Sobre el majestuoso desfiladero del Tarn, en el sur de Francia, se extiende una de las obras más destacadas de la ingeniería moderna: el Viaducto de Millau. Con 2.460 metros de longitud, este puente no solo ostenta el título de ser el más alto del mundo, con una altura estructural de 336,4 metros, sino que también ha sido aclamado por su elegancia arquitectónica.
El diseño del viaducto presenta características arquitectónicas excepcionales. Siete pilares, que varían en altura entre 78 y 245 metros, soportan la estructura de forma precisa. Estos pilares están conectados a tirantes de acero, cada uno con una altura de 87 metros, que sujetan la plataforma de la carretera. Esta plataforma, de 4,2 metros de grosor, soporta un peso de 36.000 toneladas. Pese a sus dimensiones colosales, el diseño minimalista del viaducto permite que se integre con el paisaje, dando la sensación de ligereza y fluidez, un logro tanto técnico como estético.
El Viaducto de Millau no solo resolvió un problema de infraestructura, sino que transformó por completo la región. Antes de su construcción, la ciudad de Millau sufría constantes atascos de tráfico, especialmente durante los meses de verano, cuando los turistas se desplazaban hacia el sur de Francia. Los embotellamientos llegaban a extenderse por más de 20 kilómetros en ambos sentidos, generando una mala imagen de la región y afectando tanto a los residentes como al turismo.
La apertura del viaducto en 2004 fue un cambio decisivo. Al desviar el tráfico por la autopista A75, el puente eliminó prácticamente todos los embotellamientos, permitiendo un tránsito fluido entre el norte y el sur de Francia. Esta mejora no solo alivió la congestión, sino que también convirtió a Millau en un nuevo destino turístico. Emmanuelle Gazel, presidenta de la Cámara de Millau, asegura, en diálogo con CNN Portugal, que el viaducto cambió la imagen de la región: “Lo que antes era un punto negro de tráfico ahora es una atracción que trae visitantes de todo el mundo”.
El puente se ha convertido en una parada obligatoria para quienes cruzan la región, atrayendo a miles de turistas cada fin de semana que se detienen para admirar sus vistas panorámicas y disfrutar de la infraestructura. Más allá de ser un simple cruce, el viaducto se ha consolidado como una pieza fundamental del renacimiento económico de Millau, al atraer a viajeros que descubren otras facetas de la región, rica en historia y paisajes.
Más de dos décadas para su desarrollo
El proceso de planificación del Viaducto de Millau fue largo y complejo, tomando más de dos décadas antes de que se concretara su construcción. La idea de crear una solución para los problemas de tráfico en la región surgió en la década de 1980, cuando el gobierno francés decidió mejorar la red de carreteras, particularmente la conexión entre el norte y el sur del país. Sin embargo, la geografía del área planteaba un desafío significativo: el Macizo Central es una región montañosa de Francia con profundos desfiladeros que complicaban el trazado de una nueva ruta. Los ingenieros, liderados por el ingeniero Michel Virlogeux, comenzaron a evaluar diferentes opciones, pero pasaron casi tres años antes de encontrar la solución ideal: un viaducto que cruzara el desfiladero del Tarn a gran altura.
La construcción, que comenzó en octubre de 2001, fue otro desafío monumental. A lo largo de tres años, más de 600 trabajadores participaron en la creación de esta estructura colosal. El puente, con un costo de 400 millones de euros, fue financiado por la empresa constructora Eiffage, que aún posee la concesión del viaducto. Uno de los retos más grandes fue el montaje de la plataforma, que tuvo que ser desplazada lentamente desde ambos extremos del valle hasta encontrarse en el centro, con una precisión milimétrica. También fue necesario diseñar soluciones para adaptarse a los fuertes vientos y las grandes variaciones de temperatura en la zona, lo que puede hacer que la estructura se expanda o contraiga hasta 50 centímetros. Estos ajustes técnicos fueron esenciales para garantizar la estabilidad del puente.
La colaboración entre Virlogeux y el arquitecto británico Norman Foster fue clave para el éxito del proyecto. Mientras Virlogeux se enfocaba en los aspectos técnicos y estructurales, Foster aportaba una visión estética que buscaba minimizar el impacto visual del puente en el entorno natural. El diseño final del viaducto, un puente atirantado con siete pilares esbeltos, logró un equilibrio entre funcionalidad y belleza. Foster destacó que el objetivo era crear una estructura que “se asentara suavemente en el fondo del valle”, integrándose de manera armoniosa en el paisaje. La relación de trabajo entre ambos fue tan fluida que Foster describió el proceso como un “encuentro de mentes”, donde las necesidades técnicas y los principios estéticos se complementaron a la perfección.