Su nombre es Annie Duke y, aunque su nombre no sea muy conocido en nuestro país, es una de las jugadoras de póker más exitosas de la historia. No en vano, cuando aún estaba en activo, ostentó durante varios años el récord de dinero ganado en un solo torneo: nada más ni nada menos que dos millones de dólares, en el año 2004, una competición en la que, por cierto, venció a su propio hermano, quien décadas antes le había enseñado a jugar.
Pero en los últimos años, Duke ha mostrado también que, además de ser una de las mejores jugando al póker, también posee un inmenso talento para extrapolar a la vida cotidiana las diferentes estrategias y lecciones que deja el juego. O, quizá sea al revés, y muestre cómo en el mundo se producen situaciones muy similares a las que se ven sobre la mesa, junto al resto de jugadores, que pueden ser muy útiles para saber qué decisión tomar, con las mejores y las peores cartas.
Esto puede verse en su último libro, publicado en España este mismo mes de octubre, ¡Abandona! (Alienta Editorial), libro en el que defiende las virtudes que tiene dar marcha atrás. Más allá del tópico de “una retirada a tiempo es una victoria”, Duke procura hacer entender cómo el abandono forma parte de una victoria más sólida, construida no para ser el primero en obtener la victoria, sino para llegar la más alto posible sin morir en el intento.
Los tres hombres invisibles
Así, Duke inicia su reflexión trasladando al lector, precisamente, al punto más alto de la tierra: el Everest. Desde allí nos cuenta que, en 1996, cinco personas que habían alcanzado la cima un día fallecieron, entre ellas Rob Hall, uno de los mejores alpinistas del mundo. Él, junto con el resto de “héroes de la historia, trágica o no”, como los describe la jugadora de póker, eclipsa a otros tres alpinistas que iban en esa misma expedición, pero que salvaron su vida: Stuart Hutchison, John Taske y Lou Kasischke.
La única razón por la que, mientras de Hall se han hecho películas y documentales, a estos hombres se les ha ignorado por el simple hecho de que tomaron la decisión correcta en el momento adecuado: respetaron la hora de regreso. Este término hace referencia a una medida de seguridad que tienen los escaladores del Everest, en el que se fija un momento de vuelta al campamento, se esté cerca o no de la cumbre -pues para alcanzarla, hay que hacer varios intentos espaciados en el tiempo, atendiendo a las capacidades físicas y condiciones climatológicas-.
Esa hora prefijada es una forma de proteger a los escaladores de su propia ambición por alcanzar la meta, ya que en ocasiones el cansancio aparece de pronto en el momento menos esperado. “La oscuridad y la fatiga multiplican la probabilidad de cometer un error y resbalar”, advierte Duke. Por ello la hora de regreso, porque “en el Everest mueren ocho veces más personas en el descenso que en la ascensión”.
Escalar al Everest cuesta decenas de miles de dólares, meses de esfuerzo, agotamiento y dolor. A veces, todos los intentos resultan acabar en vano, y pese a todos los sacrificios uno debe aceptar que no podrá llegar a la cima, no al menos hasta la siguiente temporada de escalada. Incluso el tristemente fallecido Hall era famoso por haber iniciado el descenso a poco más de 90 metros de alcanzar la cumbre. Pese a ello, un año más tarde el se saltó la hora de regreso, mientras que Hutchison, Taske y Kasischke decidieron regresar, salvando así sus vidas.
El valor de retirarse
“¿Por qué tan pocos recuerdan a estos tres alpinistas que, sabiamente, optaron por dar la vuelta?”, pregunta Duke. Y formula otra cuestión más: atendiendo a que el ser humano aprende de la experiencia, “¿Cómo podemos aprender si ni siquiera vemos a quienes abandonan?”. “No cabe duda de que abandonar es una importante habilidad en la toma de decisiones”, asegura, y concluye afirmando que “si tuviera que formar a alguien para que supiera tomar buenas decisiones, la primera habilidad que trataría de enseñarle sería sin duda la de abandonar”.
En un tono parecido, la jugadora de póker profesional repasa cómo el concepto del abandono está presente en la cuna de los grandes éxitos empresariales: Silicon Valley, así como en figuras míticas de la cultura como el cómico Richard Pryor, para muchos el mejor de todos los tiempos. En ambos extremos, el abandono forma parte de su sistema de trabajo. Obtienen, primero, un producto mínimo viable para poder compartir con el público, ora un producto tecnológico con las funciones básicas, ora un monólogo hecho con una tormenta de ideas.
A partir de esos datos extraídos, y sin miedo a que ese primer ‘fracaso’ pueda perjudicarles en ningún momento, prestan atención a todo su entorno y a las reacciones que suscita lo que hacen -como un escalador al comprobar su estado corporal y mental, así como la luz y el estado del hielo en la montaña- para tomar mejores decisiones a corto, medio y largo plazo. Así empieza un libro que, de hecho, aborda de nuevo esta cuestión en un capítulo llamado “déjalo mientras puedas”, en aras de mostrar la importancia que tiene no solo tener siempre esta posibilidad, sino saber cuándo tomarla.