Este sábado brilla el sol en Valencia y las temperaturas han superado los 20 grados. Pero las nubes de la tragedia que han devastado la comunidad autónoma durante esta semana no han desaparecido: a pesar de la normalidad que se vive en la capital, todo el mundo es consciente de la situación que se vive a pocos kilómetros de allí, donde la DANA ha causado más de 200 muertos y dejado muchas personas desaparecidas. Por ello, miles de personas se han echado a la calle, bien a pie o en bici, cargadas con cubos, palas, cepillos y fregonas para ayudar en las labores de limpieza.
La solidaridad de los vecinos cubre en parte la escasa presencia de las fuerzas públicas, ya que hasta este sábado solo había 3.000 efectivos desplegados en la región pese la magnitud de la tragedia, que ha destruido localidades como Utiel, Catarroja, Massanassa, Benetússer, Alfafar, Picanya y Paiporta. “Aquí no ha venido nadie. Todo el esfuerzo lo hemos hecho nosotros, los vecinos, y los voluntarios que han venido de otros puntos”, coinciden los afectados entrevistados por Infobae España sobre el terreno.
A muchos de ellos aún les cuesta creer haber protagonizado “esa película apocalíptica” que tantas veces han visto en televisión y ambientada lejos de España, y por eso es aún más difícil de entender por qué la ayuda de las instituciones ha llegado tan tarde. “El Ejército ya debería haber venido para quitar los coches [destrozados] de las calles para poder empezar a hacer vida lo antes posible. No tiene sentido que las patrullas de Protección Civil estén pidiendo que no dejemos escombros en la calle para que puedan pasar los servicios de emergencia, cuando todo está lleno de escombros. La población no está preparada para estas labores”, cuenta a este periódico Alana, una joven de Benetússer que ha perdido su vehículo tras la riada, aunque “por suerte no han tenido que lamentar víctimas mortales” en su entorno.
Alana es una de las muchas personas que este puente ha acudido a prestar ayuda a quien más lo necesitaba, llevando agua, alimentos y todo tipo de utensilios para limpiar el barro que todo lo abarca. Su pareja, Alejandro, quien confiesa que aún no se ha atrevido a hacer fotos, describe el escenario como “algo dantesco”. “Parece algo apocalíptico”, añade incrédulo.
“Siempre puedes echar una mano a alguien”
Ante la escasez de efectivos, en la mañana de este sábado, el presidente del Gobierno Pedro Sánchez ha anunciado que enviará 5.000 militares más, que se sumarán a los 3.000 ya desplegados, para ayudar en las tareas de rescate y emergencia en las zonas afectadas, a petición del presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón. “Con casi toda seguridad, hablamos de la inundación más grave que ha vivido nuestro continente en lo que va de siglo. Sé que hay carencias severas y municipios sepultados por el lodo y el barro. Sé que tenemos que mejorar, pero también sé que tenemos que hacerlo juntos, unidos. Ahora hay que apoyar la administración autonómica con recursos y apoyo técnico”, ha dicho Sánchez en su comparecencia. “Las autoridades valencianas conocen el terreno mejor que nadie. Saben lo que hay que hacer, y si no tienen recursos suficientes para hacerlo, que los pidan”, ha añadido.
Sin embargo, para los vecinos y vecinas que siguen limpiando el barro y apartando escombros para tratar de volver a la normalidad, esta ayuda llega tarde. Por eso, muchos de ellos se han organizado y han abarrotado por la mañana la Ciudad de las Artes y las Ciencias de València para subir a un autobús que les ha llevado a las zonas más afectadas: cerca de 5.000 personas han partido desde ese punto a los municipios cercanos.
Esta riada de gente iba cargada de solidaridad, de gente dispuesta a limpiar el denso barro que se ha colado por cada rincón y apartar los escombros de lo que algún día fue un hogar o un negocio. Una de estas personas es María, una joven valenciana que ha caminado unos 10 kilómetros para llegar a Catarroja cargada con un camping gas. Ella cree que antes de ir a ayudar a cualquier pueblo afectado “es mejor preguntar a los vecinos qué necesitan concretamente”. “Sientes mucha impotencia al ver tanta devastación, pero siempre puedes echar una mano a alguien”, asegura, llena de barro, mientras sigue haciendo ronda por el municipio para prestar ayuda a quien la necesite.
El contraste con Valencia
Y aunque en la capital se han librado de la virulencia de la DANA, gracias sobre todo a que el cauce del río Turia fue desviado del centro de la ciudad al sur tras la riada de 1957, y no hay daños materiales, las cadenas de grandes supermercados y tiendas pequeñas se han visto afectadas. Este sábado se puede ver cómo numerosos estantes están vacíos, pero la situación es totalmente diferente a la de días anteriores y el abastecimiento está asegurado. Otros establecimientos, como las farmacias, no han podido abrir sus puertas debido a los problemas de circulación en las carreteras.
No obstante, en Valencia, la conversación en cualquier cafetería o terraza gira inevitablemente en torno al desastre generado por la DANA, y cómo es posible que “no se haya aprendido de otros desastres para haberlo previsto mejor” y evitado decenas de muertes. “Las autoridades deben tomar más medidas preventivas, porque parece mentira que hayamos tenido más información sobre el huracán Milton que de esta tormenta”, dice un joven en una cafetería del barrio El Pla del Real en la capital. La reconstrucción —material, física y emocional— irá para largo.