El agua y el lodo que ha dejado la DANA más devastadora del siglo se van disipando poco a poco, pero la tragedia provocada a su paso, tanto en víctimas mortales como en daños materiales, perdurará mucho más tiempo. Por eso es más necesario que nunca fortalecer los mecanismos de alerta temprana, mejorar la coordinación entre las diferentes instituciones y lograr un urbanismo sostenible, asegura en entrevista con Infobae España el divulgador ambientalista Miguel Aguado, también director de la consultora B-Leaf. Pese a todo, tiene claro que aún estamos a tiempo de frenar el cambio climático. “Es cuestión de voluntad”.
Pregunta: ¿Qué podemos aprender de esta DANA?
Respuesta: Como todas las predicciones nos dicen que cada vez va a haber fenómenos climatológicos extremos con más frecuencia e intensidad, lo que tenemos que aprender es a reducir los daños y los efectos que pueda haber para actuar sobre ellos, porque no podemos controlar la naturaleza como tal. Una de las cosas más importantes que se debería hacer es modificar el modelo de urbanismo que tenemos en zonas inundables, porque un tercio de las viviendas que estaban en zonas inundables en el Levante, en Valencia, se construyeron durante el boom inmobiliario y, por tanto, ya se sabía el riesgo de construir ahí, pero igualmente se permitió. Y esto no puede ser, porque volveremos a tener el mismo problema sobre casas recién construidas. Tenemos que tener en cuenta ese modelo de urbanismo que prevé, por ejemplo, zonas de acumulación de agua con diques, aunque lo más lógico es aprender de lo que hace la naturaleza, que nos ha enseñado que hay que tener zonas inundables que sean vegetales, porque tienen una capacidad de absorción importante, en lugar de estar hormigonando todo. La propia naturaleza absorbe y reduce el impacto del agua, actúa a modo de pequeños paraguas. Necesitamos esos espacios que absorben y canalizan el agua.
P: También han fallado las alertas en este caso. El mensaje de la Generalitat Valenciana llegó tarde a la población. ¿Cree que habrá cambios en ese sentido?
R: No tengo duda de que van a cambiar mucho los protocolos de actuación, porque deben modificarse. Pero más allá de las responsabilidades que se diriman en el plano político, también tenemos que pensar como sociedad, porque cuando se recibió el aviso, aun siendo tarde, había zonas en las que en ese momento no estaba lloviendo y la gente pensó que no les iba a afectar o que les afectaría poco, cuando el agua después arrasó todo a su paso. Por tanto, tenemos que dar credibilidad a estas alarmas. Hay quien dice que hay que pasar del rojo al negro, no sé cómo se podrá hacer, pero lo importante es que cuando llegue el mensaje se haga caso.
También es importante que en este tipo de zonas [donde los fenómenos extremos son más habituales] se sepa cómo evacuar, por ejemplo, un colegio en caso de inundación o que se hagan simulacros en centros de personas mayores. Debe haber una formación específica para saber cómo tienes que irte y qué debes hacer, para que lo tengamos inmerso nosotros mismos, como ocurre en Japón, un país con alto nivel sísmico que no solo tiene un modelo adecuado de construcción, sino también una buena información y protocolos, porque de esa forma habrá menos víctimas mortales.
P: ¿Por qué fue esta DANA ha sido tan virulenta? ¿Es cierto que el calentamiento del Ártico también ha podido influir?
R: Por lo general, estos fenómenos se producen en septiembre. Esta ha sido una DANA muy tardía, lo cual nos habla de que hay un desorden, un desequilibrio en el planeta. Es el calentamiento del agua del Mediterráneo lo que hace que se produzca una evaporación de calor hacia arriba y que, al mismo tiempo, cuando se cruza con corrientes frías, choque y se produzca energía. Eso es lo ocurre en una DANA convencional. Pero este año el Mediterráneo ha batido récords en temperatura, alcanzando los 30 grados, y apenas unos días antes de la DANA se alcanzaron entre 20 y 23 grados, lo cual es una barbaridad para estas fechas. Por otra parte, el Ártico tiene una corriente de aire frío que actúa a modo de cinturón, separando el aire y las temperaturas más frías del resto del planeta, y el calentamiento en general hace que ese cinturón siga existiendo, pero tiene escapes de aire frío, ya no es tan estable como antes, sino que ahora es más irregular. Aquí lo que hemos tenido ha sido una concentración de ese escape de aire frío en alto, junto con una temperatura muy elevada. Para entenderlo con un ejemplo cotidiano, es como si cogiéramos un cazo de agua caliente y lo pusiéramos en el fuego con una tapa encima, de forma que subiría el agua con mucha energía y eso da lugar a gotas. Si subo mucho más la temperatura y la tapa que utilizo está además fría porque la he metido en el congelador, el agua cae con más fuerza y energía. Es un doble choque.
La ciencia nos está diciendo que el cambio climático está provocando que las depresiones aisladas en niveles altos ocurran con mayor frecuencia y virulencia, como ha ocurrido en esta última, porque también hay que recordar que este verano también se produjo una intensa tormenta en Baleares, en el propio Mediterráneo, así como inundaciones importantes en Centroeuropa. Todo esto son síntomas evidentes del cambio climático.
P: ¿Se puede decir que el negacionismo climático mata?
R: Sí, no es una frase hecha. Esto no es una cuestión de opinión, es una cuestión de ciencia y la ciencia no tiene color político. Podemos debatir opiniones sobre cómo actuar, pero la ciencia lo que hace es dar datos e información. El negacionismo climático hace que los esfuerzos, incluso las inversiones, no se deriven hacia actuaciones que son preventivas, que pueden ayudar, y se dirigen a otras cosas. Estamos teniendo veranos con olas de calor tremendas, y si negamos que esto ocurre y decimos que ‘siempre ha hecho calor en verano’, lo que estamos haciendo es que se evita invertir en aspectos que benefician, por ejemplo, a personas mayores o más desfavorecidas, que carecen de aire acondicionado en su casa. El negacionismo mata porque deriva las actuaciones que son tremendamente urgentes, pero digamos que hay dos tipos de muertes provocadas por ello. Lo que hemos visto en Valencia es un ejemplo, pero hay otras muertes más silenciosas, como las que provocan las grandes sequías en África. En muchos entornos ya están muriendo miles de personas a consecuencia de estas sequías que generan hambruna, porque también lo que hacen es acabar con los cultivos y la ganadería. Y a raíz de esto se generan conflictos políticos y sociales.
P: ¿Estamos a tiempo de reducir el calentamiento global, de revertir la situación?
R: Tenemos que hacer la adaptación a ese cambio climático y, de momento, podemos reducirlo considerablemente. Y eso significa, por ejemplo, optar por cultivos que requieran un bajo consumo de agua o aprovechar más los recursos naturales como el viento y el sol. Por una parte, se hacen esfuerzos y grandes inversiones, se están dando pasos importantes, pero la clave es llegar a tiempo. Decía Al Gore, exvicepresidente de EEUU y ambientalista, que el recurso más escaso del planeta es la voluntad, y especialmente la voluntad política. Y es que se necesitan decisiones rápidas y concretas, porque el tiempo es la clave. Si actuamos a tiempo, al menos podemos reducir los impactos, aunque hay emisiones de CO2 que no desaparecen. También hay que destacar un dato muy positivo respecto a las energías renovables en todo el planeta, pues tenemos mucha más cantidad generada por la fotovoltaica de la que preveía la Agencia Internacional de la Energía para este año, y en la eólica exactamente igual. Estamos generando tecnología asequible y barata, y esto es una gran ayuda porque sustituimos combustibles fósiles para generar energía por energías renovables.
Deberíamos escuchar más a nuestros mayores, que son quienes toda la vida nos han dicho que hay que apagar las luces cuando no son necesarias, que no hay que tirar la comida, que hay que darse duchas rápidas o aprovechar bien la ropa. Son criterios de sensatez. Tenemos que aprovechar la energía y actuar de forma sensata.