Contar con recursos económicos propios y no tener que depender de sus maridos ha cambiado completamente la vida de Flora Márquez y Carmen Tapia, dos campesinas ecuatorianas que participan en un proyecto de la ONG Ayuda en Acción que promueve el liderazgo de las mujeres en Azuay, una zona ubicada al sur del país andino donde las comunidades rurales enfrentan grandes dificultades económicas y de acceso a necesidades básicas como la alimentación o el agua. Según el informe ISOQuito 2024, una de cada tres mujeres no tiene ingresos propios, lo que representa al 33% de ellas frente al 14% de los hombres en Ecuador, donde la pobreza a nivel nacional se situó el pasado mes de junio en el 25,5%, una cifra que aumenta hasta el 43% en el área rural, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística.
En el caso de Flora, el proyecto Mujeres campesinas liderando le ha brindado la oportunidad de tener un criadero de cuyes (cobayas) con cerca de 500 animales y, por tanto, disponer de un pequeño salario con el que cubre sus necesidades y aspira poder ampliar el negocio en un futuro. “Esto significa mucho para mí, porque no tengo que estar dependiendo de que mi marido me dé dinero para hacer cualquier cosa. Como otras muchas otras mujeres de mi comunidad, La Betania, que también crían cuyes, ahora podemos tomar nuestras decisiones sobre el trabajo, sobre las ventas y lo que vamos a hacer con nuestra plata. Nos ha cambiado la vida”, explica Flora a Infobae España a través de una videollamada desde Ecuador, un país donde las mujeres reciben de media un 22% menos de salario con relación a los hombres por el mismo trabajo. Esa cifra es mayor entre las mujeres campesinas, que son además quienes más trabajan, 83 horas semanales en promedio, y las que menos ingresos reciben: unos 200 euros de media.
Por otro lado, a través de este proyecto Carmen lidera en su comunidad una junta administradora del agua, que es la organización comunitaria encargada de manejar y mantener los sistemas de agua potable, un espacio altamente masculinizado a pesar de que son las mujeres quienes principalmente utilizan el agua para el uso doméstico y otras necesidades básicas. De hecho, cuenta a este periódico, el mayor obstáculo fue precisamente “ponerse al frente de compañeros que en su mayoría son varones” y no suelen estar de acuerdo con que una mujer ocupe ese tipo de puestos, si bien finalmente entendieron, explica, que podía asumir el trabajo como cualquiera de ellos.
Carmen asegura que también fue difícil explicarlo en su propio hogar “por lo que pudiera pensar su marido” e incluso sus tres hijas, aunque ahora se siente muy orgullosa de haberse atrevido a dar el paso en vez de “quedarse solo sentada en un rincón a escuchar lo que sus compañeros decían”, al tiempo que agradece “el empujón que les dio a las mujeres la capacitación de Ayuda en Acción” en materia de igualdad y derechos. “Cambió nuestra forma de pensar porque, aunque como mujer es difícil ponerse al frente de las organizaciones, ahora sabemos que podemos decidir y actuar, como estamos demostrando. Hemos avanzado”. Y ahora que han pasado tres años desde que comenzó el proyecto, explica, son muchas más las mujeres que lideran las juntas administradoras del agua.
“Queremos garantizar el agua a las presentes y a las futuras generaciones, por eso protegemos los recursos hídricos, el territorio, sobre todo en las zonas rurales, porque es donde las mujeres más sufrimos la escasez de agua al estar al frente de sus nuestros hogares”, resume.
Involucrar a las mujeres jóvenes
Ahora uno de sus objetivos es lograr que las mujeres jóvenes tomen ejemplo y también se involucren en ese liderazgo. “Todavía nos falta cambiar esa mentalidad en muchos lugares, pero las cosas van avanzando poco a poco, tanto la forma de pensar de nuestros maridos como de nuestras hijas, que tienen que ver que somos autosuficientes y que no deben depender de nadie”.
Desde Ayuda en Acción advierten de que el cambio climático ha intensificado aún más las dificultades para las mujeres, que son responsables en gran medida del trabajo agrícola y la alimentación familiar en todo el mundo, de forma que fenómenos meteorológicos extremos como las sequías e inundaciones “obligan a muchas mujeres a recorrer mayores distancias para obtener agua o buscar alimentos, lo que incrementa su carga de trabajo y les deja menos tiempo para cuidar de su propia nutrición o la de sus familias”. A su vez, añade la ONG, las políticas agrícolas y financieras “continúan ignorando las profundas desigualdades de género que subyacen en los sistemas alimentarios, perpetuando un ciclo de pobreza y malnutrición”.
Por todo ello, la organización destaca la importancia de que las inversiones públicas se centren en mejorar “el acceso de las mujeres a los servicios básicos, promoviendo una distribución equitativa del trabajo y de los recursos dentro de las comunidades”, al tiempo que consideran fundamental incorporar la perspectiva de género en todos los marcos legales y programas.
Esta misma semana, el Índice Global del Hambre 2024, una herramienta diseñada para medir de manera integral el hambre y comparar los niveles entre países, indicó que la puntuación mundial es de 18,3, solo ligeramente inferior a la de 2016, que se situaba en 18,8, lo que refleja una “parálisis” en esta lucha. El índice, además, ha evidenciado cómo el hambre y la desigualdad de género “se entrelazan de forma crítica”, dejando a las mujeres y niñas en una posición de vulnerabilidad extrema. De ahí la importancia del empoderamiento económico “para construir sociedades más resilientes frente a las crisis alimentarias”.