Bruselas quiere aumentar su papel más allá de sus fronteras, pero el desarrollo de una política exterior y de seguridad cohesionada ha sido desde sus inicios su talón de Aquiles. Esto se ha visto incluso en Ucrania, donde a pesar de existir una práctica unanimidad en los Veintisiete, la UE se ha encontrado con lastres internos que han bloqueado resoluciones conjuntas y decisiones cruciales cuando se mira la letra pequeña. El conflicto árabe-israelí ha puesto aún más de relieve que la UE es incapaz de hablar al unísono.
Pero sería injusto criticar a la UE por su escaso margen de maniobra en los conflictos. Es lo que tiene el intergubernamentalismo, donde los Estados miembros mantienen el poder de veto en las decisiones de política exterior. Ejemplo de ello fue el bloqueo que impuso Hungría al paquete de 50.000 millones de euros procedentes de los fondos europeos que la UE utiliza para financiar el envío de armamento militar a Ucrania. El veto, que perdura desde mayo, solo pudo ser sorteado excluyendo la contribución del gobierno de Viktor Orbán, valorada en 6.600 millones de euros.
También hay que entender que Bruselas se mueve en función de su percepción de seguridad. La guerra en Ucrania revivió los fantasmas de una gran guerra en el Viejo Continente, a las puertas de una organización que nació precisamente para poner fin a los conflictos entre los distintos pueblos europeos. Pero en lo que se refiere al conflicto palestino-israelí, Bruselas se ha visto incapaz de avanzar a la hora de proponer un plan de mediación entre los diferentes actores: Israel, Palestina, el grupo terrorista Hamás y ahora Líbano y Hezbolá. Y la escalada bélica —que deja el balance de al menos 41.802 muertos, según el recuento de Naciones Unidas— cumple ahora un año, tras la masacre cometida por Hamás el 7 de octubre de 2023.
“Está claro que aunque haya preocupaciones humanitarias a título individual, a nivel político y económico lo único que le importa a la UE es su percepción de seguridad”, declaró en una conferencia en el centro de investigación en relaciones internacionales de Barcelona (CIDOB) Karim Makdisi, profesor asociado de Política Internacional en la Universidad Americana de Beirut.
Sin un plan de paz que contente a todos
Ahora que el desarrollo parece incontrolable, Bruselas comienza a palpar el peligro de que el conflicto avance hacia una guerra regional que restaría aún más la influencia de la UE en favor de otras potencias como Irán, el enemigo de Occidente. A la catástrofe humanitaria se añaden las consecuencias económicas ―el temor ya se ha reflejado en los mercados― de unos posibles bombardeos israelíes a centrales petroleras.
El Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, ha elevado el tono en varias ocasiones, pero sus palabras describieron a la perfección el débil papel del bloque comunitario a la hora de actuar como mediador. “Creo que la Unión Europea no tiene que tener tabúes para utilizar nuestras herramientas para hacer respetar el derecho humanitario. Pero no es mi decisión. Sólo tengo capacidad de propuesta. Los Estados miembros decidirán”.
Si, en Ucrania, la narrativa tanto a nivel de bloque como de Estados miembros es la de un país víctima del expansionismo de Moscú, en lo que respecta a Oriente Medio no está clara la definición del nuevo episodio bélico ni de su posible solución: algunos países afirman que Israel se está defendiendo del terrorismo, mientras que otros opinan que está violando el derecho internacional humanitario. El investigador senior del CIDOB, Eduard Soler i Lecha, recuerda que la UE, como bloque, ha defendido su posición de los dos Estados desde 1933, antes de que esta fuese abrazada por Washington y reflejada en los acuerdos de Oslo en 1993.
Una postura que, en términos de Estados, se encuentra dividida en dos bloques. A favor de la medida se suman España, Irlanda, Noruega, Malta o Bélgica. De hecho, estos países han reconocido a Palestina como país soberano. Pero en la otra cara de la moneda están Alemania, Francia y Austria, que han mostrado su apoyo incondicional al máximo socio de Occidente en la región.
El conflicto árabe-israelí fue uno de los primeros temas que se abordaron cuando empezó a tomar forma una política exterior común, pero décadas después, y tras el fracaso de las negociaciones de paz, la UE tiene asumido que tendrá que lidiar con una división entre sus Estados cada vez más profunda, en un conflicto que será más problemático que el ruso-ucraniano y que vuelve a sacar las costuras del proyecto europeo.