Belén López Vázquez es toda una heroína. El personaje interpretado por la gran Malena Alterio en Aquí no hay quien viva nos mostró a una joven treintañera real que se buscaba la vida como podía en una ciudad que ahoga, aprieta y hoy en día expulsa a sus vecinos para abrirles las puertas a fondos de inversión: Madrid. En 2003 nos la presentaron como una fracasada, sin trabajo y sin novio, dos imprescindibles en una sociedad que simplifica la vida en tener un empleo estable, casarse, comprarse una casa y tener hijos. Nos la presentaron como una amargada, sin suerte en la vida, que mantenía relaciones un tanto tóxicas con los hombres y que no quería tener hijos para “no traer más parados al mundo”. Ahora, 21 años más tarde, la vemos con otros ojos.
La primera vez que la vimos en pantalla, en su primera escena, aparece junto a Alicia, su compañera de piso gorrona, quien le pregunta que por qué tiene que ser siempre tan negativa. Ella le responde que tiene casi 30 años y no tiene piso, no tiene casa, no tiene coche... “si es que no tengo nada”, le dice. Por la mañana, Alicia le obligaba a decirse “qué buen día voy a tener hoy”, a ver si así, al cambiar su actitud, también cambiaba su vida. Pero nos engañaron. Belén no era ninguna fracasada. Al revés. Había conseguido algo que hoy en día es todo un hito: estaba independizada antes de los 30 años y se podía permitir pagar sola un alquiler en pleno centro de Madrid.
Eso no quiere decir que la vivienda no fuera para ella un problema. Lo era. Claro que lo era. Sobre todo en una situación de completa inestabilidad laboral. A lo largo de las seis temporadas tuvo hasta 16 empleos, y eso cuando no estaba en paro: en un burger, en una funeraria, como portera en la comunidad, estuvo en una tintorería, fingió ser veterinaria y socorrista, fue agente de parquímetros, vendedora de seguros, cool-hunter para Doopers y telefonista de asistencia en carretera.
Hace 21 años, el salario medio anual no llegaba a los 20.000 euros (era de 19.385 euros, unos 1.600 brutos). Y Belén estaba muy por debajo. Como portera de la comunidad sabemos que no llegaba ni a los 800 euros. Si miramos otros de sus empleos, hoy en día una persona que trabaja de cajera en Burger King cobra entre 3 y 6 euros la hora, según Glashdoor. Y según este mismo comparador, de recepcionista en Madrid se ganan de media 18.000 euros. En 2003, mucho menos. Y aun así, recordemos que ella pagaba el alquiler y sabemos, por el episodio Érase un despertar (4x1), cuánto era el precio: 600 euros por un piso con salón amplio, cocina y dos habitaciones en la calle Desengaño, 21. Justo detrás del Primark de Gran Vía.
En ese momento, Belén ha acogido en su casa a sus amigas Bea, Carmen y Ana. Cuatro mujeres viviendo en dos habitaciones. Belén les quiere echar porque no tiene espacio y Bea le ofrece pagarle 200 euros cada una, a lo que Carmen responde con un “alaaaa”, dando por hecho que es mucho dinero. Y la escena que viene a continuación no ha envejecido en absoluto. De hecho, es la situación que se vive diariamente en miles de hogares entre los caseros y los inquilinos:
Concha: A partir de este mes mil euros.
Belén: ¿Mil euros? ¿Qué dices? ¡Si son 600!
Concha: Me has tenido engañada golfa. Ese no es el precio de mercado.
Belén: No me puede subir 400 euros así de golpe.
Concha: ¿Me los vas a pagar o no?
Belén: ¿Pero cómo le voy a pagar mil euros por esto, por favor?
Concha: Me lo imaginaba. Estoy harta de las golfas. Voy a vender el piso y a vivir la vida. Mil euros o a la calle.
Los precios de hoy en la calle Desengaño
La ficción nos muestra una circunstancia de lo más real en la que se ve el abuso de los caseros frente a los inquilinos y cómo la frase “precio de mercado” es la excusa para sangrar a cualquiera que no sea capaz de ahorrar la suficiente cantidad como para vender su alma al banco y pedir una hipoteca. Y en 2024 a nivel salarial no hay mucha diferencia; en cambio, los precios en la misma calle Desengaño y alrededores se han disparado. Veamos algunos ejemplos:
Dos habitaciones, 114 metros cuadrados en una planta cuarta exterior con ascensor: 1.900 euros al mes.
Una única habitación... 90 metros cuadrados y 2.100 euros al mes. Es alquiler de temporada, es decir, solo para estar unos meses. No es apta para los vecinos de Madrid.
Por 65 metros cuadrados en una segunda plata exterior con ascensor, 1.595 euros al mes. También alquiler de temporada.
Un estudio de 32 metros cuadrados... 890 euros al mes.
Una única habitación... 1.495 euros al mes.
Y una de dos habitaciones... 1.900 euros al mes.
¿Solidaridad de los caseros? Son los padres
Y en un momento en el que la preocupación por la crisis de la vivienda no deja de crecer y en el que las medidas adoptadas por el Gobierno son insuficientes (y en el que las comunidades del PP tampoco ayudan porque no aplican la Ley de Vivienda), a la ministra de Vivienda, Isabel Rodríguez, se le ocurrió hacer un llamamiento a la solidaridad de los propietarios para aliviar la presión en el mercado de alquiler. “Creo que España es un país solidario y, en su mayor parte, el parque de vivienda en alquiler pertenece a los pequeños propietarios”, afirmó en una entrevista para Cadena Ser. “Yo les pido que se hagan cargo de esta causa, de esta necesidad social, y que valoremos estas rentabilidades en términos sociales. Que los precios sean acordes a las capacidades de los españoles”, añadió.
Si algo nos ha enseñado Concha es que tal apoyo no existe. La solidaridad de los caseros es como los Reyes Magos. Si algún joven tiene problemas para pagar la vivienda, la opción que tiene hoy en día es la ayuda de los padres: o bien quedarse a vivir con ellos o que te ayuden a pagar el alquiler, gastando grandes cantidades de dinero en un derecho y sin posibilidad alguna de ahorro.
Y los más afortunados podrán hacer como hizo Belén, que después de todo resulta que no es tan desgraciada: cuando Concha le quiso subir el alquiler, ella se negó, así que puso el piso en venta. Belén logró comprarlo, pero gracias al aval de su madre. Otra historia muy real que refleja Aquí no hay quien viva y que se adelantó a la crisis de vivienda actual: a Lucía Álvarez, la pija, le pagó la casa su padre, Marisa y Vicenta vivían en un piso heredado y la familia Cuesta sufría por llegar a final de mes. Belén, si no es por su madre, se habría quedado sin casa. ¿A alguien le suena esta historia?