Gracias a todas por venir. Estas son las primeras palabras que Amelia, una joven periodista de 29 años, dice en la azotea de su edificio, en el que será el primer episodio de un pódcast. La frase va dirigida a sus vecinas, con las que ha coincidido, quizá, en un momento en el que siente que su vida pasa por un bache, y de los gordos. La han despedido en el periódico, justo en el mismo momento en el que, a su novio, que trabaja en el mismo medio, le han dado un ascenso como corresponsal en Washington. El amor se convierte, de este modo, en otra forma de soledad. La soledad en otra forma de encuentro.
Es esta la premisa con la que Bárbara Sánchez, diseñadora, periodista y ahora escritora, construye Todas las ventanas (Plaza Janés, 2024), una novela en la que Amelia empieza a relacionarse con las mujeres que habitan en el edificio. Todas ellas atraviesan, también, diferentes situaciones que acaban poniendo en común en un pódcast de su azotea, mientras de forma paralela procuran ayudar a la mayor de ellas, Agustina, a recuperar su casa después de haberse visto obligada a malvender la su nuda propiedad de su casa -es decir, con permiso de los nuevos propietarios para vivir en ella hasta el momento de su muerte-.
De este modo, todas ellas tienen mucho que decir, y eso es justo lo que hacen: exponen sus problemas, se apoyan, o para ser más precisos, se acompañan. Los problemas individuales se comparten y así es como, todas ellas, se dan cuenta de que muchos parten de experiencias colectivas: ser mujer, tener un alquiler, tener poco dinero, sufrir por amor o, como diría Agustina, llorar “por quien menos lo merece”. Por eso todas las vecinas de ese edificio están tan vivas. Es la realidad de nuestro el mundo, la que todos vemos y sentimos, la que Bárbara Sánchez escribe a través de sus voces.
Las ‘casas con bicho’
- Pregunta: En el libro aparecen muchas realidades diferentes. La experiencia de la vivienda, de las mujeres, de las personas mayores... ¿Cómo llegas hasta ellas para reflejarlas de forma realista?
- Respuesta: Surge sobre todo de una preocupación personal que es la que tengo yo y la que tenemos cada vez más personas. O sea, yo soy inquilina, estoy de alquiler y, después de no perder el trabajo, mi principal preocupación es no tener que irme de mi casa involuntariamente. Y hay altas probabilidades, porque vivo en el centro, en el mismo barrio en el que se desarrolla la novela. Surge también de temas con los que he estado en contacto. Yo cuando trabajaba como periodista. Yo me había quedado mucho con la copla del tema este de las casas con bicho. Yo nunca hice un reportaje sobre esto, pero había leído cosas y me parecía tremendo el nombre que se le da en el argot inmobiliario, el de considerar que la persona que está viviendo allí, en la casa que ha sido suya durante muchísimo tiempo, en algunos casos durante toda la vida, es un bicho al que el propietario nuevo que ha comprado esa casa está esperando básicamente a que se muera para poder disponer de la vivienda. Me parecía muy interesante cómo a la gente mayor el problema de la vivienda le está afectando por ese lado: llegas al final de tu vida y no tienes cómo mantenerte por tus propios recursos y el único bien del que puedes tirar es tu vivienda y lo que tienes que hacer es venderlo o malvenderlo, más bien, para tener ahí un poco de liquidez con la que sufragar tu propia vejez.
- ¿Afecta más a las mujeres? Muchas de las que ahora están en la tercera edad no tienen una pensión como la podría tener un hombre.
- Sí, exactamente. El personaje de Agustina, que es la que centra todo este conflicto, es precisamente eso, una mujer que nunca trabajó. Lo dice ella. No trabajó oficialmente. No tuvo un trabajo de cara a luego tener una pensión. Pero claro que trabajó. Lo que pasa es que trabajó en su casa y eso es un trabajo no remunerado. Cuando llega a la vejez se encuentra con que lo que tiene son pensiones no contributivas... que no dan absolutamente para nada.
- Claro, a partir de ahí, recurre a dos vecinas abogadas. Una se muestra más optimista que la otra. ¿Es posible luchar contra la especulación?
- Yo creo que no, pero aún así hay que hacerlo. Si hay una mínima posibilidad, está en que la gente se organice y vaya este domingo a la manifestación o se unan a los sindicatos de inquilinos que están empezando a mover todo esto en las asociaciones de vecinos. O sea, no creo que la solución vaya a venir por la política de partidos, en el sentido de que no hay un incentivo claramente por arreglar esto y creo que la única vía que hay es asociarse. Pero también creo que aquí hay muchísimos factores en juego, mucha gente que hace mucho dinero con el tema de la vivienda. Eso va a ser muy difícil que cambie.
El poder de los que pierden
- Entonces, ¿has escrito una novela sobre la derrota?
- La derrota es una cosa que está en el día a día, sobre todo cuando la gente se enfrenta, ya sea individualmente o de forma colectiva a cuestiones como el tema de la vivienda, que está en manos de gente hiper privilegiada, que lo que quiere es seguir manteniendo ese privilegio y engordando el bolsillo. ¿Qué margen para conseguir la victoria tienes ahí? Además, se establece una correlación de fuerzas entre las personas, como si inquilino y propietario tuvieran un poder equiparable y ambas partes tuvieran un mismo margen de negociación o poder de negociación. Es absolutamente falso, pero el debate se está estableciendo en esos términos. Para mí tiene mucho más sentido compararlo con los conflictos laborales donde el empresario y el trabajador nunca están en igualdad de condiciones. Y precisamente la legislación lo que intenta es proteger a la parte más débil, que es la parte del empleado, y digamos, darle una especie de garantías que le permitan equilibrar un poquito esa balanza y tener un poder de negociación un poquito mayor.
- A pesar de llevar las de perder, las protagonistas encuentran el espacio y la oportunidad para para dialogar entre entre ellas. ¿De qué sirve hablar desde esa posición?
- Es muy importante abrir espacios de puesta en común en general: en el trabajo, en las relaciones personales o familiares. Una puesta en común de lo que nos pasa, de lo que nos preocupa principalmente para salir de esa individualidad o de esa subjetividad y de pensar que el problema solo lo tienes tú para darte cuenta de que la mayoría de los problemas que tenemos son colectivos y que la solución sí está en algún lugar. Es muy difícil encontrar esos espacios porque además las cosas están organizadas para que no los encuentres y porque muchas veces no asumimos la responsabilidad de abrir esos espacios nosotros mismos. Quizás estamos esperando a que otros lo hagan por nosotros y eso no va a pasar. Es responsabilidad nuestra encontrar esos espacios de poner en común experiencias y también es nuestro derecho. Muchas veces se nos olvida.
- En esas reuniones en la azotea. Hay mujeres jóvenes, viejas, inquilinas, propietarias... hay de todo. ¿Tienen más en común de lo que las separa?
- El hilo conductor de la novela, obviamente, es lo que tienen en común, pero también era necesario que fueran diferentes en algunas cosas y que incluso se llevaran la contraria las unas a las otras en lo que dicen o en la posición que ocupan. En la propiedad o no de la vivienda que cada una de ellas ocupa, por ejemplo. Cuando empecé a escribir la novela estaba leyendo un ensayo de Jorge Dioni, La España de las piscinas, donde se comenta que, en la ficción española, tanto literaria como audiovisual, hay una costumbre de no explicitar las causas en las que viven los personajes: de dónde salen, de quién son los espacios, quién los posee. Él decía que no hacer visible eso en la ficción es un posicionamiento ideológico por omisión. A mí me parecía muy importante, en el enfoque que le quería dar a la novela, hacerlo visible: quiénes son propietarias, quiénes son inquilinas. Da una perspectiva y ayuda a entender desde qué lugar la gente ve el mundo y la vida, desde qué lugar cada uno emite su opinión. No estoy censurando. No estoy diciendo que la gente que ha heredado casa no tenga una opinión válida. Pero hay que tener ese contexto claro.
El espacio nos determina
- La relación entre ellas también es muy peculiar, porque es una relación de vecinas y no de amigas. ¿Cómo se puede reflejar de forma realista ese trato?
- Yo no tengo relación con mis vecinos, pero si la tuviera supongo que sería así. Categorizas las relaciones como o familia, pareja o amistad, por ejemplo. Pero hay relaciones que no son ni una cosa ni la otra, que son difíciles de catalogar. Cuando se escribe sobre ellas es fácil llevártelas al terreno de la amistad. Sería quizás la maniobra obvia con estas mujeres, pero en la vida real, establecer relaciones de confianza y de amistad con personas desconocidas cuando ya estás en la edad adulta es muy complicado. De primeras estableces otro tipo de relaciones, de cordialidad, de vecindad, de compañeros de trabajo y muchas veces la mayoría de esas relaciones no llegan a más, pero existen igualmente y se desarrollan en unas coordenadas. Ahí hay muchas contradicciones: un vecino o un compañero de trabajo no te tiene que caer bien. Coincidís en la vida por una cuestión circunstancial de espacio, de que compartís un espacio y se generan dinámicas que me parecen interesantes por la ambigüedad que tienen y porque no dependen de la voluntad de uno. Es gente con la que sí o sí, mientras estés viviendo allí o mientras estés en el trabajo en el que estás, vas a tener que compartir espacio y tiempo.
- ¿También el tiempo? Al leer el libro, relacionaba tipo de relación que establecen ella con algo que existía antes en la comunidad de vecinos, pero que ya no se suele ver.
- A veces pienso que la novela es casi de ciencia ficción, porque ese tipo de relaciones hoy en día es verdad que no se establecen. También va en el carácter. Yo tengo un carácter introvertido, tímido y me cuesta entrar en contacto con la gente. Tengo un amigo que es todo lo contrario. Entonces tú vas con él y vas al Mercadona o a la panadería y se pone a hablar con todo el mundo. Pero creo que es una excepción y creo que tienes que hacer como un esfuerzo extra. La situación no se presta a que entres en contacto con gente con la que no tienes nada que ver o no te une una relación previa.
- Quizá porque también ahora pasamos menos tiempo en los pisos. Antes existían alquileres que se firmaban para toda una vida y aun precio muy bajo.
- Claro, la gente va cambiando y aquí en la novela eso también intenta reflejarlo. Son seis mujeres que coinciden de una forma totalmente circunstancial. Dura unos meses, se rompe un poco el hechizo porque la gente, a día de hoy, en las casas están muy poco tiempo. También es que no hay espacios de reunión en los edificios. En la novela hay una azotea que es como el único espacio de que se presta a reunirse. Pero en general en los bloques de edificios no hay espacios de reunión. Las reuniones de propietarios se hacen en el portal, que es un lugar de paso, no para reunirse. Eso también es bastante indicativo del tipo de espacios que hemos creado y por lo tanto el tipo de relaciones o no-relaciones que tenemos.
- O sea que el edificio en sí también configura el tipo de relación que se establece.
- Los espacios definen muchísimo, y de una forma que ni siquiera somos capaces de percibir, el cómo nos relacionamos con los demás.