Al borde de un volcán dormido y rodeado de frondosa vegetación, se alza un enorme edificio olvidado. Al menos de momento, porque visiblemente se cae a pedazos y, antes o después, será consumido por el bosque. Se trata del Monte Palace, en la isla de São Miguel, del archipiélago de las Azores (Portugal): un hotel que comenzó a construirse en 1977, con una inversión de aproximadamente 5 millones de euros pero que estuvo operativo tan sólo 18 meses tras su apertura en 1989.
La historia de este hotel comienza con la empresa Industria Açoriana Turístico-Hotelereira (IATH). Sus inversores belgas y franceses tenían la intención de construir dos hoteles de lujo en esta isla del archipiélago portugués: Bahía Palace, en la playa de Agua d’Alto, y Monte Palace, en las montañas de Sete Cidades.
El Conservador Oficial de Museos de Francia, Olivier Clément Cacoubd, junto con Yves Roa y los grupos S y P Einstein Arquitectos y Creusot Loire Entreprise diseñaron ambos edificios, que fueron bautizados por los locales como los Hoteles Franceses. Empezaron mal, sin embargo: cuando ambos abrieron sus puertas al público, tenían una deuda acumulada de aproximadamente 60.000 euros, además de numerosas críticas, por lo que necesitaron la colaboración de un inversor externo (Estoril Sol y Tap Air Portugal) y subvenciones varias del gobierno portugüés. Hoy en día, el Bahía Palace sigue operativo, pero el Monte Palace no corrió la misma suerte.
5 plantas, 88 habitaciones, y dos restaurantes en honor a unos reyes
Mientras estuvo activo, el Monte Palace acogía a sus clientes en 88 habitaciones, 52 de las cuales eran suites, 27 habitaciones dobles, 4 habitaciones dobles con salón, 4 suites de lujo y una suite presidencial. Además, en su interior funcionaban dos restaurantes de cubertería de plata y servilletas bordadas: Dona Amélia Grill y Dom Carlos, bautizados en honor a dos reyes de Portugal que visitaron Sete Cidades durante el verano de 1901, según el medio especializado en turismo en Las Azores Futurismo. Esta misma visita también dio nombre al impresionante mirador del hotel que es, además, el más popular de Sete Cidades: Vista do Rei (la visita del rey, en castellano).
Con sus más de 100 empleados, el Monte Palace también gestionaba un bar, 3 salas de conferencias, una sala de juegos, una peluquería, un banco, un club nocturno en el sótano y muchas otras boutiques: ni que decir tiene que una estancia en este hotel habría supuesto un lujo enorme.
A pesar de las ambiciosas pretensiones de los dueños, o quizás precisamente por ellas, el Monte Palace perdía 16.000 escudos mes a mes. Esto supuso que, el mismo día en que su director recibió el premio al Hotel del Año en Lisboa, el personal que trabajaba en él se enteró de que le quedaba, apenas, una semana abierto. Así, el 26 de noviembre de 1990, 18 meses después de su apertura, el Monte Palace cerró sus puertas para no volver a abrirlas nunca más.
Desde entonces y hasta el año 2011, un guarda y su perro custodiaban la estructura de curiosos y exploradores que pudieran acercarse a visitarlo. Sin embargo, al final no quedó presupuesto ni para esto, ya que, al dejar de cobrar en 2011, abandonó su puesto, quedando el Monte Palace completamente abandonado y a su suerte - y, claro, en su interior aún quedaba casi todo, hasta que dejó de quedar: fue tal el saqueo al que fue sometido que no quedó ni el ascensor. De hecho, según Futurismo, los lugareños llegaron a pensar que el hotel estaba en obras por el ruido que se oía en su interior, aunque en realidad debían ser personas arrancando bañeras, espejos, y cualquier otra cosa que pudieran levantar.
Hoy en día, por haber no hay ni cristales, ya que el gobierno los retiró para, supuestamente, evitar que la gente sufriese daños. Aun así, sigue teniendo su encanto: aunque, oficialmente, está prohibido, son muchos los exploradores que, poniendo mucho cuidado (ya que el edificio se está cayendo a pedazos), se adentran a investigar, impresionados por su enorme vestíbulo y lo recóndito de su ubicación. Sin embargo, su mayor atractivo sigue siendo el de siempre: la vista tan deslumbrante que hay desde su azotea del mar y el océano en el cráter volcánico, un espectáculo impresionante de la naturaleza por el que, quizás, merece asumir el riesgo de entrar a explorar.