Entre 1,5 y 2 millones de hombres españoles sufren un problema de disfunción eréctil, pero solo el 5% recibe un diagnóstico y, de ellos, tan solo la mitad recibe tratamiento. La normalización de esta afección, unida al tabú que rodea el sexo, hace que muchos ignoren la situación o sientan que no hay nada que hacer.
Pero las opciones para tratar la disfunción eréctil y poder convivir cómodamente con esta afección son varias y han avanzado con los años. Más allá de la conocida viagra, creada hace 25 años, en España hay disponible un amplio abanico de fármacos y procedimientos más o menos invasivos para responder ante la disfunción eréctil.
El primer paso en un tratamiento, explica a Infobae España el urólogo Ignacio Moncada, pasa por los hábitos del día a día: “cambiar de estilo de vida, adelgazar, hacer deporte... en fin, tener hábitos saludables”. En los casos en los que estos ajustes no son lo suficientemente eficaces, se pasa al tratamiento farmacológico, es decir, “tomar una pastilla cada vez que uno quiere tener una relación sexual”.
La “pastilla azul” y sus variantes
En España hay cuatro medicamentos disponibles: sildenafilo (viagra), vardenafilo, tadalafilo (cialis) y avanafilo. Para obtenerlos, se necesita una receta médica, pero “la Seguridad Social no los cubre”, lamenta Moncada. “Es una cosa que ocurre con otras enfermedades también. Estamos hartos de ver medicamentos para la obesidad que no están incluidos y muchos otros que no están reembolsados por la Seguridad Social. Sin embargo, son medicinas efectivas y que son seguras”, afirma.
Lo bueno es que, al ser tratamientos antiguos, “han bajado mucho de precio desde la aparición de los genéricos”, alrededor de un 40%, calcula el urólogo. Así, si una caja de Viagra podía costar entre 45-50 euros, actualmente puede conseguirse por 20 euros. Al final, el coste de la prescripción “depende de la frecuencia sexual de cada uno”, dice Moncada.
Por lo general, estas pastillas se toman unos 60 minutos antes de la actividad sexual, pero el tadalafilo de 5 miligramos “se puede tomar de forma diaria y eso permite que uno esté cubierto todo el tiempo”, comenta el médico, que recomienda esta opción especialmente a la gente joven.
Inyecciones
Si las pastillas no convencen o no funcionan todo lo bien que se espera, el siguiente paso es pasar a los fármacos vasoactivos de dispensación intra uretral o intracavernoso, “es decir, medicinas que se pinchan en el pene”, aclara Moncada. Son un tratamiento muy eficaz, asegura, pero muchos prefieren evitarlo. “No es que sea muy doloroso, pero es molesto”, dice.
Estos medicamentos, según explica la Asociación Europea de Urología, “relajan el músculo liso del pene y permiten que se incremente notablemente el flujo de sangre”, lo que produce una erección en unos 10-15 minutos, “independientemente de que exista o no estímulo sexual”. El fármaco más utilizado para estos casos es el Alprostadil.
Cirugía: qué es la prótesis de pene
Cuando nada parece funcionar, la cirugía puede ser una opción. “Es uno de los tratamientos más antiguos para la disfunción eréctil, pero es el más invasivo”, recalca Moncada. Es “un tratamiento muy eficaz”, pero también implica sus riesgos, como la infección de la prótesis u otras complicaciones asociadas al paso por el quirófano. Por eso, “al ser caro e invasivo, como no funcione bien puede generar mucha insatisfacción del paciente”, dice el especialista. Sin embargo, el porcentaje de casos de éxito es muy elevado y solo un 2-3% de los pacientes tienen complicaciones.
La operación “tampoco es que sea súper complicada, pero es un poco especializada. Requiere tener una experiencia para que los resultados sean buenos”, apunta el urólogo. Con una pequeña incisión en el escroto, se implanta una prótesis a medida del paciente. Una vez implantada, es la propia persona quien puede activarla a través de una bomba ubicada en el escroto en el momento de mantener relaciones sexuales, explica el Instituto de Urología Serrate y Ribal. El paciente puede volver a mantener su actividad sexual con normalidad a las seis semanas del procedimiento si no hay complicaciones.
La operación puede hacerse en la sanidad pública, pero Moncada advierte de que los retrasos en la atención y las listas de espera quirúrgicas hacen que los pacientes puedan esperar hasta tres años para recibir el tratamiento. En cambio, los tiempos en la sanidad privada pueden ser más acelerados, pero los precios no son aptos para todos los bolsillos. “Hay que pagarlo, porque la mayoría de las compañías de seguros no lo cubren”, explica el doctor.
Ante todo, para Moncada lo importante es asegurarse de que la atención la lleve “un equipo experto, no solo el cirujano, sino también el hospital, donde se sepa manejar este tipo de pacientes”.