La vida de Carolina de Mónaco ha estado marcada por la tragedia y el desamor. La hermana del príncipe Alberto parece la viva confirmación de la maldición de los Grimaldi y, a lo largo de su vida, se ha tenido que enfrentar a duros golpes como las dos inesperadas muertes que la marcarían para siempre. La primera fue la de su madre, Grace Kelly, en 1982 tras sufrir un accidente de tráfico. Ocho años después era su marido, Stefano Casiraghi, quien fallecía al chocar violentamente contra una ola durante una competición de motonáutica.
El trágico suceso se producía el 3 de octubre de 1990 en aguas de Saint-Jean-Cap-Ferrat. Casiraghi defendía su título de campeón mundial de offshore clase I, pero perdió el control de su lancha, la ‘Pinot de Pinot’, que se estrelló a alta velocidad contra una ola, provocando su muerte instantánea debido a la violencia del impacto.
Carolina de Mónaco se encontraba en París el día del accidente, acompañada por su íntima amiga Inés de la Fressange. La noticia de la muerte de Casiraghi fue devastadora para Carolina, que por aquel entonces tenía 33 años y se convertía en viuda apenas siete años después de casarse con su segundo marido.
El impacto de esta pérdida causó mella en la salud de Carolina hasta el punto en que llegó a sufrir alopecia por estrés, haciendo saltar las alarmas sobre su estado. Además, fue su padre, el príncipe Rainiero de Mónaco, quien tuvo la difícil tarea de informar a los tres hijos de la pareja, Pierre, Andrea y Carlota, del fallecimiento de Stefano.
Profundo dolor
El funeral de Casiraghi se celebró el 6 de octubre en la catedral de San Nicolás. Carolina, quien había mostrado una entereza regia en el funeral de su madre, no pudo contener su dolor y se descompuso durante la ceremonia.
Tras el entierro, Carolina se retiró de la vida pública y pasó dos años en un exilio rural en la Provenza francesa para recuperarse. La muerte de Casiraghi no solo afectó profundamente a Carolina, sino que también tuvo un impacto significativo en la familia Grimaldi y en la comunidad de Mónaco. Así lo describía la princesa en una entrevista años más tarde: “La muerte de Stefano fue un golpe muy duro para mí. Fue como si hubiera perdido una parte de mí misma”.
Carolina y Stefano se conocieron en la primavera de 1983 en la discoteca Jimmy’s de Montecarlo. El flechazo entre ambos fue tal que, el 29 de diciembre del mismo años, se convertían en marido y mujer en una discreta boda civil ante el Presidente del Consejo de Estado del principado de Mónaco. Aquel enlace no fue visto con buenos ojos por el Vaticano, puesto que la princesa aún no había obtenido la nulidad de su anterior matrimonio.
Casiraghi, conocido por su amor a la velocidad y la adrenalina, había competido en carreras de offshore durante siete años y ostentaba el récord mundial de velocidad desde 1984, aunque su principal fuente de ingresos eran sus trabajos como modelo de pasarela en Italia. Ambos compartían la afición por el deporte y acostumbraban a esquiar juntos.
En su figura, la princesa encontró la estabilidad y el apoyo que necesitaba después de la pérdida de su madre y el divorcio de Philippe Junot, con quien se casó en 1978 con apenas 21 años, 17 menos que él. “Un buen día me desperté en el lecho conyugal, vacío, y me pregunté: ‘¿Cómo has podido hacer una cosa así, una locura de este tipo?’. Comencé a pensar en cambiar de vida durante nuestra luna de miel”, confesaría ella misma años más tarde. El divorcio se produciría dos años después, tras publicarse unas fotos de Junot con otra mujer.