No es considerado un idioma, a priori, porque carece del estatus social que requeriría para serlo. Tampoco es un dialecto, puesto que no deriva de ningún otro idioma previo. Es, según los expertos, un pogadolecto, es decir, una síntesis entre dos lenguas diferentes, que han dado lugar a un “habla mixta”, pero sobre todo a un habla nueva. No obstante, este tipo de términos siempre han sido objeto de numerosos debates y no hay un criterio único para definir lo que es el erromintxela. Por ello, mejor centrarse en la realidad: se estima, con los datos actuales, que en España hay 500 personas que lo hablan, una cifra similar a la de Francia. No tiene ningún tipo de protección oficial, y ni siquiera es muy conocido, pero su origen, que se remonta a hace 600 años, contiene varias lecciones valiosas.
La historia del erromintxela es la historia de dos pueblos: el romaní y el vasco. El primero es, a su vez, el relato de un largo viaje que ha pasado a formar parte de su identidad. Hace 1500 años, los gitanos abandonaron el norte de la India e iniciaron una travesía que les llevó, primero, a la frontera oriental del continente europeo, y más adelante al extremo occidental. En el País Vasco, se estima que se asentaron en el siglo XV. La geografía de esta región les resultó muy atractiva, debido a que podía servirles para ocultarse de quienes huían —se trata de uno de los pueblos más perseguidos de la historia—. No obstante, al detenerse sucedió lo inevitable: entablaron contacto con quienes ya vivían allí, y con el tiempo sus culturas acabaron influyéndose.
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La mezcla transformó las estructuras sociales de las familias romaníes
El erromintxela nace de una fusión entre dos lenguas previas que, sin embargo, ya tenían cosas en común “El sánscrito tiene mucha influencia en los dialectos del euskera, y también en el romaní, lo que hace que ambas lenguas tengan muchas cosas en común”, afirma Óscar Vizarraga, presidente de la asociación gitana Kale Dor Kayiko. “Por ejemplo, tienen un sistema común para declinar”, afirma, del mismo modo que señala otros aspectos lingüísticos como el uso del sufijo ari en ambas lenguas. Además, también hay algunas similitudes culturales que han ido naciendo de este proceso de mezcla, como la Fiesta de Caldereros de San Sebastián, cuya iconografía es gitana precisamente porque evoca su llegada a la ciudad.
Y es que el idioma es una prueba más, quizá la más importante, de un proceso de “convivencia y mestizaje” en el que incluso las estructuras sociales gitanas se han visto modificadas. “Se trata de una realidad sociolingüística, porque en el mimetismo con la cultura euskaldún se modifica parte de la estructura social gitana”.
De este modo, hay familias gitanas en el País Vasco que, pese a la antigua tradición de este pueblo de solo casarse entre ellos, tienen apellidos vascos. Y no solo eso. También muestran un funcionamiento distinto. “Prácticamente son un matriarcado”, explica el presidente de la asociación. “Las mujeres son las más fuertes genealógicamente, y todo se decide a través del linaje materno, algo que no sucede en ningún otro pueblo gitano”.
“No le interesó a nadie”
Kale Dor Kayiko fue clave en el descubrimiento del erromintxela, dado que a partir de una serie de investigaciones realizadas por profesores universitarios, que registraban algunos campos semánticos exclusivos de los gitanos vascos, consiguieron fondos de la Universidad del País Vasco y de la Real Academia de la Lengua Vasca para realizar un primer estudio a gran escala sobre dicho fenómeno. Durante casi dos años —1995 y 1996—, una filóloga y un historiador contactaron con los hablantes de esta particular lengua, centrándose en las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa y elaborando un trabajo que “certificaba que eso existía”. “La labor que hicimos fue poner el material para que otros investiguen”.
Pero a pesar de este increíble hallazgo, que descubría un nuevo lenguaje hablado en España durante varios siglos y sin que nadie fuera consciente de ello, cuando fueron a solicitar fondos para un segundo estudio, nadie quiso poner más dinero. “No le interesó a nadie”, recuerda Óscar, que lamenta la decisión tomada por las instituciones porque se trata de un fenómeno sobre el que “falta profundizar”. Una tarea que es muy difícil, entre otras cosas, porque los hablantes de esta lengua se niegan a dejarse analizar o a hablar con los medios de comunicación y “quieren pasar desapercibidos”. “Ellos no son conscientes de lo que tienen, de que este valor es un diamante en bruto”.
Piden fondos para una nueva investigación, antes de que sea tarde
Los gitanos euskaldunes hablan ese idioma, que para ellos es algo cotidiano y no un tesoro lingüístico por estudiar. No quieren la atención mediática, y tampoco parece que la administración vasca se haya preocupado, hasta ahora, de protegerlo. La mayoría de los hablantes de erromintxela son muy mayores, y las nuevas generaciones están perdiendo el habla debido a una mayor imposición del euskera en la educación y de la influencia del castellano. De este modo, se trata de un habla en peligro de extinción. “A mí claro que me preocupa”, contesta Óscar. “Algo así no puede dejarse pasar, un patrimonio tan euskaldún como gitano”.
Para él, además de eso, se trata del vivo reflejo de dos pueblos que comparten “una historia común de represión” en la que “nos hemos mezclado con ellos y ellos con nosotros”. Un hito que debería ser protegido y considerado una “responsabilidad pública”. Además, desde Kale Dor Kayiko piden que se reemprendan las investigaciones, dado que, por ejemplo, no se han buscado hablantes en zonas como Navarra e Iparralde, lo que reforzaría la idea de registrar este idioma y así facilitar la aplicación de medidas que ayudaran a protegerlo.