses, no sabes en qué mente perversa puede caber. Pero también me sorprendió la parte de las lesbianas, no la violencia, sino la resistencia. No sabía que había esa subcultura y esa forma de relacionarse entre ellas.
P: Hablando de cómo se relacionaban, otra de las cuestiones latentes en el libro es la de las redes de apoyo que forjaban las mujeres en todos los espacios en los que sufrían, desde las cárceles hasta los conventos en los que estaban recluidas.
R: Yo creo que es algo de lo que tenemos que aprender y que creo que se sigue haciendo, que es que en momentos crudos y duros, en los que tú sola no puedes, ves que con tu grupo sí. Es más fácil organizarte, porque es más fácil compartir, porque es más fácil pensar colectivamente y llegar más lejos. La guerra y el franquismo dejaron muchas mujeres solas que tuvieron que salir adelante rompiendo los roles de género que imponía el franquismo. Porque, por un lado, te decía que las mujeres no podían trabajar, pero si no tenían ningún hombre, porque habían fusilado a todos en tu casa, pues eran ellas las que tenían que trabajar, y no era fácil. Entonces, esas mujeres que estaban en el límite de la muerte no tenían otra manera de salir adelante que con sus vecinas, con sus compañeras de fábrica o con amigas. Y yo creo que es algo que seguimos haciendo nosotras, juntarnos y protegernos mutuamente. Porque sabemos que lo que hay fuera es mucho más peligroso y que solas es más complicado salir adelante.
Esa frase, la que pronunció la hermana de José Antonio Primo de Rivera, quedaba plasmada en la pared de una de las salas de la cárcel de Las Ventas en Madrid. El lugar fue creado durante la Segunda República bajo la mirada de Victoria Kent, primera directora general de prisiones, que la concibió como cárcel modelo para mujeres con el objetivo de dignificar la condición de las reclusas hasta su reinserción. Después de la Guerra Civil, volvió a utilizarse como prisión femenina, donde las presas eran hacinadas en condiciones infrahumanas bajo las directrices del régimen. Permaneció abierta hasta 1967, cuando se derribó para construir viviendas, así que de aquello ya solo quedan las imágenes y las voces de las mujeres a las que en absoluto trataron de forma moral ni siguiendo las lecciones del cristianismo. Sus voces e historias, como las de muchas otras, quedan plasmadas en Muros de silencio, un viaje por el horror que soportaron nuestras abuelas y bisabuelas.