Los pacientes de Patricia Sevener no son capaces de recordar su propio nombre, pero sí de aprender nuevas canciones. Esta musicoterapeuta especializada en psicogerontología trabaja desde hace seis años con personas mayores en residencias y centros de día, desde donde experimenta “el poder de la música de reconectar el cerebro” de sus pacientes, asegura a Infobae España. “La enfermedad no la vas a parar con nada, pero es verdad que puedes retrasarla, incluso mantener su calidad de vida hasta el final”, explica.
Las terapias de Patricia ayudan a evitar el aislamiento social, aumentar la atención y promueven la memoria. “Puedes componer una canción con una persona sobre su vida y así está recordando momentos importantes”, ejemplifica, lo que “ayuda a trabajar la memoria y retrasa o disminuye los efectos de la demencia”.
Pero la musicoterapia puede ir mucho más allá: se utiliza con pacientes oncológicos, personas con discapacidad y en unidades pediátricas. Pese a la amplia literatura científica que parece avalar la práctica, en España no está legalmente reconocida. De hecho, en el año 2022, un informe del Ministerio de Sanidad concluyó que la evidencia no era suficiente para recomendar esta técnica, al menos en lo que se refiere a la ansiedad, la depresión o el estrés.
Entre la ciencia y la pseudociencia
Para estas profesionales, la musicoterapia tiene mucho de científico. Según explica Sevener, “es un proceso terapéutico en el que usamos herramientas musicales como la melodía, el ritmo, el tono para para conseguir objetivos terapéuticos, no musicales”. “Se usa para paliar el dolor y hacer frente a estados emocionales diferentes”, expresa María Jesús del Olmo, directora del máster en Musicoterapia de la Universidad Autónoma de Madrid y cofundadora de la Fundación Musicoterapia y Salud. Debe considerarse como una “terapia complementaria”, aclara, y en ese sentido, se ha visto su aplicación para diferentes problemáticas, desde en el ámbito social y educativo hasta el hospitalario.
Así, mientras Sevener trabaja con personas mayores que sufren demencia, Nieves Frechilla trabaja en cuidados paliativos pediátricos en la Fundación Porqueviven. Con la música, acompaña a los más pequeños en su enfermedad o incluso en sus últimos momentos de vida. “A través de los elementos de la música (el ritmo, la música, la armonía) se logran objetivos terapéuticos, como mejorar su saturación de oxígeno, bajar o subir su frecuencia cardiaca...”, explica. Esto no se consigue “cantando una canción al azar que tú te sepas”, apunta Frechilla, sino que se tiene que dar con la clave para cada caso.
“La musicoterapia tiene una base científica bastante importante”, defiende Del Olmo, pese a la negativa de Sanidad. “Desde hace más de 50 años, hay muchísima literatura en revistas importantes sobre los beneficios que tiene”, asegura. Del Olmo cita, por ejemplo, un estudio publicado en 2024 que evidencia que la musicoterapia reducía la carga sintomática en pacientes con leucemia mieloide aguda y trasplante de células madre. Pero existen más evidencias: otro trabajo publicado por la Universidad Complutense en el año 2020 refleja los beneficios en pacientes que pasan por tratamientos de quimioterapia. Los autores identificaron que proporcionaba beneficios “psicológicos en enfermas con cáncer de mama, disminuyendo ansiedad, estrés y depresión y mejorando su calidad de vida” y en definitiva minimiza “los efectos fisiológicos de tratamientos específicos oncológicos”. Se ha visto igualmente su efecto positivo en pacientes pediátricos de 0 a 6 meses: ayudaba a reducir la frecuencia cardiaca, reducía el llanto y mejoraba el sueño de los pequeños.
Falta regulación y formación
Pese a que países como Reino Unido, Estados Unidos o Alemania tengan esta disciplina bastante desarrollada, en España las profesionales llevan muchos años intentando que su profesión se regularice. “Ha habido propuestas no de ley en diferentes comunidades autónomas, como Extremadura, Baleares o Valencia, pero todavía el profesional de musicoterapia no tiene un epígrafe en el INEM que permita un contrato como musicoterapeuta”, explica Del Olmo.
Esto dificulta llevar las terapias a la práctica, especialmente en centros públicos. “Trabajamos metidos en equipos multidisciplinares, a través de fundaciones”, explica Frechilla. Aun con ello, todavía llegan a trabajar en los hospitales públicos, pero nunca como sanitarios. Pueden ser contratados como educadores, terapeutas ocupacionales o músicos, para luego ejercer desde esa posición la musicoterapia. Esta variedad se debe también a la falta de una formación estandarizada: actualmente, la musicoterapia solo se estudia a nivel de posgrado, al que se puede acceder desde distintas ramas del conocimiento.
Por el momento, en el máster dirigido por Del Olmo se exige tener conocimientos musicales y un entrenamiento auditivo, pero para Frechilla debería pedirse también experiencia a nivel psicológico. “Debería primar un terapeuta, un psicólogo o un educador social y a la vez estar preparado musicalmente”, defiende.