La devastadora tormenta de esta semana que se ha cobrado más de un centenar de vidas y decenas de desaparecidos ya es uno de los desastres naturales más grandes de la historia reciente de España. Sin embargo, no es el único, ni el más mortífero. El suceso devuelve a la memoria otro fenómeno meteorológico que provocó más de 800 fallecidos en Cataluña, en la peor inundación desde que existen registros: las riadas del Vallès de 1962.
Ocurrió el 25 de septiembre de ese año. Esa noche, y tras varios meses de sequía, la lluvia volcó hasta 212 litros por metro cuadrado en menos de tres horas —la DANA actual ha alcanzado los 500 litros en algunas zonas— y el agua arrasó con una superficie de cerca de 900 kilómetros cuadrados. Entre los principales municipios afectados, las riadas golpearon con particular fuerza en Terrassa, Rubí y Sabadell, donde los caudales desbordados se convirtieron en un alud incontrolable.
La geografía y la geología del Vallès jugaron un papel importante en la magnitud de la catástrofe. Los terrenos en esta región están compuestos en su mayoría de suelos sedimentarios y arcillosos, que absorben muy poco el agua. Esto agravó la inundación, ya que las lluvias fluyeron rápidamente en lugar de filtrarse. En algunos puntos, el río Besós alcanzó caudales de hasta 5.000 metros cúbicos por segundo, mientras que en otras rieras el flujo de agua sobrepasó los 3.000 metros cúbicos por segundo. Este volumen desproporcionado generó inundaciones que devastaron barrios enteros.
La situación se agravó por culpa del rápido desarrollo urbano que había vivido el Vallès durante las décadas de 1940 y 1950, y que propició un crecimiento desordenado de la población en las áreas cercanas a los ríos. Atraídos por la expansión de la industria, especialmente la textil, miles de personas de otras regiones de España se establecieron en zonas de alto riesgo, ocupando terrenos baratos y desatendidos por las administraciones. Las viviendas, muchas de ellas precarias y sin servicios básicos, se construyeron en los propios cauces de los ríos y rieras, lo que incrementó exponencialmente el peligro. Por todo ello, las lluvias dejaron un número de muertos sin apenas precedentes: más de 800 fallecidos, según las cifras oficiales, pero hoy el consenso apunta a que superaron el millar.
“El paisaje había cambiado, faltaban casas y algunas estaban medio destruidas. Ya no estaba la riera de antes, todo era un gran terreno llano y arrasado, nada de zarzas ni de vegetación viva, sólo árboles arrancados como juguetes rotos”, explica en un reportaje de La Vanguardia Mariona Balbé, que entonces tenía siete años. “Recuerdo ir con mis padres y hermanos, cargados con mantas, llevándolas a los estudios de Radio Barcelona, en la calle Caspe, donde esperaba una columna de camiones que recogían lo que los vecinos llevaban como material de primera ayuda”, cuenta otro vecino de la zona.
Un desastre humano y económico
Alrededor de 4.400 personas perdieron sus hogares y cerca de 12.000 quedaron en condiciones de extrema vulnerabilidad, al borde de la miseria.
En localidades como Rubí y Terrassa, barrios enteros quedaron arrasados, y la comunidad se enfrentó a una crisis humanitaria sin precedentes. Las necesidades básicas como agua, comida y refugio, en muchos casos, solo se lograron paliar gracias a la solidaridad vecinal y las donaciones. Se estima que las pérdidas materiales alcanzaron los 5.000 millones de pesetas (una cifra enorme para la época), y la riada causó enormes daños a la industria textil, uno de los sectores económicos más importantes en el Vallès Occidental. Muchas de las fábricas nunca volvieron a abrir, dejando sin empleo a un gran número de trabajadores y afectando a la economía local y nacional.
Franco se desplazó a las zonas afectadas poco después de la catástrofe y se comprometió a proporcionar asistencia. Sin embargo, la realidad fue muy distinta: las ayudas gubernamentales nunca llegaron a materializarse de manera efectiva, y la burocracia de la dictadura dificultó la canalización de los escasos apoyos que sí se pusieron en marcha. A pesar de las promesas, el apoyo estatal a los damnificados fue mínimo.