Así es viajar en Metro con movilidad reducida: “Nadie se mueve para dejar espacio para salir”

Un especialista y una persona en silla de ruedas acompañan a ‘Infobae España’ para analizar cómo de accesible se ha vuelto el transporte en la capital

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Gonzalo Arjona, técnico de accesibilidad y miembro de Cocemfe. (Helena Margarit Cortadellas)
Gonzalo Arjona, técnico de accesibilidad y miembro de Cocemfe. (Helena Margarit Cortadellas)

Gonzalo Arjona acude cada mañana a la estación de Metro de Prosperidad, en el barrio madrileño de Chamartín. La parada conecta a los vecinos del noroeste de la capital con la línea 4 y es, según este técnico de accesibilidad en la ONG COCEMFE (Confederación Española de Personas con Discapacidad Física y Orgánica), una de las estaciones de más difícil acceso para personas con discapacidad.

Para Arjona, es suficiente con la barandilla, que le ayuda a bajar los varios tramos de escalera con comodidad. Para Arturo Góngora, en cambio, llegar a los andenes será imposible, pues Prosperidad no cuenta con ascensor. Tendrá que desplazarse veinte minutos en su silla de ruedas hasta la siguiente parada, Avenida de América. La entrada más cercana, sin embargo, todavía no cuenta con ascensor. Pese a todo, el joven ve claras mejoras en el Metro comparado con hace unos años: “Cada vez se va adaptando más”, afirma, hasta el punto de que la Comunidad de Madrid reivindica este transporte como 100% accesible. Sin embargo, Góngora sabe que “todavía falta” para llegar a esa proclama.

Metro de Avenida América, donde trabajan para instalar un ascensor.
Metro de Avenida América, donde trabajan para instalar un ascensor.

A día de hoy, todas las líneas de Metro cuentan con estaciones adaptadas con ascensores, rampas y otras medidas que facilitan el trayecto de las personas con discapacidad, pero sus aplicaciones sufren averías constantes. Pasa, por ejemplo, con las puertas automáticas: solo con pulsar un botón, libran al que lo necesite de luchar contra su peso para abrirlas. Sin embargo, cuenta Arjona, “el 90% de las veces no funcionan”. Lo mismo ocurre con los ascensores, que le han jugado a Góngora alguna que otra mala pasada.

“Vivo en los alrededores de Santiago Bernabéu y hubo un día en que, en la estación de Nuevos Ministerios, me encontré que el ascensor para subir del andén a los vestíbulos estaba estropeado. Me vi un poco apurado, porque era de noche e iba solo”, explica. No le quedó más remedio que llamar al personal de Metro, que le comunicó que no podía hacer nada por ayudarle.

Desde el año 2014, Metro de Madrid tiene un servicio especial de ayuda en este y otros casos de incidencia, que consiste “en el empleo de medios humanos y técnicos en las estaciones donde sea necesario facilitar la salida al exterior a aquellas personas que se desplacen en silla de ruedas”. Pero en ese momento “no estaban para nada preparados”, lamenta Góngora. Él pudo llamar a su padre para que viniera a ayudarle, pero sabe que otros no tendrían tanta suerte. “Falta un poco de atención en ese sentido”, expresa.

Las barreras del Metro

Gonzalo Arjona, técnico de accesibilidad y miembro de Cocemfe, enseña las estaciones de Metro de Madrid que no tienen accesibilidad para personas con movilidad reducida. (Helena Margarit Cortadellas)
Gonzalo Arjona, técnico de accesibilidad y miembro de Cocemfe, enseña las estaciones de Metro de Madrid que no tienen accesibilidad para personas con movilidad reducida. (Helena Margarit Cortadellas)

Góngora planifica ahora su ruta siempre antes de salir de casa, comprobando en la aplicación de Metro de Madrid qué estaciones son accesibles y en cuáles puede haber incidencias que le impidan viajar. “Salvo que uno se estropee de ultimísima hora, se puede saber con antelación”, agradece, aunque este servicio no es perfecto y “deja que desear”.

Sin embargo, esto no es lo único que puede entorpecer su viaje ni el de otros en su situación. Para empezar, las máquinas para obtener billetes o recargar el abono transporte suelen estar demasiado altas y dificultan la tarea a usuarios con silla de ruedas. En los tornos de entrada no cabe ninguna silla de ruedas, por lo que suele haber una puerta adaptada para estas personas, aunque “a veces son un poquito estrechas, yo las ampliaría un poquito más”, sugiere Góngora. Eso sí, se necesita que el personal de Metro las active. Si en ese momento no está presente, lo que es más que probable, hay que utilizar los telefonillos. “Y para alguien que tiene un problema de comunicación y no se le entiende, es imposible”, apunta Arjona.

Si se consigue bajar al andén, la accesibilidad mejora: existen apoyos isquiáticos en las cabeceras, para ayudar a las personas con movilidad reducida a apoyarse y levantarse con facilidad, y lugares señalizados en los que las personas con silla de ruedas se colocan para ser vistos por el conductor. Al llegar el tren, los primeros vagones suelen tener rampas desplegables que ayudan a subir las sillas, salvo que toque un modelo antiguo. De hecho, el centro de la ciudad está prácticamente vetado para estas personas, por lo viejo. “El 80% de los andenes son inaccesibles y, como están en el centro, es imposible hacerlo accesible”, afirma Arjona, pues la profundidad de las estaciones lo impide.

Las rampas de los vagones, además, a veces se quedan cortas, especialmente en estaciones en curva, donde el hueco entre coche y andén es más ancho. Estos espacios complican el acceso a las personas con problemas de desplazamiento, como aquellas que usan muletas.

El individualismo de la capital: “La gente va mucho a su aire”

Arturo Góngora, usuario en silla de ruedas y colaborador de COCEMFE.
Arturo Góngora, usuario en silla de ruedas y colaborador de COCEMFE.

Más allá de la arquitectura, otro aspecto que hace más complicados sus viajes son los propios viajeros. “Al ser una gran ciudad, la gente va mucho a su aire, no recaemos en el vecino”, reflexiona Góngora. Esto también supone un problema para Arjona, que dice tener cada vez “más miedo al Metro”. “Es un medio poco amigable para la gente con discapacidad física”, asegura. Con ello, se refiere a los empujones en las escaleras y los problemas de acceso al propio tren. “Tengo miedo de que la gente me roce y pierda el equilibrio”, explica.

Los problemas vienen sobre todo en hora punta, explica Góngora. “Si el vagón va muy lleno, muchas veces no tienen en cuenta que estoy ahí, aunque se me ve. Y luego nadie se mueve para dejar espacio para salir”, comenta. La accesibilidad del

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termina dependiendo, en muchas ocasiones, de la empatía del resto de viajeros.

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