Envejecer junto a la persona a la que se ama es uno de los deseos de mucha gente. Es común que las parejas empiecen a planear su jubilación desde el ensueño: un jardín, un perro, una casita a los pies del mar. Desprenderse de todo y vivir en un barco; comprarse una caravana para amanecer en cualquier parte - o, como es el caso para muchos jubilados británicos, mudarse a España y gozar de esos tan esperados años de tranquilidad bajo el generoso sol.
Ed y Joanna, un matrimonio estadounidense, tenían su propio plan: se mudaron a Nimes, una ciudad al sureste de Francia, hará aproximadamente un año. La pareja, que lleva casada ya dos décadas, decidió marcharse de los Estados Unidos en busca de un destino en el que pasar juntos el resto de sus días. No fue una elección arbitraria: años antes, habían pasado en la ciudad dos meses de los cuales “amaron cada minuto”, por lo que estaban convencidos de que era el destino idóneo para los dos.
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Según Joanna, Nimes ofrecía justo lo que buscaban: cortesía, respeto, y la mínima cantidad posible de violencia con armas de fuego - lo cual, realmente, no es pedir tanto. Sin embargo, las complicaciones empezaron muy pronto: el proceso de conseguir un visado de larga duración les resultó mucho más complicado de lo que habían esperado, al igual que traer desde San Francisco a su gata Suzette (cuyo nombre es prueba de lo mucho que les gusta Francia), que les costó una suma de 5.000 dólares americanos, unos 4.600 euros.
Joanna, que se describe como una persona sociable y habladora, pronto se dio cuenta de que iba a echar de menos su lado más social: “Le dije un día a Ed: ‘Hace tres meses que no hablo con nadie’... echo de menos interactuar” reflexiona, añadiendo que no le hace especial ilusión el “socializar con otros expatriados”, ya que “no es para lo que nos embarcamos en esta aventura”. Aunque, según cuenta, sus nuevos vecinos han sido amistosos y acogedores, admite también que el idioma y las diferencias culturales han complicado aún más las cosas: “Son gente muy privada. Pero también tienen principios y un sentido de la moral. Son buena gente. No hay nada de antipático en ellos. Simplemente, no son muy sociables” - aunque, realmente, la población francesa tiene cierta notoriedad precisamente por esto, aunque hayan tratado de quitársela de encima.
Será, quizás, por Emily en París, pero los franceses no parecen ser muy fans de los americanos. Según cuenta Joanna, no ha sido capaz de recuperar algún nivel de vida social en Francia, a pesar de sus intentos, y esto le ha impactado seriamente. Puede tener que ver con que, como dice, ha estado demasiado “ocupada empaquetando, desempaquetando (su mudanza), montando muebles, etc. , que no he tenido tiempo de plantar los codos y empezar (a aprender francés)”. Y, claro, no conocer el idioma local complica mucho cualquier tipo de interacción con el ambiente. Tanto es así, que no es solo a la hora de socializar que la pareja se ha visto con carencias: conseguir un médico de cabecera también les ha sido imposible, ya que, según cuentan, la mayoría les rechaza debido a que, supuestamente, “no aceptan nuevos clientes”.
Echar de menos tu casa, tus amigos, el apio y el yogur helado
Tras ver frustradas sus pretensiones de vivir en Nimes, la pareja se mudó a Montpellier, una ciudad aún más al sureste y bañada por el mar Mediterráneo. Aunque en un principio les resulto muy complicado encontrar un piso que alquilar debido a no haber hecho la declaración de impuestos, acabaron por encontrar un apartamento que les gustó. Sin embargo, aunque prefirieron la vida en esta ciudad, pronto se dieron cuenta de que la vida francesa no era para ellos: “Amo Francia” asegura Joanna, añadiendo que “creía que Francia es un país increíble, pero no para vivir aquí...”
A pesar de que solía estar desesperada por marcharse de los EEUU, su paso por Francia le ha hecho darse cuenta de que, en realidad, añora su país: “Echo de menos la familiaridad” explica. “Echo de menos saber donde están las cosas. Echo de menos el yogur helado - porque aquí no tienen. Echo de menos las tonterías... extraño a mis amistades, por supuesto. No tenemos familia, pero tenemos una gran red de amigos. Simplemente extraño poder verlos, y echo de menos mi apartamento”. Incluso los supermercados les hacían añorar su casa, ya que, según Joanna, “vas al supermercado y los productos son terribles... agarras una pieza de apio y se cae de lado. Está muy blando. Muy viejo y horrible. ¿Quién se comería esto?”
Aunque aseguran que no podrían haberse esforzado más en aclimatarse al estilo de vida francés, ahora están deseando volver a casa: “Simplemente extraño mi vida. Tenía una allí (San Francisco). Aquí no la tengo.” Es, según la pareja, una decisión muy dura que tomar: ya lo fue decidir dejarlo todo atrás y mudarse a Francia, por lo que les trae cierta sensación de derrota el tener que volver. Sin embargo, creen que es lo correcto, ya que, según Joanna, “le hemos dado un año. Pero acabamos por decir ‘demasiado dolor y ninguna alegría’. No hay diversión. Sufrimos día a día.”. Ya tienen su billete de vuelta a San Francisco, ya que no creen que “vaya a funcionar para nosotros... No tenemos 40 años más, ¿sabes?”